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Kagura observó al hombre que yacía dormido a su lado, su pecho subía y bajaba de forma apacible. Se veía tan sereno, tan contrario a aquel vendaval que había entrado en su habitación hacía un par de horas atrás. 

Había cruzado la puerta sin decir una palabra, aquello en un inicio no le sorprendió, sus visitas eran rutinarias, sin embargo, algo en ese momento encendió sus alarmas. 

Su mirada, de un dorado intenso, estaba ligeramente trastornada. Ella vio la turbulencia de su pasado reflejada en esas iris ansiosas, en sus puños apretados, en su mandíbula tensa. 

Los dos vivían atormentados por los demonios de una vida que no habían elegido, pero que era la que les tocó. Por ello, sabía que lo que necesitaba en ese momento era su disposición, la disposición de soportar su frustración, de permitir que la descargará con su cuerpo. Después de todo, sus dinámicas siempre habían sido así.

No estaba acostumbrada al sexo suave ni delicado. Sesshomaru sabía que ella no era ni por asomo la más inocente de las mujeres. No había estado con un solo hombre, había estado con muchos y era difícil decidir un número. Sin embargo, él, no había estado con otras mujeres, así que se complacía de ser la única. 

Pero su inexperiencia tampoco lo hacía el más considerado en la cama. En esos momentos, era como si buscará sacar todo lo negativo que llevaba dentro: la agarraba del cuello, la empujaba, jalaba su cabello. Kagura sabía que no lo hacía adrede, que era simplemente su mente perturbada. 

Presenciar la muerte de su familia fue algo que lo marcó para siempre, pero aquello nada más había sido la punta del iceberg. Lo que vino después terminó de formar su carácter, convirtiéndolo en un monstruo desde muy joven. 

El heredero de los Taisho, el gran Sesshomaru Taisho, había sido reducido a un simple e insignificante peón. Por mucho tiempo fue así, hacía cualquier cosa con tal de comer, con tal de tener un techo donde dormir. 

Kagura sabía de su obsesión por matar a Naraku y de su imposibilidad por muchos años de lograrlo. Sesshomaru vivía únicamente para la realización de ese objetivo.

De repente, el hombre empezó a removerse entre sueños, mientras comenzaba a sacudirse con violencia. 

—¡No!—dijo, su voz surgió fuerte y clara, era como si estuviese presenciando algo que quisiese evitar a toda costa. 

Sus movimientos se intensificaron y tuvo que intervenir. Kagura se le subió encima y trató de sostenerle las manos, pero aquello no ayudó en lo absoluto, solo lo empeoró. 

De un fuerte empujón cayó lejos de la cama y luego lo observó sentarse sobre la misma, la miró desde allí con esos ojos dorados demenciales, y de un salto le dió alcance. 

Luchó por largo rato para hacerlo reaccionar, pero nada más era una mujer luchando contra la fuerza feroz de un hombre que quería matar. 

Sus manos se cerraron en torno a su cuello cuando logró inmovilizarla y supo que si no hacía algo rápido, aquella situación no iba a tener un final feliz. 

—¡No soy Naraku! ¡No soy Naraku!—bramó con desesperación, pero al ver que no surtía efecto, probó—: ¡Tampoco soy su hija! ¡No soy la hija de Naraku! ¡No soy Rin!

Algo en aquella última frase lo hizo detenerse por completo, su mirada, que hasta el momento parecía vacía, recobró vida y frunció el ceño al darse cuenta de lo que estaba haciendo. No recordaba haberse levantado de la cama, tampoco recordaba cómo llegó a esa posición.  

—Volviste—se alivió Kagura, soltando una lagrimita. 

No lograba traer a su memoria la última vez en la que había tenido que pasar un momento semejante, aquellos episodios no solían ocurrirle estando con ella. Bueno, en realidad, ellos no solían dormir juntos, únicamente se juntaban y tenían sexo, pero él siempre se marchaba antes de dormirse. Esa era su regla. 

—Ya está todo bien—trato de calmarlo, acariciando su mejilla, pero él se apartó de golpe.

—No debiste dejarme dormir—mencionó con dureza. 

—Parecías muy cansado, yo no quise…

—Pude matarte, ¿no lo entiendes?—la cortó de forma abrupta, parecía muy molesto.

—No sucedió. Sé que no fue tu culpa, sé que no querías hacer esto…

—¡Basta, Kagura! ¿Por qué te empeñas tanto en ser masoquista?—le reprochó. 

Ella se quedó en silencio, con la boca semiabierta, sabiendo muy bien a qué se refería. ¿Qué diferencia había entre esta vida y la que había tenido al lado de Naraku? Era prácticamente la misma. Con la diferencia de que él no era Naraku, de que él era Sesshomaru, y aunque se negara ante la idea, ella lo amaba con locura. 

—Sesshomaru, yo no soy masoquista y tú no lo haces con intención. Yo sé que tú no me lastimarías—no pudo contener el dolor en su voz, porque sabía que no era cierto. 

—¿No lo haría?—preguntó acercándose, y dándole la vuelta de un tirón. Su brazo quedó doblado a mitad de su espalda y él se inclinó hasta rozar con sus labios su oído—. Nunca te he tratado de una forma diferente a esta—menciono haciendo que se inclinara con las manos en la pared. 

Sin mucho preámbulo lo sintió bajar su ropa interior, dejándola completamente expuesta. Sus ojos se cerraron con fuerza, sabiendo muy bien lo que vendría a continuación. Uno, dos, tres, de esa forma, se distrajo, mientras contenía la respiración. 

Un grito estuvo a punto de escaparse de sus labios cuando lo sintió en todo su esplendor. No era su tamaño precisamente lo que le incomodaba, era la forma brusca en que siempre la penetraba. Sabía que no era más que un juguete sexual, uno que estaba obligado a mantenerse muy quieta y soportar; pero a pesar de lo absurdo que parecía, no lo veía como una situación precisamente insostenible, de alguna forma lo disfrutaba, disfrutaba en medio del dolor. 

El hombre hizo un puño de sus cabellos y tiró con fuerza sin mermar ni un poco su movimiento. Ella comenzó a gritar: adolorida, satisfecha, no podía decidirlo con exactitud. 

De pronto todo se detuvo y estuvo a punto de caer al suelo, pero él la sostuvo impidiéndolo. Eran esos simples e insignificantes actos lo que le hacían sentir que, a pesar de todo, Sesshomaru no era igual a Naraku. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora