Óscar
Entro al hospital tomado de la mano de Isabela. Ella ha conducido hasta aquí, lo cual considero que fue lo más adecuado. Mi mente en este momento es un desastre, no me podría concentrar en algo que necesita tanta atención como es manejar.
Varias interrogantes dan vueltas por mi cabeza: ¿mi padre en serio había consumido kiwi? ¿Cómo eso es posible? ¿Ha comido algo sin saber su contenido? ¿Mi madre no preguntó?
Mi padre no ha probado el kiwi ni siquiera por accidente desde el momento que se ha casado con mi madre. Ella siempre está pendiente de que no consuma nada con esta fruta, porque durante su noviazgo él sufrió un ataque frente a ella, se asustó lo suficiente para prevenir ante toda costa que no le volviera a suceder.
Esa misma tenacidad la mantuvo conmigo, en mi vida he consumido kiwi tres veces. La primera vez fue cuando tenía un año, en ese momento descubrieron que comparto la alergia con mi padre. La segunda, en un campamento de verano y la tercera vez, mientras estudiaba en la universidad. Pero ese fue un descuido totalmente mío.
Al llegar a la recepción Isabela pregunta por la habitación de mi padre, mi preocupación no me permite hablar. Caminamos hasta la habitación que nos indican y siento que vuelvo a respirar cuando veo a mi padre con una sonrisa sobre sus labios mientras habla por teléfono.
Él parece estar bien y eso me causa paz. Percibo como Isabela deja caricias sobre mi mano, ese simple gesto hace que me sienta confiado de hablar.
—Dime que te quedan más de dos semanas de vida—bromeo mientras ambos nos introducimos en la habitación.
—Solo tres—responde mi padre ampliando la sonrisa de su rostro.
Al parecer ha terminado de su llamada, porque retira su celular de su oreja.
Me fijo en mi madre, se encuentra sentada junto a mi padre. Ella en un parpadeo se levanta y se acerca a mí. Me rodea con sus brazos con fuerza y apoya su mejilla en mi pecho, Isabela me suelta la mano para permitir que le corresponda el abrazo.
—Odio que bromeen de esa forma—comenta mi madre—Cuando yo casi muero del susto.
—Solo tuve una pequeña reacción alérgica, —explica mi padre, noto la culpabilidad en sus ojos—. Estoy bien.
Estoy seguro de que para él, haber preocupado a mi madre le afecta más que estar en el hospital por su reacción alérgica. Su matrimonio se ha basado en hacerla feliz y tratar de que ella se sienta tranquila.
A veces me entra la curiosidad de saber si después de tantos años con alguien, el amor disminuye o más bien si se vuelve costumbre estar con la otra persona. Aunque de ser así, mi padre tiene la costumbre de colocar a mi madre ante todo incluso ante de su propia salud. Ella hace lo mismo con él, así que es una complicidad mutua que debe ser agradable.
Si los dos se preocupan por la felicidad del otro, los dos lo serán.
—Sí, pero imagínate que no hubiéramos llegado al hospital a tiempo —Mi madre se separa de mí para ver a mi padre con ira.