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Rin cerró sus ojos con fuerza al tiempo en que su espalda se arqueaba en medio de una violenta sacudida. Las manos, que se mantenían firmes en su cadera, se enterraron aún más. Sintió dolor, una fuerza excesiva y una serie de embestidas que parecían no tener un final. 

En medio de esos momentos, no podía controlar los sonidos que salían de su boca. Simplemente, los dejaba salir sin más. Uno tras otro, cada uno más alto que el anterior, al punto en que parecía que estaba gritando. 

«Ay, pero qué delicioso», era lo único que podía pensar. No se había imaginado que esto de tener sexo, fuese tan… tan celestial.  

De repente, una mano se cerró en torno a su cuello haciéndola abrir muy grande los ojos, miró por un segundo una mirada dorada y luego sintió una mordida en su hombro. Las manos del hombre se enredaron en su cadera nuevamente, y las embestidas se intensificaron, al tiempo en que no dejaba de morderla, ocasionando así una perfecta combinación entre dolor y placer. 

Rin se afianzó con fuerza a las sábanas y sintió las recién conocidas oleadas de éxtasis. Esas oleadas arrasaban con su voluntad, con su autocontrol y la dejaban convertida en una posesa que no hacía más que gemir y gritar. 

El retumbar de la cama se detuvo un momento después, y los dos se encontraron jadeantes, con sus ojos cerrados, dejando que el sosiego regresará lentamente a sus agitados corazones. 

Pero entonces el sonido de la puerta interrumpió la escena, haciendo que ambos se girarán para descubrir la identidad de la persona que los observaba desde el umbral.

Kagura sintió que el mundo que conocía se desvanecía bajo sus pies, transportándola a una nueva dolorosa realidad. Simplemente, no daba crédito a lo que veían sus ojos. 

«Sesshomaru y… la hija de Naraku», pensó con consternación, dándose cuenta de que era real, de que no era una desagradable pesadilla. 

—Sesshomaru—soltó en medio de un susurro cargado de decepción—. ¡¿Esto… qué es?!—preguntó con amargura, haciendo que sus pasos resonaran en la habitación.

Su intención era clara, por lo que Sesshomaru no le dio tiempo a que la llevará a cabo. La mujer se encontró fuertemente sujetada por el hombre, cuando empezó a pegar gritos, exigiendo que la soltará. 

—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Esa maldita me las va a pagar!—decía encolerizada. 

Rin tomó las sábanas y cubrió su desnudez, mientras veía sin expresión la escena que se desarrollaba en su habitación.

—¡Tú, maldita perra! ¡Me la vas a pagar!—gritaba más fuerte, mientras era sacada del lugar. 

La puerta se cerró y Rin se encontró sola, desnuda, y muy cansada. Por lo que se acostó a dormir y dejó que la casa se viniese abajo si así querían, con tal de que fuese fuera de esas cuatro paredes. 

—¡Maldita sea, Sesshomaru! ¡¿Cómo pudiste?!—lloraba Kagura, dando golpes furiosos en el pecho del hombre. 

—¡Ya basta!—le decía él, sosteniendo sus manos. 

—¡Esto no tiene justificación! ¡No puedo creer que lo hayas hecho!—reclamaba.

—Tienes razón, no tiene justificación y tampoco la necesita—contestó Sesshomaru sin remordimientos.

—¿Qué?

Kagura lo miró con ojos vidriosos, sin poderse creer que le estuviese hablando de esa forma. ¿Acaso no pensaba inventar alguna excusa? ¿No pensaba hacerle creer que era un simple error? 

—¡¿Qué quieres decir con eso?!—grito más fuerte, al darse cuenta de que era así, de que él no iba a explicarse, de que tampoco le importaba que su corazón acabase de romperse. 

Pero no hubo respuesta a su pregunta, únicamente silencio. Y entonces Kagura lo entendió todo, lo vio en su mirada, en ese dorado intenso; vio la obra que esa maldita había hecho. 

—No me digas que… te gusta—murmuró, sin poder creérselo.

La pregunta pareció sumergirlo en un mar de dudas, dudas en las que evidentemente ella tenía un panorama más claro que él.  

—¡No lo puedo creer!—dijo con dolor, zafándose bruscamente de su agarre. 

Kagura corrió lejos de su presencia, porque, a diferencia de él, ella sí lo amaba, y no podía soportar el hecho de que prácticamente le confesara que estaba enamorado de otra. 

Entró a su habitación y puso el seguro, mientras no paraba de llorar. De repente, sintió una oleada de náuseas y corrió hacia el baño, dónde con una mano en el estómago, vómito por largo rato. 

Esa noche se la pasó llorando y vomitando. No entendía la razón de esto último, pero entonces recordó que hacía más de un mes que su menstruación no había llegado. 

—No puede ser—se dijo, sorprendiéndose una vez más en ese día. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora