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—Has hecho un buen trabajo, Rin—la felicito su padre—. Seguramente tu madre estaría muy orgullosa de ti. 

—¿Papá, tú crees que a mamá le hubiese gustado mi dibujo?

—Por supuesto que sí, cariño—la mano de Naraku acarició su mejilla—. Si hasta has ganado hasta un premio con él.

La sonrisa de la niña se ensanchó con inocencia. 

—¿A mamá le gustaban los tulipanes?

—Sí, los amaba—respondió su padre con añoranza—. Y seguramente estos que dibujaste se convertirían en sus favoritos. 

Rin se despertó con el recuerdo de esa conversación que parecía olvidada, pero que había regresado para traer a su presente lo mejor de su vida pasada. 

“¡Feliz cumpleaños, Rin!”

“¡Lo has hecho muy bien, cariño!”

“¡Te amo, mi pequeña princesa!”

“Eres idéntica a ella”. 

Uno a uno, desfilaban ante sus ojos los momentos más bonitos e inolvidables que había compartido al lado de su padre. Una vida entera de amor y recuerdos. 

—¿Por qué, papá? ¿Por qué tenías que ser tan malo?—lloró en silencio, sintiendo un peso enorme, sintiendo como la decepción la oprimía al punto en que parecía asfixiante. 

“Inuyasha era mi hermano menor, tenía tan solo ocho años cuando murió. Ocho años cuando sufrió la peor de las agonías. Y yo no pude hacer nada para evitarlo”

—Un niño… ¡Era solo un niño, papá!

Rin pasó gran parte del día sintiéndose así: desanimada, sin deseos de comer, excesivamente triste. 

«¿Podría hacer algo para revertir el destino de su padre?», se preguntó. La respuesta llegó de manera casi instantánea y se trataba de un rotundo “no”. Su padre había escrito su final hacía mucho tiempo atrás, y ella no podía hacer nada para impedirlo.

—¡Rin! ¡Rin!—la voz agitada de Jaken la sobresaltó, sacándola de sus turbulentos pensamientos.  

—¿Qué pasa, señor Jaken?

—Tenemos problemas—anunció el hombrecito, muy serio. 

—¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas?—se asustó de inmediato ante el panorama.  

—Mira. 

Jaken le mostró la pantalla de su teléfono, en dónde podía apreciarse una grabación de las cámaras de seguridad externas de la mansión. En la misma, podía verse a un individuo con gorra, suéter ancho, caminando con las manos en los bolsillos, aparentemente despreocupado; pero sospechosamente cerca de las puertas de la casa. 

—¿Y esa persona, quién…?

Los ojos de Rin se abrieron con sorpresa, cuando pudo distinguir que lo que el hombre de la grabación ocultaba tras una gorra se trataba nada más ni nada menos que de una larga y espesa cabellera cobriza.

—Esta grabación es de esta mañana—informó Jaken al ver que ya se había dado cuenta de la gravedad de la situación—. Debo reportarlo, Rin. 

—No, ya van, esto…—balbuceo sin saber qué decir—. Señor Jaken, por lo que más quiera. ¡No puede decirle!—suplico, temiendo por el destino de su antiguo guardaespaldas. 

—Si puedo—la contradijo, serio—. Y es mi deber informarle. 

—¡No, no, por favor!

—Rin, entiende que ese hombre está jugando con fuego. No debería seguir intentando acercarse a ti. 

Rin negó con turbación y se dejó caer sentada sobre la cama. Sentía que tantas cosas estaban mermando su fuerza poco a poco: su padre, Kirinmaru, incluso ese hombre. Todo eran problemas y más problemas. 

—Por favor, señor Jaken… si… si le pasa algo, yo ya no podría vivir—lloro entonces con impotencia. 

Jaken suspiró, sintiéndose también entre la espada y la pared. En su interior se debatía una lucha entre la lealtad a su jefe y el cariño que había desarrollado por la prisionera.

—Es cuestión de tiempo para que el amo se dé cuenta—soltó con resignación. 

—¡Entonces hay que hacer algo para evitarlo!

—No se me ocurre nada para…

—¡A mí sí!—la joven se levantó nuevamente y esta vez parecía más enérgica—. Debo enviarle un mensaje. Señor Jaken, tiene que ayudarme a hablar con él. 

—¡Estás loca!—renegó el hombrecito al instante. 

—¡Sí, puede que lo esté! ¡Pero es lo único que se me ocurre para impedir una tragedia!—habló entonces con vehemencia. 

—¡¿Y de verdad crees que así la vas a impedir?!—la corto Jaken, sintiéndose furioso—. ¡¿Tienes siquiera idea de lo mucho que se molestará si se entera?!

—Pero no va a enterarse—murmuró Rin en voz baja, suplicante.

—¡No, no! ¡No puedo participar en esta locura!—se negó de nuevo. 

—¡Por favor, señor Jaken!

—¡Que no!

—Lo haré con o sin su ayuda—amenazó entonces. 

—Rin, no abuses de la consideración que te tengo… Créeme, nada de esto es un juego. 

—¡Yo sé que no! ¡Pero entienda por favor!—más lágrimas de desesperación corrieron por su mejilla. 

En ese preciso instante la idea de darle un empujón a Jaken y quitarle el arma que portaba no le parecía tan mala. La verdad era que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de impedir que matarán al hombre que amaba. 

Jaken suspiró y negó un par de veces más antes de decir: 

—Solo será un mensaje. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora