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Esa noche, Rin soñó con manos que apretaban su cuerpo, con labios que dejaban un rastro ardiente en su piel. Las imágenes del causante eran en su mayoría borrosas, de momento veía unos ojos dorados, pero luego le parecía ver qué eran de un verde intenso.

En plena madrugada se despertó completamente sudorosa, dándose cuenta de que apretaba con fuerza las sábanas. 

—¿Y esto qué es?—se dijo enderezándose en la cama. 

Jamás había tenido un sueño tan abrumador y, mucho menos, tan realista. 

Se puso de pie y quiso abrir la puerta y salir, pero se encontró con que estaba encerrada, como siempre. 

—¿Cuándo será el día que me permitan siquiera ir al jardín?—soltó la pregunta al aire, frustrada. 

Regresó a la cama e intentó dormir, pero no, el sueño no quería acudir en su auxilio; por el contrario, lo único que hacía era repetir y repetir los sucesos ocurridos horas antes. 

—Está intentando meterse en mi cabeza, no lo dejaré—se repitió con convicción, casi al amanecer. 

Días después, Rin tuvo nuevamente otro de esos sueños, pero en esta oportunidad las sensaciones se intensificaron. Se encontró sacudiéndose en la cama, retorciéndose en medio de un placer que recién había empezado a conocer.  

—¡Ahhh!—gimió más fuerte, abriendo los ojos y dándose cuenta de que su mano había viajado hasta el punto medio entre sus piernas. 

Pero ese fue apenas el inicio de las sorpresas, su corazón se aceleró al percatarse de la presencia de una figura en una esquina de la habitación. Por un momento, sintió una oleada de temor, y se imaginó teniendo una alucinación; pero luego se percató de que, no estaba en medio de un trance, no, la intensidad de esos ojos dorados no podía imaginarse. 

Se quedó muy quieta, con la garganta seca, viendo cómo se alejaba de la penumbra y mostraba su rostro. Su imagen era un contraste total entre la belleza de un ángel y la maldad de un demonio. Era hermoso de una manera retorcida que no podía ni siquiera comprender. 

“¿Qué hace aquí?”, quiso preguntarle, pero su voz no parecía dispuesta a colaborarle, no parecía dispuesta a reprocharle su presencia ni a decir ninguna de esas palabras cortantes con las que solía dirigirse a él. 

Lo vio caminar hasta la cama y lo vio sentarse en la misma; sintió su mano en la mejilla y luego una leve caricia, que ocasionó que sus labios se entreabrieran de forma sumisa. 

«Oh, qué traidor era su cuerpo en ocasiones», pensó, sintiéndose enojada con su propia reacción. 

—Márchese, no debería estar aquí—dijo al fin.

—¿Qué estabas soñando, Rin?—le preguntó Sesshomaru con voz baja, en un tono que le resultó de más de seductor. 

—¡Qué le importa!—contestó con malcriadez, evitando dejarse seducir por su voz. 

—Espero haber estado presente en ese sueño—prosiguió con el mismo tono y con una mirada intensa, que envió oleadas de electricidad a todo su cuerpo—, y si no fue así, entonces me encargaré de aparecer en todos los siguientes. 

—¿Qué?

Rin lo miró perpleja por un segundo, un segundo en el que él le devolvió la mirada y pudo detallar toda su determinación. No le quedaban dudas, Sesshomaru había decidido no solamente jugar con su mente, sino también meterse en su cama.

Inmediatamente, la tomó por la cintura con una mano y con la otra presionó un punto específico de su intimidad. Rin abrió muy grande los ojos ante su acción, ante ese atrevimiento que no había podido prever. 

—No me toque—murmuró, tratando de apartarlo. 

—¿Por qué no?—susurro él encima de sus labios, sin soltarla. Moviendo sus dedos con suma maestría, haciéndola jadear por lo sensible que se encontraba en dicha zona.

—Porque esto no…

—Esto es lo que debe ser—la acalló, moviéndose con mayor ímpetu—. Eres mi mujer—completó en un tono posesivo. 

Rin iba a contestar que no lo era, como solía hacer. Pero no le dio oportunidad. Su boca se encontró lo suficientemente ocupada después de eso. 

Se deshizo entre sus brazos sin querer, era algo más fuerte que su propia voluntad. Las sensaciones la comenzaron a abrumar, dejándola convertida en un manojo tembloroso entre esas manos experimentadas, entre esas manos dispuestas a hacerle tragar sus palabras.

“Mía” “Mía”, parecía decirle con cada beso, con cada caricia, con la fuerza con que la apretaba contra las sábanas. 

«Esto no puede ser. No puede ser», pensaba recordando a Kirinmaru, pensando en que debería ser él su primera vez. 

—Yo no… no puedo—balbuceó entre jadeos. 

—Sí, si puedes—insistió él, haciéndole jadear cada vez más fuerte. 

De un momento a otro se encontró desnuda y se dio cuenta de que su ropa había sido rasgada. También se percató de que había manos en todas partes, apretando sus senos, jugando con sus pezones, amasando sus nalgas; también notó que esos labios besaban su piel mucho mejor que en sus sueños, que las sensaciones estaban a otro nivel. 

Cerró sus ojos dejándose llevar aun sin quererlo; pero esto no era amor, concluyó entonces evitando sentirse mal. Esto era simple pasión, un deseo carnal, un instinto animal. 

Y justo así, Sesshomaru la tomó esa noche. Fue doloroso al inicio, sintió las lágrimas, correr por sus mejillas y un ardor que le hizo contener la respiración por un momento; pero luego, él simplemente se dejó llevar y ella enredó las piernas en su cadera, sintiendo como entraba y salía de su interior. 

“Me duele”, estuvo a punto de protestar en un momento determinado, pero de alguna manera no hizo falta hacerlo, el ritmo disminuyó por sí solo, sus ojos dorados la miraron y luego le dio un beso que no combinaba para nada con la ocasión. Era un beso dulce, excesivamente tierno. 

La beso un rato más de esa forma y ella se dejó envolver por la inusual atmósfera, hasta que fue necesario romper el beso, porque había algo más urgente que atender entre los dos.

El ritmo volvió a ser rápido, desenfrenado; y ella se aferró más fuerte, arañando su espalda, dándole golpecitos furiosos con los talones en la cadera. Era una antesala caótica a la explosión que se estaba a punto de desatar. 

Rin esa noche durmió de una manera tan profunda, ni siquiera fue consciente cuando el hombre se marchó, mucho menos fue consciente de su aspecto. Pero al amanecer se dio cuenta de que había quedado convertida en un desastre, un desastre lleno de cardenales y marcas de dedos.  

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora