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“Dime, Rin, ¿acaso te enamoraste de ese tipo?”

Las palabras de su padre seguían resonando en su mente. Rin no paraba de negar a medida que más las recordaba. 

Ahora estaba en una habitación bonita, tenía una amplia cama con flores y muchos peluches. Su papá seguía tratándola como una niña, como si con unos juguetes o cumpliendo sus caprichos, ella pudiese olvidarse de quién era en realidad. 

—¡Eres un asesino, papá!—era lo último que le había gritado, antes de que la encerrara en la habitación. 

No había mucha diferencia en su estadía con Sesshomaru, la puerta estaba cerrada con llave y no podía salir. Ni siquiera gritó o intentó hacerlo, ya se había acostumbrado al encierro. 

De repente, alguien entró en la habitación con una bandeja de comida. Era una porción muy generosa. 

—Debes comer—le dijo Kirinmaru colocando los alimentos sobre una mesita. 

—¿Estás de su lado? ¿También matas a las personas?—le preguntó sin filtros. 

Él la miró fijamente, sus ojos verdes brillando con intensidad. 

—Mi deber es cuidarte y si eso implica matar, lo haré sin remordimientos—respondió con simpleza, como si el hecho de asesinar personas fuese lo más cotidiano del mundo.

—Eres un asesino—dijo la joven a modo de reproche. No esperaba eso de él.

«Estoy rodeada de matones», pensó Rin, negando. El pensamiento evocó inmediatamente la imagen de otra persona. De uno más cruel.

—Debiste hacer caso al mensaje. Me arriesgué mucho al enviártelo—soltó enojada. No podía disculpar su terquedad—. ¡No, no solo yo me arriesgué! ¡También se arriesgó el señor Jaken!

—Rin, estás ahora dónde perteneces. No puedo entender cuál es tu molestia—le contestó con aparente rabia—. ¿O es que preferías seguir permitiendo que Taisho te utilizara para luego matarte? 

—Sesshomaru no…

—Ah, ahora es Sesshomaru—negó—. Quizás se ganó tu confianza de alguna manera. Pero créeme al final del camino iba a matarte. Los hombres como él no se tientan el corazón. 

—No puedes hablar así si no lo conoces—lo defendió sin darse cuenta.

—¡Lo conozco más que tú!—la corto Kirinmaru, ante su inesperado arrebato—. Llamas a tu padre asesino y tienes toda la razón. Pero la lista de asesinatos de ese hombre es igual o incluso más larga. 

«Auch», aquello dolió, porque sabía que era cierto.

—Todo es culpa de mi padre—explotó con lágrimas—. ¡Él fue quien lo transformó en eso! 

—Rin. 

Kirinmaru empezó a pasearse por la habitación, a medida que reflexionaba. 

—Tu padre tiene razón—dijo en un determinado momento, volviendo a mirarla—. Te enamoraste de él—agregó en voz baja. 

Rin sintió una opresión en el pecho, a la vez que negaba. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en decir eso?

—No—negó nuevamente—. ¡Ya he dicho que no!—soltó con frustración al ver la incredulidad en los ojos verdes. 

—¿No?

De repente, Kirinmaru estuvo lo suficientemente cerca como para invadir su espacio personal. Rin jadeó ante la sorpresa. 

—¿Kirin…?

Pero sus palabras murieron antes de poder ser pronunciadas, porque él la agarró por la mejilla y luego la besó. 

El beso fue una sorpresa en su totalidad, sus ojos se mantuvieron muy abiertos, como si no pudiesen procesar lo que estaba pasando. En realidad, el asombro era más fuerte que cualquier otro sentimiento. Se había imaginado esta escena muchas veces en el pasado, pero ahora, cuando finalmente se estaba haciendo realidad, no sentía nada. Absolutamente nada. 

—No—lo empujó. 

Kirinmaru volvió a mirarla, pero esta vez había resignación en su expresión. 

—Me besaste aquel día—le recordó. Las mejillas de Rin se encendieron en el acto—. Desde ese momento no he podido dejar de pensar en tus labios, pero ahora tú… lo amas. 

—No lo digas. 

Rin tapó sus oídos y sintió como las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Eran muchas en realidad. Un llanto que rápidamente empezó a hacerse descontrolado. 

—Aunque puede que no sea amor—continuo Kirinmaru, acariciando sus cabellos y atrayéndolo a su pecho en un abrazo. Rin parecía una persona a la que acababan de desahuciar—. Puede que solo estés confundida. Quizás es solo una especie de síndrome de Estocolmo o algo así. 

Ella se acurrucó en su pecho y asintió, sin querer ahondar en la complejidad de sus sentimientos. Lo único que tenía claro era que no podía amarlo, hacer eso sería un grave error. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora