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El rugido de las sirenas rasgaba el asfalto, mientras el auto de Kageromaru, zigzagueaba entre los callejones estrechos. 

—Nos persiguen. Es la policía—notó el hombre encargado de transportar aquel cargamento. 

—Si nos atrapan será un problema—señaló su acompañante con genuino temor. Sabía muy bien que si los atrapaban, podrían descubrir la participación de Naraku en todo esto.

—Ni hablar, no nos pueden atrapar—dijo seguro de no permitir que los alcanzarán. 

El auto siguió avanzando a medida que las luces rojas y azules de las patrullas parpadeaban en su espejo retrovisor, cada vez más cerca. Kageromaru maldijo en voz baja. No podía permitir que lo atraparan. Tenía demasiado en juego. 

Apretando el acelerador hasta el fondo, el auto aceleró como un cohete, dejando atrás a las patrullas que luchaban por seguirle el ritmo. Lamentablemente, su maniobra no funcionó por mucho, al cruzar una calle cercana, se encontró con un callejón sin salida. 

Las balas trazadoras comenzaron a zumbar a su alrededor, perforando el asfalto y las fachadas de los edificios. Kageromaru agachó la cabeza, maldiciendo su mala suerte. 

De repente, una patrulla le cortó el paso y otras más comenzaron a rodearlo, bloqueando todas las salidas posibles. Estaba acabado. 

[...]

—La policía interceptó uno de los cargamentos de Naraku. Es cuestión de tiempo para que den con su pista—informó Jaken, entrando en la habitación de Kagura, dónde seguía recuperándose luego del impacto de bala. 

Sesshomaru, quien estaba presente, lo miró fijamente, procesando lo que acababa de decir. 

—¿Qué? ¿Quiere decir que puede ir a prisión ese malnacido?

—Sí—contestó el hombrecito a la pregunta de la mujer—. Si los hombres de Naraku son tan estúpidos como para revelar algo que lo incrimine, podrían descubrir su participación en la mafia y eso significaría que…

—Maldición. 

El hombre se levantó, eso no lo podía permitir. 

—Señor, sé muy bien lo que esto significa para usted—agregó el asistente de forma comprensiva—. Si Naraku va a prisión, entonces lo perdería todo, incluso lo que le pertenece. 

Y mientras, el hombrecito decía esas palabras, Sesshomaru recordó la propuesta de Rin y no le pareció tan descabellada.

"¿Y si logro que mi padre me traspase sus bienes?"

Sin embargo, ya era tarde para poner en marcha aquel plan. Y lo supieron a la mañana siguiente, cuando los titulares no hablaban de otra cosa, que no fuese de la participación de un respetado empresario en la mafia. 

"Naraku Onigumo: detrás del éxito empresarial, una red de crimen y corrupción"

"Onigumo pierde su imperio: Autoridades confiscan bienes por millones"

—Lo siento, señor—dijo Jaken luego de traer aquellos titulares. 

Sesshomaru tomó uno a uno los periódicos que le tendía su asistente y los leyó con expresión fría. 

—¿Confiscaron todos los bienes?

—Sí, señor, dice que…

—¿Lo verificaste?

Jaken, quien no se había tomado el tiempo de verificarlo, sacó su teléfono celular y comenzó a teclear a algunos contactos que tenía trabajando en la fiscalía.

—Necesito una lista de los bienes confiscados a Onigumo Naraku—solicitó. 

A los pocos minutos, el teléfono sonó con una notificación. Jaken se dispuso a leer detalladamente la información recibida y a medida que avanzaba en su lectura, su cabeza negaba, no lo entendía.

—Habla de muchas propiedades, señor, pero no dice nada sobre las empresas Shikon. 

Las empresas Shikon, eran las antiguas empresas de su familia, las empresas Taisho, solo que con un nombre distinto.

—Naraku no es tan tonto. Por supuesto que puso en resguardo lo más importante—dijo entonces, seguro. 

—Oh—se sorprendió el asistente de la sagacidad de su jefe—. Pero eso quiere decir que ahora están al nombre de alguien más. ¿Pero de quién?

En otro lugar, Naraku se mostraba ansioso al ver todo lo que estaba sucediendo, la policía lo estaba buscando por mar y tierra y todo se debía a un descuido de su gente. 

—En este momento no puedo velar por la seguridad de Rin. Necesito superar primero esto—dijo con serenidad, dirigiéndose al único hombre en el que confiaba para protegerla. 

—Pero Taisho la matará, si no…

—No, no lo hará—contestó convencido. 

—¿Cómo puede estar tan seguro?

—Acabo de enviarle un mensaje, en lo que lo reciba, se dará de cuenta de que no puede hacerlo. 

—¿De qué trata, señor? 

—Ya lo verás. 

Mientras tanto, uno de los hombres de Sesshomaru acababa de recibir lo que parecía ser un paquete. 

—Puede ser un explosivo. 

Los hombres lo examinaron cuidadosamente, hasta darse cuenta de que no era más que un mensaje. Un testamento para ser precisos.

"Yo, Kaede Miko, en pleno uso de mis facultades, instituyo heredera universal de todos mis bienes, derechos y acciones a mi nieta, Rin Onigumo, con la siguiente condición:

Condición:

La herencia de las empresas Shikon, quedará sujeta a la condición de que la heredera no podrá venderla ni traspasarla hasta que cumpla los veinticinco (25) años de edad. 

En caso de que la heredera fallezca antes de cumplir los veinticinco (25) años de edad, la empresa será heredada por la institución benéfica antes descrita, con las mismas condiciones"

La mirada de Sesshomaru se oscureció, a medida que leía lo escrito en ese testamento.

—¿Pero qué es esto?—dijo Jaken, cuando su jefe le pasó el papel. 

—Averigua quién es esa mujer—fue la orden. 

Jaken nuevamente hizo uso de sus contactos, los cuales le dieron información detallada sobre la susodicha. 

—Kaede Miko—leyó—, murió a la edad de setenta y cinco años, viuda, tuvo una hija de nombre Kikyo, la cual murió a la edad de veinticuatro años, en condiciones extrañas. Vivía en una casa modesta en el campo, aparentemente sin lujos, pero quién dejó un testamento millonario recién encontrado. 

—Qué casualidad. 

—Esto es obra de Naraku, señor. Sin duda. 

Sesshomaru maldijo sin poder evitarlo. ¿Qué pretendía ese desgraciado de Naraku? ¿Acaso creía que esa era la mayor garantía para poder mantener con vida a su preciada hijita? ¿Realmente su querida hijita querría seguir viviendo luego de que la tomara en sus manos?

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora