Capítulo 1

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20 de mayo de 1939.

Aprecié el plato con sopa que me servía mamá. Aquella comida se había vuelto parte de mi rutina. Sonreí sin ganas ante el alimento y con la cuchara lo probé. Su sabor era tan malo como la primera vez. Escasos pedazos de pollo flotaban en el líquido amargo. Una vez mi padre tomó el primer bocado, mi madre y hermana tuvieron el permiso de sentarse a la mesa.

La cena era tan silenciosa como de costumbre, solo se escuchaba el sorbido de la boca del jefe de familia. Aquella asfixiante escena se vio interrumpida por la voz de la mujer, quien, tras hablar sin autorización, recibió una mirada fulminante de su esposo, la cual ignoró.

-Fritz -me llamó, su tono denotaba alegría-, te he conseguido un empleo -aquella noticia hizo sonreír a todos los presentes, incluso a mi padre, quien, para disimular su felicidad, dio otra probada a la sopa-. Es en casa de los Meyer. Serás jardinero.

- ¿¡Qué!? -expresó estupefacto el hombre- ¡Mi hijo no tendrá ese trabajo tan... débil! -habló, deteniendo la grosería que diría- ¡Él trabajará el campo como hice yo y todos sus ancestros!

-Mi amor, pero la paga es muy buena y necesitamos el dinero...

-No lo necesitaríamos si me dejaran trabajar -intervino mi hermana dejando de lado el tazón medio vacío.

- ¡Ya hemos discutido este tema, Erika! Usted es una mujer y, como tal, debes dedicarte a la cocina y el hogar. Tú único deber es encontrar un buen marido.

Las mejillas de la joven se tiñeron de rojo ante la furia. Ella odiaba ese estereotipo y afirmaba que las mujeres podían hacer mucho más que cocinar y cuidar niños. Mi papá, por otra parte, se negaba a aceptar dinero de una muchacha.

La cena pasó de ser algo pacífico y silencioso a miradas de odio y susurros inentendibles. A los pocos minutos, el señor de bigote se levantó, dando por concluida la comida. Se retiró y, nada más pasar por el umbral de la puerta, su esposa comenzó a llevarse los platos, estuvieran o no vacíos.

-¡No lo soporto! -culminó Erika parándose abruptamente y dando una mala cara antes de irse.

El silencio predominó por el lugar. Suspiré cansado ante las peleas que cada vez se volvían más comunes en la familia. Había momentos donde el callar era el único modo de no ser bombardeado por las críticas machistas o las ideas progresistas de una chica.

-Hablaré con tu padre para que acceda ante la oferta de trabajo. Tú convence a tu hermana de pedirle perdón.

Sin esperar una repuesta por mi parte, se marchó. Detallé la diminuta casa de madera colmada por la mugre de una familia pobre. Salí del lugar y observé el prado que rodeaba mi hogar. Desde que Adolfo Hitler había tomado el mandato en 1933 y decretado hace poco (1934) las tres k, kínder, kücher y kircher (niños, cocina e iglesia) la consigna nacionalista que decía el trabajo de las mujeres en el mundo, Erika se había vuelto más rebelde, hasta el punto de unirse con otras personas y conspirar contra las ideas machistas de la época. Varias veces había sido apresada y advertida, sin embargo, jamás hizo caso.

-Tú también crees que estoy loca, ¿verdad?

La repentina voz de ella me hizo voltearme. Sus ojos pardos mostraban un rastro rojo de lágrimas, su fina y respingada nariz también estaba colorada. Extendí los brazos y no dudó en ir hacia mí. Apoyó su cabeza en mi pecho y lloró. Yo solo le decía palabras de consuelo vacías porque, muy en el fondo, ambos sabíamos el final de su historia...

(...)

28 de mayo de 1939.

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora