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De alguna manera sabía que la tragedia formaba parte de su vida. Su padre era un mafioso y un asesino, su esposo era exactamente lo mismo, y Kirinmaru, su buen amigo, tampoco estaba muy lejos de ese camino. 

Ciertamente, le gustaría revertir su vida y transformarla en una completamente diferente o, simplemente, no haber nacido como Rin Onigumo, porque estuvo condenada desde el mismo instante de su nacimiento.  

—No lo hagas, por favor—suplicó con lágrimas corriendo por sus mejillas, mientras veía como Sesshomaru sacaba un arma y apuntaba a la cabeza de su amigo.

La respuesta de él, fue apartarla como si se tratase de un molesto mosquito. No pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos en medio de su impotencia y, prácticamente, al instante los disparos comenzaron a aturdirle los oídos. No fue uno, fueron muchos.

—¡No!—gritó con dolor, al tiempo en que sentía que una mano la jalaba y la lanzaba al suelo. 

Los disparos se siguieron escuchando uno tras otro, comprobando entonces con horror que, no era únicamente Sesshomaru quien disparaba, sino que había hombres armados saliendo de todas partes. En este punto no podía distinguir quiénes eran los hombres de Sesshomaru y quiénes eran los de su padre. 

La sangre comenzó a bañar las paredes y ella se arrastró hasta donde se encontraba Kirinmaru, abrazándolo y protegiéndolo con su cuerpo para que no recibiera ningún disparo. Afortunadamente, seguía respirando, su pecho subía y bajaba tenuemente con cada inhalación. Necesitaba salvarlo. 

«¡¿Pero cómo?!», se preguntó, en medio de la adrenalina y el pánico. 

—¡Aléjate de mi hija!

De repente, se escuchó la voz de su padre y Rin se giró para mirarlo: sus ojos rojos relucían macabramente, mientras sostenía una mujer a la fuerza, la cual no dejaba de luchar para liberarse. Esa mujer era Kagura. 

—¡Suéltame, maldito bastardo!—gritaba con desesperación.

—Shh, silencio, perra sucia—le jaló los cabellos—. ¿O es que quieres que te pegue un tiro aquí mismo? Seguramente sería un buen espectáculo para tu querido amante, aunque claro, olvidaba que a él no le importas en absoluto. ¿O no es así, Taisho?

El mencionado apretó fuertemente el arma que sostenía, dando la apariencia de que si ejercía un poco más de presión podría incluso destruirla.

—Vamos, Taisho, esta pobre cosa está esperando que le digas que la quieres—se burló, clavándole el arma en la cabeza—. Miéntele, por lo menos, para que se vaya con un buen recuerdo.

—¡Papá, déjala!—intervino Rin, sin poder contenerse. 

En ese momento, Sesshomaru la miró de soslayo y sus ojos dorados parecieron decirle un claro y molesto: «no te entrometas».

—Oh, cariño, ven aquí. No temas—sonrió, como si supiera algo que ella ignoraba—. No te hará nada—aseguró malicioso.

Rin pensó en la idea de obedecer a su padre y a la vez salvar a Kirinmaru, era muy tentador si lo veía de esa manera. Pero entonces, ¿qué pasaría con Sesshomaru? ¿Acaso iba a matarlo?

—No, papá—se negó—. Por favor, suéltala.

—Rin, Rin—canturreó su nombre con cansancio—. Siempre quise mantenerte alejada de todo esto, pero me obligas a hacerte presenciar todo de lo que soy capaz. No creas que porque estás aquí y porque dices “por favor” no voy a matar a este tipo o a esta mujer, claro que lo haré. Pero primero voy a divertirme. ¿Verdad?—preguntó a su prisionera, haciéndola gritar con un nuevo jalón de cabello—. ¡Vamos, Taisho, tú también tienes algo que yo quiero! ¡La puedes usar!

—¿Estás seguro de que eso quieres?

—Claro—la suficiencia bañando su voz.

Sesshomaru gruñó ante su pretensión, porque comenzaba a entender cuál era su juego. Solamente quería probar un punto, darse cuenta de que, aunque tenía a Rin en su poder, no podía causarle daño. No podía hacerlo, porque lamentablemente Rin se había convertido en otra debilidad.

—Ya veo—sonrió de nuevo, esta vez se vio toda su dentadura amarillenta—. Quién lo diría, ¿eh, Taisho? Es un juego cruel del destino, ¿no te parece?

Y como si no necesitara otra confirmación, la pistola de Naraku apuntó hacia Rin haciéndola soltar un jadeo de la impresión. 

—Vamos, Taisho, suelta el arma—ordenó, socarronamente—. Oh, créeme, no querrás probar si soy capaz o no de dispararle. ¡Te sorprenderías!—por su tono, estaba más que claro que su estado mental estaba bastante alejado de la cordura. 

Cuando Sesshomaru hizo el ademán de obedecer, Naraku susurró: 

—Lo ves, Kagura. Por ti no fue capaz de mover un dedo, pero por ella es capaz hasta de entregar su vida—le dijo con palabras cargadas de malicia, un instante antes de volarle los sesos.

Yako Donde viven las historias. Descúbrelo ahora