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La presencia del hombre irrumpió en la habitación, haciendo que el cuerpo de Kagura se llenará de adrenalina. 

—Sesshomaru—dijo sorprendida, no esperaba que la atrapara con las manos en la masa. 

—¿Qué estás haciendo aquí, Kagura?

Los ojos dorados brillaron con una intensidad feroz. Parecía molesto, aunque no entendía muy bien la razón.

—Yo solamente estaba dándole una visita a nuestra rehén. Ya sabes—dijo con simplicidad, como si el hecho de dejar a Rin ensangrentada y llorando en el suelo fuese lo más normal. 

El hombre le dedicó una leve mirada a la muchacha y luego volvió a posar sus ojos dorados en Kagura. 

—Es mejor que evites hacer tus visitas—puso especial hincapié en la última palabra—. Se te puede ir la mano, Kagura—le recordó algo que parecía olvidado. 

Kagura sabía muy bien a qué se refería, y el riesgo que implicaba estar a solas con la niña, ya que si se dejaba llevar por su odio, podría terminar matándola y eso lo perjudicaría. 

—Lo sé. Pero mírala—la señaló—. Está bien, no le ha pasado nada.  

Rin los miró a ambos con ojos temerosos, aquel par le parecía una pareja de desquiciados, los cuales hablaban de maltratarla como si fuese lo más divertido del mundo. 

Los ojos dorados se posaron en la joven nuevamente, esta vez de forma calculadora, detallando su rostro por algunos segundos en los cuales su expresión no se alteró ni un poco. 

—No quiero que se repita—le dijo entonces a su cómplice.

Aquello generó una mueca de inconformidad en la mujer, quien no entendía por qué no la dejaba maltratarla. Sabía que no podía morir, pero unos golpecitos de vez en cuando no causarían mayores problemas. 

Y mientras Kagura pensaba en ello, un golpe seco en la puerta se escuchó, ocasionado que Rin se estremeciera. 

—Sesshomaru, tenemos problemas—informó un sujeto con tono urgente. Su rostro serio y sus ojos estaban llenos de preocupación.

—¿Qué sucede?

—Hay hombres armados rodeando la casa.

La mirada del hombre se afiló como un cuchillo, mientras que Kagura frunció el ceño con determinación. 

—Naraku—murmuró la mujer y volteó a mirar a la muchacha con profundo rencor. 

Inmediatamente, los tres sujetos desaparecieron de la habitación, dejando a Rin golpeada, pero al mismo tiempo esperanzada ante la presencia de los hombres de su padre. 

«¿Acaso venían a rescatarla?», se preguntó. 

Afuera, una furia incontrolable se apoderó de Sesshomaru, quien no estaba dispuesto a permitir que Naraku y su gente se salieran con la suya. Un poco más atrás, le seguía Kagura casi pisándole los talones.

—Señor, señor—corrió Jaken tratando de alcanzar a su jefe—. Parece que vienen por la niña. 

Tras las palabras del hombrecito, se desató el caos. Se empezaron a escuchar disparos y el olor a pólvora llenó el ambiente.

Sesshomaru frunció el ceño y sacó su arma, mientras ordenaba a su gente no permitirle la entrada a los invasores. 

—Son muchos, señor—le notificaron. 

Una maldición baja surgió de los labios de Sesshomaru, quien se encontraba en un momento de indecisión. 

Sus hombres, inferiores en número y armamento, luchaban con ferocidad, pero era evidente que no podrían resistir por mucho tiempo. Debía tomar una decisión…

Dos opciones se abrían ante él: enfrentar a los atacantes y morir en la batalla, o huir y llevarse consigo a Rin. La primera opción era un suicidio, la segunda, una apuesta arriesgada.

Su mirada se posó en Kagura, que lo miraba expectante ante su decisión.

—Vámonos—ordenó. 

Kagura asintió desenfundando su arma y disponiéndose a efectuar el escape, cuando notó que Sesshomaru regresaba sus pasos a la habitación que acababan de dejar atrás. 

—¿A dónde vas?—le preguntó, aunque era bastante obvia la respuesta. 

—Avanza—indicó sin intención de dar ninguna explicación. No había tiempo para boberías. 

La mujer se fue recelosa en compañía de Jaken, quien ya tenía todo dispuesto para la partida, solamente faltaba su jefe y la muchacha, pues era obvio que no podía dejar el boleto que le permitiría recuperar sus empresas de forma definitiva. 

Sesshomaru entró a la habitación de Rin como un torbellino y la tomó del brazo arrastrándola por un pasillo lateral. Para ese punto, los hombres de Naraku ya habían empezado a entrar en la propiedad, ocasionando que tuviese que esquivar balas y matar a algunos. 

El corazón de la jovencita latía desbocado ante el panorama tan desalentador, no sabía qué pasaría a continuación y eso la asustaba. El rugido de las balas y las explosiones la envolvía en una ola de terror que le impedía pensar con claridad.

Sesshomaru la arrastraba por un pasillo oscuro, su mano áspera y sudorosa sujetando su brazo con una fuerza brutal.

En medio de aquel caos salieron de la casa y justo cuando había sido empujada para ser subida en un auto, pudo mirar nuevamente a su antiguo guardaespaldas.

La mirada de ambos se encontró por un segundo a pesar de la distancia y estuvo tentada a morder a su captor y correr en la dirección de su amigo. No le importaba si moría en el proceso, solo quería estar junto a él, aunque sea una vez más. 

—¡Kirinmaru!—gritó con una voz que apenas era un susurro.

El hombre en cuestión, frunció el ceño con determinación al reparar en su aspecto, su rostro magullado y esa sonrisa rota cargada de alivio. 

—Rin—murmuró, mientras con paso firme intentaba acortar la distancia. 

Pero antes de que pudiese hacer algo, Sesshomaru la empujó con fuerza, obligándola a entrar al auto. 

Inmediatamente, la pistola de su captor apuntó a su amigo, quien afortunadamente esquivó uno a uno los disparos. 

La escena se cargó de horror, que se mezclaba con miedo y esperanza. Lamentablemente, no le resultó posible a su guardaespaldas llegar hasta ella, cuando los hombres de Sesshomaru se interpusieron en su camino. 

El auto arrancó cuando el demonio blanco subió y Rin cerró sus ojos con fuerzas y dirigió su mano a su pecho, orando silenciosamente por la seguridad de su guardaespaldas. Lo que no sabía la joven, era que el demonio tenía los ojos fijos en ella, y la miraba con el ceño fruncido. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora