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Al llegar a su destino, Sesshomaru se dirigió al asiento trasero del auto y jaló del brazo a la jovencita que se encontraba de rehén. 

—¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?—preguntó Rin, asustada y temerosa de no ver más que un sitio desierto. Al fondo había aparentemente una casa, pero no había nada más que eso. 

El hombre apretó más fuerte su agarre y tiro con mayor ímpetu, llevándola prácticamente a rastras. 

—¿Le hice una pregunta?—insistió, viendo cómo sus zapatos se manchaban de la tierra que había alrededor. Ese hombre ni siquiera le daba tiempo de levantar los pies para caminar con normalidad.

—¡Cierra el pico, niña!

Jaken, quien sabía que su jefe estaba de pésimo humor, decidió silenciar a la molesta hija de Naraku, al ver que la misma no parecía conocer lo que era la prudencia. 

Rin miró de reojo al sujeto que le habló y le pareció un chiste. Era un tipo bajo y gordo, quien cargaba un arma en su cinto que parecía mucho más grande que él. 

Por un instante, estuvo tentada a responderle, a decirle algo. Su lengua era muy inquieta en ese sentido, nunca podía permanecer callada. Estaba acostumbrada a hablar hasta por los codos. 

Y recordando eso, Rin pensó en Kirinmaru, en su amigo, quien siempre la escuchaba. «¿Cómo estaría? ¿Ya lo habrían atendido?», se preguntó genuinamente preocupada. Y la preocupación se incrementó, cuando cayó en cuenta del tremendo problema en que lo había metido. 

«Mi padre», pensó Rin y por un momento su cuerpo se detuvo. Fue apenas un instante de inmovilidad, porque al segundo siguiente había sido jalada tan bruscamente que se fue de bruces. 

Rin chocó contra el suelo, las piedras rasparon sus rodillas y manos, ocasionándole un mayor dolor. Inmediatamente, elevó la mirada y miró al hombre quien la observaba desde arriba. 

Odio, eso era lo único que percibía en sus ojos ambarinos.  

Por un instante su corazón se encogió, recordando esa mañana, cuando sus preocupaciones no eran más que ir temprano al colegio y cumplir con sus labores. 

¿Cómo era que todo había cambiado tan rápido?

Recordó también a Kirinmaru recogiéndola a la hora de la salida, recordó cómo había llegado a su casa hablando sobre la última colección de su diseñadora favorita. Pero todo se había venido abajo cuando al cruzar la puerta encontró a su padre, fue justo en ese instante en el que todo cambió…

—¡Maldito!—gritó el hombre, mientras hablaba por teléfono. 

Su padre no se había percatado de su presencia, así que siguió diciendo:

—¡Quiero que lo encuentren y lo maten! ¡O no, mejor no!—pareció cambiar de parecer—. ¡Encuéntrelo y tráiganlo a mí, yo mismo me encargaré de matarlo!—dicho eso, guardó el teléfono en su bolsillo y sacó una pistola, la cual acarició de arriba a abajo.  

Se quedó congelada al escucharlo, completamente estática. Kirinmaru, quien venía acompañándola, le puso las manos en los hombros y trató de reconfortarla. 

Él sabía muy bien que ese hombre, el que acababa de encontrar hablando por teléfono, no era su padre. Su padre no era ese sujeto que hablaba de asesinatos y portaba un arma. 

¿Quién era ese hombre?

—Rin

Naraku se había girado finalmente y había encontrado a su hija con una expresión pasmada. 

—¿P-papá, de qué hablabas?—balbuceó.

—De nada, cariño. Empaca tus cosas, nos vamos de esta casa—anunció. 

—¿Nos vamos? 

Rin negó tratando de entender. ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué irse tan repentinamente?

—Sí, Rin, nos vamos. Recoge tus cosas ya—ordenó Naraku un poco exasperado. No tenía tiempo para lidiar con los problemas existenciales de su hija. Sabía que su enemigo se acercaba a esa casa y necesitaba acorralarlo en la misma. 

—Pero…

—¡Nada de peros! ¡Recoge tus cosas, Rin!

La jovencita abrió muy grande los ojos, aquella era la primera vez que su padre le gritaba de esa forma. Inmediatamente, su visión se nubló y las lágrimas hicieron su aparición. 

—No me iré—contestó entonces renuente. Necesitaba respuestas, no podía irse de esa manera. 

Naraku se pasó la mano bruscamente por la cara con molestia, parecía cansado, con muy poca paciencia. 

—Maldición, Rin. No me hagas que te saque a rastras ahora mismo—amenazó. Sin duda ese sujeto era otro, no era el padre amoroso que siempre conoció. 

—¡No!—se negó con mayor convicción—. ¡Te escuché! ¡Escuché lo que decías!—informó esperando que su padre se defendiera y negara todo.

Pero contrario a lo que Rin quería, Naraku la encaró: 

—¿Me escuchaste? ¿Y qué escuchaste? 

—Q-que ordenabas matar a alguien… que querías que te lo trajeran. Papá, te vi, tenías un arma. 

—¿Un arma? ¿Esta?—preguntó el hombre sacando la pistola y apuntándola. 

Kirinmaru se puso alerta y tuvo el impulso de sacar su propia arma al verla amenazada. Esa era una reacción natural, después de todo su deber era protegerla. 

—¿Entonces es verdad? ¿Eres un asesino?—susurró la jovencita, completamente turbada. 

Naraku, quien estaba cansado de aparentar, decidió que ese era el momento oportuno para que su hijita se enterará de una vez por todas que era la hija de un mafioso, que sus regalos y sus lujos no se pagaban solos. Rin finalmente tendría que empezar a madurar. 

—Soy mucho más que eso—dijo al fin, acortando la distancia en un santiamén—. ¿Ves esta pistola, querida hija?—le preguntó agarrándola de la barbilla y mostrándosela tan de cerca, que prácticamente no había distancia entre una y otra—. No puedes hacerte ni una idea de la cantidad de veces que la he utilizado. ¿Dime un número, Rin? Te aseguro que no podrás acertar el número de personas a las que he matado con ella. 

Dicho eso, la soltó bruscamente y se dirigió a su guardaespaldas:  

—Encárgate de que recoja sus cosas y sácala de aquí—ordenó desapareciendo de la estancia. 

Naraku se fue de la casa, dejando la encomienda de la protección de su hija a Kirinmaru. Sin embargo, ninguno de los dos hombres contaba con que Rin no pensaba reunirse con un asesino, así como así.

La jovencita recogió sus cosas, sí. Pero su objetivo era escaparse y cuando Kirinmaru entró a su habitación buscándola, se encontró con una nota que decía que se había marchado para siempre. El hombre salió corriendo de la casa y empezó a buscarla por los alrededores, sin imaginarse que Rin seguía ahí, escondida debajo de la cama y esperando que todos se fueran para finalmente huir…

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora