Capítulo 36

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28 de marzo de 1941.

El auto se detuvo frente aquella casa, la cual se mostraba diferente ante mis ojos. Ya no presentaba su majestuosidad, sino una densa capa invisible de malicia y terror.

Me dispuse a retirar las maletas del vehículo y toqué la puerta dos veces. Un sirviente no tardó en darme la bienvenida con la típica mirada de asco oculta tras una sonrisa hipócrita.

-La señorita Erika esperaba con ansias su llegada. Se encuentra en la biblioteca.

Asentí y, dejando mis pertenecías, caminé con destino al lugar mencionado. Me tomó cierto tiempo, aún me encontraba cansado del viaje y, además, no había logrado dormir bien pensando en las consecuencias de asistir al evento.

Mi mente se había dedicado a borrar los últimos recuerdos, pero mi cuerpo aún se estremecía de solo pronunciar aquel nombre. También la idea de enfrentarme al desprecio de mi hermana me transmitía horror, sin embargo, si le daba la notica sobre el aplazamiento de su boda, podría ser distinto todo.

-¿Puedo pasar? -pregunté tontamente mientras abría la entrada.

La chica me observó desde lo lejos, dejando a un lado su libro y pronunciando una minúscula sonrisa en sus delgados labios. Seguía emanando la fragilidad de un alma rota, presa de la cruda realidad de un mundo cruel. Sus brazos comidos en la palidez se levantaron ante mi presencia y corrí a recibir una calidez fría proveniente de los huesos estrujando mi corazón.

-Mañana es el día -dijo como un susurro.

-Pero no el final -me separé sosteniéndola, sentía que en cualquier momento podría desfallecer-. Hablé con Lud... -hice una pausa, un deseo de vomitar erizó mi piel-. Ludwig... lo convencí de poder atrasar unos meses el matrimonio.

Por escasos segundos sus ojos irradiaron la chispa que años atrás había tenido. Pude presenciar a mi Erika, aún conservaba la lucha en sus venas y la valentía en su cuerpo, lástima que volviese a apagarse.

-¿Por qué posponer lo inevitable? ¿De qué sirve si, al terminar cada noche, sigo encerrada en este infierno al que me condenaste?

-Prometo hacer que en este tiempo de soltería seas libre.

-Tus promesas dejaron de valer hace mucho.

Podía haber contestado de mil formas a aquella afirmación tan devastadora, pero sería ocultar la verdad tras cada acción. El silencio era la mejor manera de aceptar un hecho y volver a abrazarla el único camino hacia su perdón.

-Tengo algo para ti -comentó de pronto-. Hace un tiempo vino Gretchen y me dejó una carta. No sabía cómo hacértela llegar.

Distancié nuestros cuerpos y, descaradamente, sonreí.

¿Mi amada estaba de vuelta? ¿Los muros que habían resurgido volvían a desmoronarse? O... ¿sólo era un indicio de que se hacían más altos?

(...)

Cerrar la puerta del dormitorio era como clausurar temporalmente mi alma. Poder descansar de las agitadas personas que preparaban todo para el gran día.

-¿Qué me quieres decir, querida Gretchen? -susurré sosteniendo el papel y deslizándome hasta el suelo.

Mis manos temblaban ante la impaciencia, pero, a pesar de ello, abrí con delicadeza el sobre, evitando cualquier posible daño. No tardó en aparecer el típico olor de su perfume y la maravillosa letra cursiva.

"Fritz:

El motivo de estas palabras es para poder pedirte perdón. Estoy consciente que en mi último escrito fui cortante y descortés, pero no me encontraba en una situación adecuada para redactar. Ahora puedo sentarme con la cabeza fría y ofrecerte una explicación de mi repentina lejanía.

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora