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—Solo queda ella—informó Bankotsu tirando de la jovencita y lanzándola al suelo.

—¿Solo esta niña?

Sesshomaru miró a la curiosa jovencita, quien se quejaba del dolor que se concentraba en su cuerpo tras ser lanzada de esa forma. 

—Sí—confirmó el moreno—. Al parecer ese desgraciado de Naraku abandonó a su propia hija. 

—Su hija—murmuró Sesshomaru aquella palabra, mirando con renovada atención a la castaña.

Rin se estremeció al ser el foco de aquellos ojos dorados tan deseosos de venganza. 

—¿Qué piensas hacer con ella?

Aquella pregunta envió una oleada de temor al cuerpo de la joven, quien pudo detallar en primera plana como aquel sujeto parecía cavilar varias opciones. Lo cierto era que sin importar cuál eligiera ninguna de las alternativas era buena.

—Obviamente, no puedes dejarla viva—siguió Bankotsu ante la falta de respuesta—. ¿Pero me refiero a si te apetece divertirte un poco antes?

Ante aquella cuestión, el hombre miró a su compañero con profundo odio. Bankotsu alzó las manos y se apresuró a agregar:

—¡De acuerdo, de acuerdo!—exclamó con cierto tinte dramático—. Está bien, entiendo, la hija de Naraku no te apetece. ¿Pero me dejarías que…?

—¡Cierra la boca!—lo cortó Sesshomaru, finalmente—. La hija de ese bastardo no me interesa. Estoy seguro de que la dejo aquí únicamente para retrasarnos. Pégale un tiro y vámonos. 

Dicho eso, hizo el ademán de salir de la habitación, sin embargo, la voz de la mujer detuvo su actuar:

—¡No, por favor!—chillo Rin, al escucharlo. 

—Ten un poco de corazón, Sesshomaru—abogó Bankotsu con jocosidad, aunque en el fondo tampoco tenía muy buenas intenciones—. Mírala bien, es toda una dulzura. 

—Es la hija de Naraku—la respuesta fue tan fría, que el moreno entendió que para Sesshomaru no era una mujer, era simplemente su enemigo. 

—De acuerdo—se resignó entonces sacando el arma y apuntando en su dirección. 

Rin miró como aquel hombre la apuntaba y su corazón latió a una velocidad sorprendente. Moriría, eso era un hecho.

Los recuerdos de su infancia pasaron por su mente como un rayo. Lo único que recordaba eran días felices, días al lado de su padre, días rodeada de amor y tranquilidad. 

Pero, ¿cómo se iba a imaginar que su vida todos estos años no había sido más que una mentira? ¿Qué su padre en realidad no era el hombre dulce que aparentaba? ¿Qué su padre había destruido la vida de su actual verdugo y que lo había convertido en un ser frío y deseoso de venganza?

Sesshomaru quería vengar la muerte de su familia, el robo de su patrimonio y el hecho de haberlo convertido en un asesino. 

Naraku merecía morir por sus propias manos, él y toda su familia. Aunque, lastimosamente, la descendencia de aquel tipo no fuese más que esa niña.

¿Es que acaso no había podido tener un hijo varón? De ser así, lo hubiese aniquilado con sus propias manos con el mayor de los gustos. Pero no, en su lugar, había dejado a esa criatura endeble y debilucha. ¿Qué podría hacerle? De por sí pegarle un tiro era bajo, carente de disfrute. 

Un disparo se escuchó, pero no fue Rin quien cayó al suelo tras el impacto. En su lugar, el moreno que la apuntaba pasó a manchar con su sangre gran parte del piso. 

Todo había sucedido muy rápido…

Sesshomaru apuntaba en la dirección de dónde el fuego había venido. ¿No se suponía que no quedaba nadie más en la casa? ¿O es que Bankotsu no la había revisado bien?

Una figura se mostró ante ellos, se trataba de un hombre feroz, de cabellos cobrizos ondulantes. 

Los ojos de la joven se iluminaron e inmediatamente proclamó una expresión de alivio: 

—¡Kirinmaru!

Sin embargo, aquella tranquilidad no le duró mucho a Rin, cuando su acompañante la tomó fuertemente del brazo y colocó el cañón en su sien. El frío metal del arma le heló los huesos y sintió que estaba a punto de desfallecer. 

—¡Suelta el arma!—ordenó Sesshomaru al invasor.

La indecisión en los ojos del cobrizo se hizo presente, soltar el arma solo podría significar una cosa: morir. Pero, a su vez, si no lo hacía, la vida de su protegida sería la afectada. No lo podía permitir.

Rin miró como su amigo, su fiel amigo, colocaba el arma en el suelo y levantaba los brazos en señal de rendición. Inmediatamente, cerró los ojos, no quería presenciar como aquel hombre que la sujetaba acababa con la vida de su más querido compañero.

Sin embargo, eso no fue lo que sucedió…

La joven fue lanzada al suelo nuevamente y este segundo impacto fue más fuerte que el anterior. Quejándose del dolor, evidenció como aquel hombre de larga cabellera plateada y ojos dorados como el sol, se abalanzaba sobre su amigo y lo derribaba con una fuerza atroz. 

Los dos hombres luchaban en el suelo y aunque su fiel guardaespaldas era un hombre fuerte y entrenado para este tipo de situaciones, le estaba resultando difícil responder los golpes de su contrincante. 

Aquel sujeto parecía un demonio, notó Rin con horror. 

La escena con cada segundo se tornaba peor, haciendo que la joven empezara a gritar y a rogar para que se detuviera. Iba a matarlo.

Sesshomaru, cegado por la ira de ver caer a uno más de sus aliados, asestaba golpe tras golpe en el rostro de aquel malnacido que se había atrevido a enfrentarlo. Su ira y fuerza en ese momento parecían sobrehumana, y no podía detenerse, sus puños deseaban venganza. 

De pronto, el eco de un nuevo impacto llenó el ambiente. Esta vez, el disparo vino de un lugar justo a su espalda. 

El hombre se giró y miró cómo la endeble niña lo apuntaba. En cuestión de segundos, el ratón había dejado de ser la presa para convertirse en el depredador. 

—¡Suéltelo!—demandó con una firmeza de la cual no se había percatado antes. 

Y en ese momento de incertidumbre, no pudo evitar preguntarse: 

¿Sería acaso este su final? ¿Moriría bajo la mano de la hija de Naraku?

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora