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Había pasado más de una semana desde que regresó al lado de su padre. Él había venido a visitarla diariamente, le acariciaba los cabellos y trataba de recuperar aquella conexión que los unió en el pasado, la cual lamentablemente estaba irremediablemente rota. 

Con cada rechazo, Naraku dejaba ver un poco más de su verdadera faceta. Poco a poco, la máscara se resquebrajaba ante sus ojos. 

—Estás siendo terca—camino el hombre de un lugar a otro—. Tienes esa misma mirada y el mismo desafío de tu madre.

—¿De qué hablas, papá?

—Tus ojos. 

Naraku se acercó y la agarró por la barbilla a la vez que se cernía sobre ella. Su mirada rojiza estaba ligeramente desquiciada, sus pupilas extremadamente dilatadas, dando la apariencia de que no estaba en sus cinco sentidos. 

—Oh, esos ojos—siguió diciendo, absorto—. Son tan iguales. 

De pronto, pasó sus dedos por su cabello e intentó alisarlo con movimientos bruscos.

—Pero tu cabello es más rebelde. 

—Papá, me lastimas. 

Rin trató de apartarle la mano, porque sus dedos estaban tratando a la fuerza de alisar su cabello ondulado. 

—También es más castaño—siguió diciendo Naraku, haciendo que su mano ahora se moviera de forma más frenética, arrancándole mechones a su paso.

—Me duele—dijo la joven echando su cabeza hacia atrás y alejándose definitivamente de su agarre. 

—Ella me miró igual—continuó diciendo el hombre con una voz molesta—. Odiaba mucho esa mirada, Rin. ¿Por qué no puedes seguir viéndome como antes? ¿Acaso quieres repetir los mismos errores de tu madre? 

—¿Qué quieres decir con eso, papá?—no entendió—. ¿Acaso mamá también descubrió quién eras en realidad?

—Tu madre me amaba, pero tuvo que arruinarlo—la rabia presente en su voz. 

—¿Pero qué dices, papá?

Rin sintió una opresión en el pecho. ¿De qué estaba hablando? 

—Lo descubrió todo y luego amenazó con irse—sus ojos se volvieron más rojos y una lágrima se deslizó por su mejilla—. No podía permitir que se fuera, Rin. Tú lo entiendes, ¿verdad?

—No, papá. No lo entiendo—lloró también, sin saber exactamente el motivo. Pero había algo en las palabras de su padre que le hacían sentir terriblemente triste.

—¡Entiéndelo, Rin!—Naraku se acercó nuevamente y la sacudió—. ¡Ella quería irse, quería alejarte de mi lado!

—¡¿Qué le hiciste, papá?!—gritó—. ¡¿Qué le hiciste?!

El rostro del hombre se desfiguró en una expresión de horror. A su mente llegó la visión de un piso manchado de rojo, sangre esparcida en todo alrededor, un cuerpo inerte en el medio de aquel charco, los cabellos lisos y negros completamente mojados. Kikyo sin vida y él la había matado. 

—No pensé en lo que hacía, Rin—su voz se suavizó con arrepentimiento—. Cuando vi que tenía sus cosas listas para irse. No lo pensé. El arma se disparó y luego Kikyo no volvió nunca más a abrir sus ojos. 

—¡No!—lloró Rin con dolor, dándole fuertes empujones. 

Naraku recibió los golpes de su hija, mientras su mente viajaba al pasado. El día en que conoció a Kikyo en la universidad, su mirada altiva, esa expresión fría e indiferente hacia los demás. Mentiría si dijera que no se enamoró de ella desde ese preciso instante. La verdad era que sí lo hizo, la amo desde ese día y su ennegrecido corazón recibió la dicha de ser correspondido más adelante. 

Le pidió matrimonio como lo haría cualquier joven enamorado y ella aceptó. Al principio fue difícil hacerla desistir de trabajar cuando quedó embarazada. Pero con el tiempo Kikyo aceptó, y él le prometió que no tenía que preocuparse por nada, porque iba a darle absolutamente todo. 

La vida después de eso fue próspera para ambos, aunque ella no tenía ni idea del verdadero origen del dinero que entraba a la casa. Fue un error involucrarse en negocios sucios, la verdad era que Kikyo lo hubiese querido aún sin nada. 

Pero cuando lo descubrió todo, ella lloró, lo empujó justo como lo hacía Rin en ese instante, y juro desaparecer, no permitir que las encontrara. Naraku sabía que Kikyo era una mujer decidida y cumpliría con su palabra. Por eso ese día, cuando la vio empacarlo todo, su único pensamiento fue encerrarla, secuestrarla, obligarla a quedarse a su lado. 

Pero Kikyo no era una mujer a la que le gustase ser obligada, tenía carácter, era fuerte y muy desafiante. 

—¡Eres un bastardo!—le gritó con una de sus miradas altivas—. ¡Me engañaste todo este tiempo! 

—¡Detente, Kikyo! No puedes irte de mi lado—trato de acercarse y deshacer el bolso en dónde había empacado sus cosas.

—¡Claro que puedo, animal!—lo empujó con rabia—. ¡No permitiré que nos involucres en toda tu mierda! 

—¡Kikyo!—le advirtió al ver lo enfurecida que estaba—. Detente, no me hagas usar la fuerza. 

—Ah, es que piensas retenerme en contra de mi voluntad—alzó la barbilla—. ¿Por qué será que no me sorprende?

—No es eso lo que quiero, lo sabes—suspiró—. Nos amamos, Kikyo, ¿lo recuerdas? 

—No, yo no te amo—le dijo sin filtros—. ¡Yo amaba a alguien que no existe!

—¡Kikyo!—le advirtió nuevamente, sus dientes crujieron con fuerza. 

—¡Apártate!

Kikyo lo empujó nuevamente y se dirigió a la puerta, en la misma podía verse asomada una pequeña cabecita. Era una niña de unos dos años. 

—¿Rin, por qué no estás esperándome en tu habitación?—le preguntó Kikyo al ver que los estaba espiando. 

—Mami, ¿puedo llevarme mi muñeca?—balbuceó la pequeña.

—Sí, cariño. Ve y búscala, nos vamos. 

Los pasitos de Rin se escucharon en el pasillo, al mismo tiempo en que, un arma apuntaba en su dirección. 

—No te atrevas a irte, Kikyo. 

La mujer miró por encima de su hombro como la apuntaba con la pistola, sin embargo, eso no la acobardó. 

—¿O qué?—lo desafío. 

—O si no, voy a matarte. 

Naraku esperaba que eso la hiciera desistir de la idea, sin embargo, Kikyo solo bufó y siguió con su camino. Lo que vino después se trató de un mero impulso, su dedo apretó el gatillo y en segundos el cuerpo de la mujer estuvo en el medio de la habitación, cubierto completamente de sangre. 

Los pasitos de Rin volvieron a escucharse, pero antes de que la niña entrara en la habitación, él cerró la puerta con seguro. 

—¡Mamá irá en un momento, Rin!—le dijo—. Espera en tu habitación. 

Para una niña de dos años perder a su madre había sido un proceso muy duro, pero con el tiempo lo olvidó. Naraku se encargó de inventar una historia al respecto y evitarle el dolor de conocer una muerte tan trágica. 

Naraku nunca pudo perdonarse por el hecho de matar a Kikyo así que se aferró a Rin, como lo único que le quedaba de la mujer que tanto amo. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora