Oscar
Aplico gel suficiente sobre mi cabello para que ningún mechón rebelde quede suelto. Al conseguir el resultado que quería, salgo de mi habitación. Necesito que alguien me ayude a colocarme algo de maquillaje y así borrar los moretones de mis pómulos. No hace falta recordar en las fotos la golpiza que le di a Hugo.
Dejo varios golpes sobre la puerta al llegar a la habitación de Amelia. No le confiaría a cualquiera mi rostro y sé que ella ha hecho varios cursos de esto. A menudo bromea diciendo que renunciará a su empleo para dedicarse totalmente a relucir la belleza de las mujeres. Pero espero en el fondo de mi corazón que sea solo eso, una broma. Porque ella no es solo una gran amiga, sino también una excelente empleada.
No suele cometer errores y me conoce lo suficiente para saber lo que necesito, antes de que se lo pida. No quiero perderla por ninguna circunstancia. Nunca olvidaré que ella estuvo dispuesta a mudarse conmigo a Londres, en definitiva, es algo que le agradeceré toda la vida.
—En verdad, para mí ya no te ves guapo en traje—dice ella con una sonrisa en el rostro al abrir la puerta—Es que te veo así todos los días, has perdido la magia.
—Lo mismo digo, hoy apenas estás decente—Me prohíbo sonreír.
—¿Qué quieres?
Se retira de la puerta para darme acceso a su habitación.
—Quiero que me ayudes a desaparecer esto—señalo mi mejilla mientras me siento en la orilla de su cama.
—Hay maquillistas profesionales por toda la casa y ¿vienes a buscar mi ayuda?—Ella arruga sus cejas—En serio no puedes vivir sin mí.
—Si puedo vivir sin ti, solo que confío en ti y no en ellas.
—Conoces a tu tía, ¿Crees que no ha conseguido a los mejores para que maquillen a su nuera?
Su pregunta es válida, mi tía es exigente y perfeccionista. Solo contrataría a lo mejor para la boda de su hijo.
—Es que tú eres la mejor—le guiño un ojo.
—Lo sé—Ella me regala su mejor sonrisa.
La veo caminar hasta su peinador para buscar un estuche de maquillaje.
Observo su vestido color verde, el cual se adhiere hasta su cintura como una segunda piel, mientras en la parte inferior es holgado. Aún no tiene los tacos puestos, lo que hace que este ruede un poco en el suelo. Es imposible no pensar en Isabela, este color hará que sus ojos destaquen. No tengo dudas de que se verá más preciosa de lo que ya es.
—¿Nervioso? —pregunta al dejar todo lo que necesita a mi lado.
—¿Por qué estaría nervioso? —enarco una ceja.
—Es el último día aquí y no has tenido la oportunidad de hablar con Isabela.
Eso es cierto. Hemos hablado, sí, pero no como yo quiero hacerlo. Quiero que nos sentemos y podamos platicar con tranquilidad.