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Rin estaba sentada en la cama acariciando sus labios, mientras recordaba el beso que le había dado a Kirinmaru. Cada vez que pensaba en su atrevimiento, en ese impulso descontrolado que la había embargado, sentía que sus mejillas ardían. 

La cara de Kirinmaru había sido de desconcierto absoluto, era evidente que él no se esperaba una cosa así. 

Y aunque en sus sueños era él quien la besaba, entendía que para él eso no sería fácil. Después de todo la conocía desde que era una adolescente, una mocosa de quince años y, seguramente, seguía viéndola de la misma forma. 

«Pero ya no soy una niña», se dijo Rin, convencida de que ahora era una mujer. 

Rin se puso de pie y se miró al espejo, mientras bajaba un poco su blusa de dormir, dejando su hombro y el inicio de sus pechos al descubierto. 

«¿Qué pasaría si dejara de verla como una niña y empezará a verla como una mujer?», se preguntó absorta entre el recuerdo de sus labios y la idea de que le correspondiera de la misma forma.  

De repente, unos pasos resonaron en la habitación y alguien la agarró del brazo tirándola con fuerza en la cama. Todo fue tan rápido que Rin no lo vio venir, se encontró con su corazón desbocado y con sus ojos horrorizados, viendo al hombre que tenía delante.

—¿Qué cree que hace?—quiso reclamarle. Pero él no le dio tiempo a decir una palabra más. 

Como se le había hecho costumbre, la agarró del cuello y por la fuerza que ejerció, y por esos ojos dorados siniestros, Rin sintió que esta vez sí la iba a matar. 

—¡S-suélteme!—trató de apartarlo, pero sin importar que pusiera todo su esfuerzo en ello, aquel brazo parecía hecho de acero. 

Pero entonces sus ojos, esos que la veían con tanta furia, pasaron no solamente a ver su cara, sino que su mirada viajó un poco más allá. Rin se percató de que la tela de su blusa se había corrido lo suficiente, como para permitirle ver una gran porción de piel. 

Sesshomaru regresó sus ojos a los de ella, y aflojó un poco el agarre, pero antes de que pudiese tomar una gran bocanada de aire, los labios masculinos apresaron los suyos, impidiéndoselo.

Lo que ocurrió después, Rin no lo supo describir con exactitud. Lo único que sabía era que una mano se cernía en su cadera, apresándola, clavándole los dedos; mientras que la otra mano seguía allí, en medio de su cuello, dominándola y quitándole el aliento. 

—Necesito respirar—gimió Rin, sintiendo que se asfixiaba.

El hombre le concedió la oportunidad de tomar un poco de aire, pero fueron escasos segundos nada más. 

Rápidamente, volvió a besarla y Rin pudo constatar en varias cosas: había algo animal, irracional, en la manera en la que la besaba. Se mostraba urgente, deseoso, furioso, una serie de sentimientos mezclados que parecían superarlo. 

De repente, sus labios no parecieron ser suficientes para él, empezó a besar su cuello, su clavícula, el inicio de sus pechos; a la vez en que sus manos soltaban las áreas que mantenían apresadas, y pasaban a amasarle los senos, las nalgas, cualquier porción de piel que se encontrara. Rin estaba segura de que aquello le dejaría marcas de dedos en todas partes. 

—¡Basta!

Rin le dio un fuerte empujón y logró alejarlo lo suficiente como para enderezarse en la cama. 

—¿Qué cree que hace?—le reclamó— ¡No me puede besar ni tocar de esa forma!

—Claro que puedo—la corto el hombre con los dientes apretados como un animal rabioso. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora