Óscar
Entro al ascensor para poder llegar hasta el piso donde se encuentra mi oficina. Trataré de resolver este pequeño inconveniente lo más rápido que pueda, quiero estar lejos de Isabela lo menos posible. Porque sé que mis vacaciones están a nada de acabarse y sé que tendré menor disponibilidad para estar con ella. Además, se acerca la inauguración del nuevo hotel en Miami, eso ocupará gran parte de mi tiempo.
También tendré que ponerle ánimos a este nuevo proyecto que quiero empezar con Strickland. La única razón por la cual decidí venir a Londres es porque Amelia no había conseguido la firma de mi nuevo socio y sin firma no hay nada. Sé que solo necesito una conversación con él para sacar toda duda de su cabeza. Él fue quien me buscó con un plan de negocio elaborado, que para muchos sería una locura, pero a los dos nos gusta tomar riesgos y más si sabemos que hay altas posibilidades de multiplicar nuestras inversiones.
Confío de que esto solo será la primera victoria que compartiremos y no tengo dudas que vendrán más, porque si en realidad este proyecto funciona, este solo será el principio.
Visualizo la oficina de Amelia y no dudo en tocar la puerta antes de introducirme en ella.
—¿A qué hora va a venir? ¿Por qué no pudiste convencerlo? —suelto con brusquedad.
—Buenas tardes, Amelia, ¿Cómo estás? —dice ella cruzando sus manos sobre su pecho.
—Amelia...—No me deja continuar.
—Puedes estar estresado y frustrado porque se han acortado tus vacaciones, pero recuerda que no es mi culpa —dice con firmeza —Así que, por favor, no olvide su educación, señor Baracchi—Ella me ofrece un vaso de agua.
Sé que quiere que beba, aunque sea un poco, en los años que hemos trabajado juntos, siempre esta simple acción ha funcionado para tranquilizarme cuando lo he necesitado. Sin querer hacerlo, sostengo el vaso y tomo un poco de agua.
—Buenas tardes, Amelia—digo con suavidad —Espero que hayas tenido un día calmado. Por casualidad, ¿has podido agendar la cita con el Señor Strickland?
—Ves, que no es tan difícil —Ella me regala una sonrisa y yo me limito a negar con mi cabeza —Sí, llegó hace unos minutos y lo he ubicado en el salón de conferencias, él se encuentra esperándote.
—¿Tienes el contrato listo? —investigo.
—Sí —Se coloca de pie y me lo ofrece —Tiene indicado donde ambos deben firmar. Sus abogados lo han aprobado, solo falta que lo firme.
—Perfecto, —digo tomando el contrato.
—¿Crees que se ha arrepentido?
—No, creo solo tiene dudas, es muy joven. Pero confío que soy capaz de convencerlo.
—Estoy segura de que lo hará, jefe. Por eso era de gran importancia su presencia.
—Gracias por tener todo listo.