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Rin estaba en la sala de la casa dando vueltas, sin saber qué hacer. Las palabras de Jaken seguían preocupándola, pero en ese momento estaba esperando a Sesshomaru. Eran más de las diez de la noche y él no llegaba. 

De repente, la puerta se abrió y lo vio cruzar la misma en compañía de unos hombres. Su aspecto era alarmante: lucía un traje formal de oficina, la chaqueta estaba desabotonada y podía apreciarse el azul claro de la camisa, el problema era que nuevamente estaba manchada de sangre. Muchas gotitas. 

—Encárguense de no dejar rastro—ordenó a los hombres antes de posar sus ojos en ella. 

“¿De dónde vienes?” Quiso preguntar, pero negó antes de que las palabras abandonaran su boca. La verdad era que prefería no saberlo. 

—Me daré un baño y luego iré a tu habitación. Dame diez minutos—le dijo acariciando su mejilla como se había vuelto costumbre. 

Rin asintió, obediente. Lo miró subir las escaleras y perderse por el pasillo, mientras tanto ella se quedó allí, mirando por la ventana y pensando que también debería subir. Pero entonces, la voz de esos hombres interrumpió sus pensamientos. 

—¿El río o mejor cavamos una fosa? 

—Son muchos cuerpos—contestó el otro, pensativo—, creo que lo mejor es incinerarlos. 

Sintió un escalofrío al instante y las palabras “muchos cuerpos” quedaron resonando en el aire, atormentándola. No pudo escuchar más, los hombres se fueron después de eso, pero le dejaron una desazón que ya no podía quitarse. 

Rin entró en su habitación y se sentó en la cama, esperando que el hombre apareciera. Minutos después, él estuvo allí, justo como lo prometió. 

No pudo evitar mirarlo a detalle, se dio cuenta de que ahora lucía una camiseta holgada de dormir, un short corto y el cabello mojado. Ya no había gotas de sangre por ninguna parte, pero sí ciertas cosas que no se había puesto a detallar antes. 

 —¿Y estás marcas, qué son?—preguntó, acercándose. 

Sesshomaru miró las marcas en sus antebrazos y los recuerdos lo invadieron de inmediato. El golpe, el ventanal, los vidrios que se le clavaron. 

—Es del día en que murió mi familia—comenzó a explicar—. Luego de golpear repetidamente la ventana con una silla, finalmente cedió y muchos vidrios se me clavaron. 

Rin se mordió el labio con recelo antes de acariciar sus cicatrices, posó un par de dos, temerosa, y luego de un momento en silencio lo miró con cuidado. 

—¿Sirvió de algo?

—No—contestó con amargura.

Ella asintió y respiró profundamente. Hasta el momento sabía ciertas cosas de su historia, pero no le gustaba presionar, porque era un tema delicado. 

—Los restos de mi padre y mi madrastra terminaron incinerados. Inuyasha fue el único al que pude sacar de la casa antes de que todo se viniese abajo—para su sorpresa siguió hablando. 

—¿Qué hiciste después? ¿Quién encontró el cuerpo de tu hermano?

—Ya estaba muerto y yo era menor de edad, en el mejor de los casos iban a mandarme a un orfanato—explicó sin más. 

—¿Y por qué no denunciar? 

—Lo hice, Rin—la miró con ese dorado oscurecido, con esos ojos casi rojos—. Querían silenciarme. 

—Pero…

—La justicia no existe—la cortó y se apartó de su lado—. Tu padre estaba involucrado con mucha gente de poder. ¿Por qué crees que nadie investigó más sobre el incendio, la venta de la empresa y todos esos detalles sospechosos? 

Rin lo miró boquiabierta, reconociendo que tenía toda la razón. La venta de una empresa tan grande no era algo que pudiese ignorarse, mucho menos el incendio que vino después y que acabó con la vida del anterior propietario y toda su familia, aquello era demasiado extraño para pasarse por alto.

—Ese mismo día me escapé de la policía, hui y no me dejé ver durante muchos años—resumió—. Lo que vino después no te lo contaré por el bien de tu salud mental. 

No se atrevió a decir nada más. ¿Qué podía decir, después de todo? Para ese entonces, seguramente ella estaba en su habitación preocupándose por tener la última edición de su Barbie favorita o simplemente viendo una caricatura. Su infancia había sido buena, su vida había sido buena en general, hasta que descubrió que nada era lo que parecía. 

—Jamás imaginé que papá fuese tan malo…—murmuró más para sí misma, que para su acompañante.

—No quiero hablar de tu padre—fue lo único que escuchó de su parte. 

—Yo tampoco—aceptó ella y se acercó, buscando refugio en sus brazos, en esos brazos que, quizás, no venían de ser utilizados con fines agradables—. Cuando finalmente logres matarlo… ¿Tú qué piensas hacer?

Él se separó un poco y la miró intensamente, antes de acariciar su mejilla con dulzura.

—Quiero estar contigo—dijo, en voz baja, sincero. 

—¿No te parece que sería un poco extraño?

—No le veo lo extraño. 

—Yo sí—lo contradijo ella y cerró sus ojos, disfrutando de su caricia—. Para ti es tu enemigo, pero para mí no deja de ser mi padre.

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora