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Rin tocó su cabeza con ambas manos, sintiendo como la misma palpitaba. Le dolía demasiado. 

«Maldita mujer», pensó recordando cómo había entrado y le había jalado el cabello. Ella quiso defenderse, por supuesto que sí, pero no era más que una joven debilucha en contra de una mujer que seguramente ya pasaba los treinta años. 

Aquel incidente siguió repitiéndose con mayor frecuencia a medida que transcurría la semana. Rin se dio cuenta así de que algo andaba mal, era bastante evidente. 

—¿Está todo bien?—le preguntó a Jaken en otra de sus visitas. 

—¡Esto está hecho un caos!—suspiro el hombrecito sin poder contener su angustia—. El amo quiso buscar a los causantes y no guardó el debido reposo, ahora parece que la herida se ha infectado. 

—Oh. 

Rin no supo qué más decir, pero aquello lo explicaba todo. 

—Realmente ha tenido mucha fiebre. ¡Nunca lo había visto así!

Jaken siguió parloteando un poco más, como si no se percatara de que estaba revelando datos importantes, y que ella, con otra mentalidad, podría utilizarlos en contra del hombre. 

—¿Y usted piensa que…?—no pudo contener su inquietud. Necesitaba saber qué tan grave estaba, después de todo no podía evitar sentirse culpable. 

—¡No! ¡No! ¡No lo digas!

Rin se mordió el labio inferior y luego, dijo algo que no supo con exactitud de dónde salió:

—¿Usted cree que podría verlo?

La mirada del hombre se tornó mucho más saltona que en otras ocasiones, realmente parecía que sus ojos estaban a punto de salirse de sus cuencas.

—¿Verlo?

—Sí.

Jaken se lo pensó por un momento sin entender para qué quería hacerlo. ¿Quizás…?

—¡No pienso permitir que aproveches la vulnerabilidad de mi jefe para matarlo!—chilló.

—¡No pienso matarlo!

—¿Entonces…?

—Solo quiero agradecerle…

—¿Agradecerle?

Jaken se mostró mucho más confundido que antes. Sin duda, esa niñita parecía sacada de otro planeta. Es decir, ¿quién en su sano juicio le agradecía algo a su secuestrador?

—¡Estás mal de la cabeza!—bufó, pero no se negó. 

[…]

Horas más tarde, Rin se había infiltrado en la habitación de Sesshomaru. Aquello había requerido de un gran esfuerzo, puesto que Kagura no dejaba de vigilar el área, pero en ese justo instante estaba muy ocupada, ya que Jaken se había encargado de que así fuese. 

La imagen que recibió al entrar, fue la del hombre acostado en la cama. Su torso estaba desnudo y en la parte baja, un vendaje lo rodeaba. 

Se veía diferente, notó Rin al reparar en su palidez, en sus ojos cerrados, en su aspecto enfermizo. 

«Esto es mi culpa», pensó. Le resultó inevitable no hacerlo. 

Sin estar muy consciente de lo que hacía, se aproximó a la cama de forma cautelosa, no sabía por qué, pero su cuerpo temblaba como si el hombre se fuese a enderezar en cualquier momento y a saltarle encima. Pero eso era imposible, lo sabía. 

Al llegar hasta él, se permitió mirarlo más de cerca, se veía como una estatua de mármol: inmóvil, níveo, bello. ¿Cómo era posible que alguien tan cruel e insensible pudiese poseer tanta belleza? No lo entendía. Pero era la primera vez que se permitía tener ese tipo de pensamientos. Quizás esto se debía a que no la estaba mirando con todo su odio, ni la estaba apuntando con un arma y mucho menos estaba amenazando con matarla. 

Rin suspiró. A pesar de todo lo que decía detestarla la había salvado y ella era una persona lo suficientemente agradecida, como para estar ahí y dedicarle aunque sea unas palabras.  

—Sé que me odias de una manera intensa e inexplicable—comenzó, no tenía ni la menor idea de si la estaba escuchando o no. Solamente sabía que necesitaba desahogarse—. Y aunque no entiendo la magnitud de ese sentimiento, sé que es lo suficientemente grande. Así que por eso no lo entiendo—su rostro revelando una verdadera confusión—. Tenías la oportunidad perfecta ante ti, pudiste dejarme morir, ¿por qué no la tomaste?

No hubo respuesta, tampoco esperaba que le respondiera. 

—En el fondo creo saber cuáles fueron tus razones. La herencia—murmuró y desvió la mirada, concentrándose en un punto incierto de la habitación—. Es algo bastante lógico, lo sé. Pero me gustaría engañarme y creer que de alguna forma ese corazón tuyo quiere reivindicarse. 

«¿Reivindicación? ¿Realmente ese hombre podría tenerla?», se preguntó. 

—Indiferentemente de lo que sea que te haya motivado, solamente tenía ganas de decirte gracias. Sé que seguramente es una bobería para ti, pero yo necesitaba sacarlo—dicho esto, se aproximó hasta la puerta.

Pero antes de que Rin abriera la puerta, algo le hizo girarse.

—No lo haga, padre—comenzó a decir él con una voz baja, suplicante; al tiempo en que se sacudía en medio de un sueño que no parecía agradable. 

Rin se quedó allí, con la espalda pegada a la puerta, observándolo sin comprender. Había algo en esta situación que le parecía preocupante. 

«¿Estaría convulsionando producto de la fiebre?», se preguntó y se aproximó para confirmarlo. 

Puso una mano sobre su frente y notó que estaba ardiendo. Sin embargo, el tacto sobre su piel caliente no duró mucho. Inmediatamente, el hombre la sujetó de la muñeca en un gesto extremadamente rápido.

Rin ahogó un jadeo de sorpresa, al reparar en la intensidad con la que aquellos ojos dorados la miraban.

Nuevamente, pudo presenciarlo, nuevamente ese odio ardía con una fuerza que parecía sobrehumana.

—Estás ardiendo—explicó el motivo por el cual lo había tocado. 

Sin embargo, esta información no pareció ser relevante para él, quien solo se dedicó a mirarla de esa forma intensa y penetrante, luego parpadeó varias veces como si recién pudiese enfocar del todo su entorno. 

—Tú—dijo al tiempo en que la soltaba con un ligero empujón, alejándola de él. 

Rin trastabilló un poco por el brusco movimiento, pero luego se enderezó. 

—Le avisaré a alguien que la fiebre se repitió. 

—No quiero a nadie.

—Alguien tiene que encargarse de que baje, una fiebre alta podría derivar en muchas cosas: delirio, convulsiones, daño cerebral, un fallo multiorgánico—enumeró lo que había leído una vez en una revista.  

—Solo sal—dijo y volvió a cerrar los ojos. 

Rin se dio cuenta de que aquel hombre era demasiado terco. ¿Acaso no se daba cuenta de que se estaba muriendo? 

—No—se negó. Si él era terco, ella podía serlo mucho más—. La fiebre no bajará si no le ayudan a hacerlo. 

El hombre no emitió palabra alguna, entonces se dio cuenta de que había entrado en un sueño profundo una vez más. 

—Bien. Debo hacerlo—se dijo y se dio valor para regresar sus pasos hasta la cama. 

Al lado de la misma se percató de que descansaba un cuenco con agua y un pañuelo. Seguramente, alguien más ya había estado intentando controlarle la temperatura, así que se dirigió al baño y tomó agua nueva, una vez regresó, se sentó y comenzó a colocarle el pañuelo húmedo sobre la frente. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora