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Su reflejo en el espejo le mostraba a alguien completamente diferente, a alguien a quien no lograba reconocer. ¿Quién era esa mujer? De lo único que estaba segura, era que no era ella.

Habían pasado varios días desde que había llegado a ese nuevo lugar. Una habitación mucho más cómoda que la anterior, la cual le hacía sentir extraña. 

«¿Por qué tantas atenciones?», se preguntó. 

Incluso un médico la había visitado al día siguiente de su llegada a ese sitio, atendiendo sus heridas y dándole medicina. También le habían dado la libertad de bañarse y le habían traído ropa nueva.

Al mirarse en el espejo nuevamente, la sensación de no reconocimiento persistía. Ya no era la misma jovencita de la alta sociedad, con su pelo largo y bien cuidado, ni con sus vestidos elegantes. Su rostro ahora estaba pálido y demacrado, marcado por las ojeras y la tensión de su cautiverio. Su pelo, antes largo y sedoso, ahora estaba corto y disparejo, cortado a la fuerza por el puñal de ese demonio.

Al recordar aquel hecho, algo en su mirada cambió. Tampoco era la misma niña asustada e indefensa que cayó en sus manos hacía varias semanas. Ahora había una chispa de determinación en sus ojos que crecía con cada día, una fuerza interior que la impulsaba a seguir adelante. A no permitir que los malos ganarán. 

Con eso en mente, tomó la tijera que tanto trabajo le había costado solicitar; y, mirándose al espejo una vez más, empezó a cortar su pelo, mechón por mechón, dejando que las hebras cayesen al suelo como símbolo de la vieja Rin que dejaba atrás.

Con cada corte, se sentía más libre, más adulta, más fuerte. Se estaba liberando del peso de la traición, del engaño de su padre y de la mentira en la que vivió siempre. Estaba transformándose en una nueva mujer, una más adulta y resiliente que estaba dispuesta a luchar por su libertad.

No tenía idea de que le depararía el futuro, pero una cosa era segura: no volvería a ser la misma, nunca más. 

Una vez que el corte estuvo terminado, Rin suspiró. La puerta se abrió en ese momento revelando al único rostro que había visto en los últimos días. 

—Vaya, vaya, ya veo que no hará falta traer a un peluquero—se alivió el hombrecito y procedió a decomisarle la tijera que acababa de usar.

Rin lo miró extrañada una vez más. «¿Peluquero?», se preguntó sin entender aquello. 

—¿Y por qué traería a un peluquero?—decidió cuestionar. 

—No hagas tantas preguntas, niña. Solamente agradece las consideraciones que estás recibiendo. 

—Oh, vaya, muchas gracias, señor renacuajo—se mofó de su aspecto. 

—¡Más respeto, niña, no olvides dónde estás!

—¡Pues ya no les tengo miedo! ¡Ni a usted, ni a ese hombre! ¡Si no me matan es porque existe una razón que lo impide! ¡¿Dígame cuál?!—exigió saber. 

Jaken bufó. 

—No comas ansias, niña. Ya lo sabrás. Aunque no sé si te agrade saberlo—se burló con una sonrisa, que no presagiaba nada bueno. 

Dicho eso, salió de la habitación dejándola con muchas dudas y un temor que trataba de alejar. 

Horas más tarde, la puerta de la habitación se abrió nuevamente y Rin pudo ver a la figura que hacía su aparición. Se trataba del hombre, de ese hombre perverso, de cabellos plateados y ojos dorados, los cuales la veían con intensidad. Parecía ligeramente sorprendido de su aspecto. Quizás no esperaba verla bien, recuperada, ni con corte nuevo. Pero no les daría el gusto de verla mal, ya no. 

Rin sintió rabia al recordar como esa mujer la había golpeado y se había burlado de su aspecto. Si iba a morir, pues trataría de hacerlo con dignidad, no como una piltrafa, justo como le había gritado en aquella ocasión. 

—¿Qué quiere?—lo encaró con voz firme, un instante antes de que terminara de ingresar en la estancia. 

El hombre no contestó, solamente acortó la distancia en grandes zancadas y tomó su mano izquierda. 

La jovencita sintió que los latidos de su corazón aumentaban, al tiempo que el temor volvía a hacer su aparición. No pudo evitar recordar la ocasión en que aquella mujer amenazó con cortarle los dedos, será que ahora sí….

"La próxima vez no vendré para cortarte solo cabello…"

—¡No, suélteme!—forcejeo.

El agarre del hombre se incrementó y aunque quiso protestar y luchar para que la soltara, su fuerza era nula en comparación. 

Rin miró con horror como el hombre con su mano libre procedía a sacar algo de su bolsillo, lo cual le hizo cerrar los ojos con fuerzas, no quería presenciar lo que le haría. 

Los segundos pasaron uno a uno como una tortura, la jovencita con sus ojos cerrados esperaba sentir el pinchazo de dolor, pero nada de eso sucedió, por el contrario, sintió que algo se deslizaba en su dedo anular, haciendo que sus ojos se abrieran de inmediato. 

—¿Qué es esto?—pregunto con estupefacción al ver la argolla en su dedo. 

Los ojos de ambos se encontraron en ese momento, la mirada castaña estaba cargada de desconcierto, mientras que la dorada no era más que un témpano de hielo. 

Ante la falta de respuesta, Rin intentó liberar su mano y quitarse aquello, pero el hombre la presionó más fuerte, impidiéndoselo. 

—Quíteme eso—exigió. 

Su voz surgió débil, temblorosa, estaba muerta de miedo. Aquello… aquello no podía ser lo que estaba pensando, ¿cierto?

—No—finalmente se dignó a hablar—. No te lo quitarás y a partir de hoy, lo usarás siempre—fue su contestación, una contestación misteriosa, que la dejó con más dudas.

—No—se negó rotundamente ante la falta de claridad—. No quiero usar nada que provenga de usted, así que quítemelo. 

Sesshomaru frunció el ceño y la miró con rabia. 

—No te lo quitarás—su voz, una clara amenaza. 

La jovencita hizo acopio de toda su fuerza y se liberó finalmente del agarre del hombre, mirándolo con fiereza, se deshizo del anillo y lo tiró al suelo. 

La reacción que siguió a continuación fue algo que no esperaba: su espalda chocó con la pared y su acompañante, convertido en lo que era, un demonio, la miró con aquellos ojos dorados bañados en rojos. 

—Te guste o no, vas a usarlo—le dijo tomándola de la barbilla para que lo mirara a los ojos. 

Inmediatamente, su visión comenzó a nublarse presa de todas las emociones turbulentas que aquel atropello le generaba. 

—No—siguió diciendo, su voz ahora mucho más baja. 

—Sí—la contradijo el hombre—. Lo usarás, y ¿sabes por qué?

Rin no quiso contestar, tenía una idea del significado de todo aquello, pero le aterraba confirmarlo. 

—No eres tonta, después de todo—se burló el hombre, al darse cuenta de que ya había adivinado lo que significaba. 

—No lo entiendo—murmuró con lágrimas en los ojos—. ¿Acaso el plan no era matarme?

—Cambio de planes, Onigumo—dijo con frialdad. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora