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—Hay que limpiar este desastre—dijo una voz masculina a su acompañante. 

—Recógelo tú—renegó su compañero.

—No puedo solo, es muy pesado, ¿no lo ves?

—Pues creo que necesitaremos más ayuda. 

Ambos hombres se acercaron y observaron detenidamente el rostro, del que en un pasado había sido la mano derecha del demonio blanco. 

—Tú te lo buscaste, viejo sapo—dijo uno de ellos, con una inclinación de cabeza, a modo de respeto. 

—Oye—el otro de repente golpeó a su compañero—, mira, parece que sigue respirando. 

—¿Qué?

Los dos hombres contemplaron detenidamente el cuerpo que se suponía debían de recoger y se dieron cuenta de que, en efecto, el viejo no estaba muerto. 

—¿Pero cómo es posible?—se sorprendieron al tiempo en que se miraban entre sí, pensando en qué hacer con el “cadáver”.

[…]

—Llegamos—anunció Kirinmaru, llevando a su lado a una Rin que se negaba a caminar—. Rin, coopera, por favor—exigió jalándola más fuerte. 

—No, te he dicho que no quiero estar aquí—repitió la muchacha su solicitud. 

—¿Cómo que no quieres, Rin?—la miró, deteniéndose. 

—¡No quiero!

—Rin.

Kirinmaru se acercó y posó una mano en su rostro, acariciándola. Rin se echó hacia atrás, sorprendida por el tacto, pero a la vez sonrojada. 

 —Sé que estás asustada, pero no tienes nada que temer, lo juro. 

—Kirinmaru, muchas cosas han cambiado en estos meses, yo…

—Rin, sin importar lo grave que sea, lo superaremos juntos—la animó, con aquel tono dulce que ella recordaba. Por un momento le pareció que estaba de regreso al pasado, con su guardaespaldas, con su amigo. 

Pero de repente, Rin negó y suspiró, ya nada era igual, ya nada podría ser igual. Una avalancha de recuerdos pasó por su mente: sus noches, sus días, Sesshomaru, ella, él. 

«Estás a salvo, Rin», le decía su subconsciente, pero no lograba sentirse de esa manera. 

—Tu padre te espera. 

—¿Mi padre?

Realmente aquello provocó que no quisiera entrar a ese lugar, la sola idea de verle la cara le generaba una sensación de escalofrío.

—Vamos. 

Kirinmaru la llevó finalmente, mientras su corazón latía desbocado por el miedo. Ese ya no era su padre, ese Naraku no era su padre, su padre murió en el mismo instante en que la había apuntado con arma muchos meses atrás. En su lugar, ahora había un hombre malo, un hombre que había destruido la vida de muchas personas. 

—Mi pequeña flor.

Rin escuchó esas palabras y se estremeció, al tiempo en que la figura de su padre se hacía visible. Naraku, con su cabello negro y sus ojos siniestros, la miraba con adoración. 

—Oh, pero mira qué grande estás—continuó diciendo, acercándose. 

—P-papá—fue lo único que logró decir Rin, titubeante.

Naraku la revisó buscando alguna muestra de maltrato y luego tomó su rostro entre sus manos. 

—¿Te hicieron algo, cariño? ¿Hay algo de lo que quieras venganza?

—No—negó con sus ojos llorosos. 

—Rin, díselo a papá—le alzó la barbilla y la miró fijamente—. ¿Ese maldito de Taisho te hizo algo?

De repente, ante la mención de Sesshomaru, ella sintió un verdadero terror. Este hombre era malo, este hombre no era su padre y quería acabar con la vida de la persona a la que ya había destruido en el pasado. 

—Suéltame—dijo entonces, alejando su toque—. No voy a permitir que sigas haciendo daño, papá—lo encaró firmemente.

—Oh—Naraku se relamió los labios y luego negó—, veo que sigues con esa actitud, mi flor. Pensé que ya lo habías superado. Soy esto, Rin—dijo alzando los brazos—, pero también soy tu padre, por mucho que ahora te cueste aceptarlo. 

—Papá, está mal, todo esto está mal. ¡No quiero estar contigo! ¡No quiero!

—Pues no hay más alternativas—el tono de su voz se endureció—. Eres mi hija y estarás de mi lado. 

—¡No!

—¡Sí!—Naraku la agarró de la barbilla y la sacudió—. ¿O es que hay algo más que deba saber? Dime, Rin, ¿acaso te enamoraste de ese tipo?

—¿Qué?

Rin abrió muy grande los ojos y se echó hacia atrás, sorprendida. 

—No—negó al instante. 

«Claro que no», se dijo y sus ojos viajaron hacia Kirinmaru, el cual también le devolvió la mirada. Se suponía que su amor estaba allí, en esos ojos verdes, no en unos ojos dorados. 

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora