《4》Minutos de paz.

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¡Oh Dios! En serio odio las mañanas

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¡Oh Dios! En serio odio las mañanas. Pero más esas en las que lo único que desea mi cuerpo es quedarse el día completo entre las sábanas. Sé que es de día por el pequeño espacio que hay entre las cortinas de la ventana que está justo enfrente de mí. Ese pequeño espacio es suficiente para que toda la habitación se encuentre iluminada por el sol tan brillante y radiante que nos trae este día.

Me muevo un poco sobre mi cama para estirar mis extremidades, me duele todo el cuerpo. No sé cuántas botellas de vino nos tomamos, pero estoy segura de que fueron más de cinco. Mi cuerpo se paraliza al sentir que he tocado algo con mi rodilla derecha, bueno más bien a alguien.

¡Ay no! ¿Qué pasó anoche? ¿Qué hice? ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? No recuerdo haber subido con alguien hacia mi habitación, en realidad no recuerdo ni siquiera haber subido. Mi cabeza comienza a buscar entre mis vagos recuerdos lo sucedido en la noche anterior, pero no obtengo mucha información, todo está borroso.

Pero hay algo que recuerdo a la perfección, los ojos de Hugo. Joder odio mi maldita debilidad que los ojos azules. Los suyos no son claros, sino oscuros, intensos y atrapantes. Por favor Dios que no sea él quien esté a mi lado. Porque si es él, oficialmente hoy será el día de mi muerte y de mi funeral también.

No tendría cara para mirarlo, aunque puede ser que solo hayamos dormido ¿cierto? No es que tenga interés de que pasara algo más. Pero si fuera así, al menos debería recordarlo ¿no?

Con movimientos lentos giro mi cabeza esperando encontrar el cabello castaño de Hugo. Pero siento que vuelvo a respirar al encontrarme con el cabello pelirrojo de Alex. Llevo mi mano a mi pecho para sentir los latidos acelerados de mi corazón.

—Casi me da un infarto —coloco mis manos en la espalda de Alex y lo muevo.

—Oye es muy temprano, déjame dormir —este se queja. Se gira quedando boca arriba mientras estruja sus ojos. Me imagino que acostumbrándose a la luz.

—¿Qué haces aquí?

—No podías mantenerte de pie, así que te traje. Confieso que, al estar aquí, se me hizo pesado ir hacia mi habitación.

¿Ni caminar podía? Le echo la culpa al tiempo que tenía sin tomar alcohol. Es obvio que mi tolerancia se ha ido al carajo.

—No vuelvas a beber así ¿okey? —Sus ojos se posan en mí.

—Si, perdón —despeino su cabello, más de lo que ya estaba— Gracias por traerme.

—Sé que te hubiera gustado que alguien más lo hiciera.

Niego con mi cabeza con rapidez.

—¿No? ¿Ni siquiera Hugo?

—¿Qué dices? Por supuesto que no—hablo con rapidez.

—Noté como te miraba, deberías...—Lo interrumpo.

—No, es muy temprano —Me siento sobre la cama. Quiero evitar esta conversación a toda costa.

Lo que todos esperanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora