Capítulo 29

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1 de enero de 1941.

Los sonidos de copas tintinear ante la tan esperada llegada de un nuevo año me hicieron estremecer. Observé a Erika, pero se mostraba distante, concentrada en mantener la mirada baja y oír a Ludwig. Benno no se encontraba presente o, por lo menos, no había logrado encontrarlo nuevamente. Era probable que solo hubiera venido a darme la noticia y, una vez hecho, escapara de la odiosa situación.

Tomé de la bebida, suplicando internamente que alguien oyera mis lamentos e hiciera que este nuevo año fuera mejor que el anterior. Sin embargo, era la segunda vez que lo pedía y, por lo visto, no sería cumplido.

Me acerqué al coronel dudoso sobre cuales palabras emplear. Estaba dividido entre si debía o no tomar la decisión, pero la presión de ya haber captado su atención me hizo hablar.

-¿Podría regresar al campamento?

Levantó una ceja con sorpresa. Soltó una fuerte carcajada que hizo voltear a algunos curiosos.

-¿De visita o para pelear?

Tragué saliva con dificultad, provocando que mis manos temblaran.

-Quiero estar con mis compañeros.

Tocó mi hombro, acercando con vacilación su rostro.

-Eso lo entiendo, pero no has contestado mi pregunta. ¿Estás dispuesto a ir y aceptar cada guerra que se aproxime? ¿O sólo quieres callar las bocas que te dicen cobarde?

-No tengo intenciones de luchar -murmuré por lo bajo, apenado ante mis actos de poca valentía.

-Perfecto, dentro de unos días te irás y, cuando se haga el anuncio de nuevas invasiones, escríbeme. Te sacaré de cada situación, pequeña comadreja.

La sensación de miseria se volvía más recurrente, incluso, diría, que se volvía parte de mi cotidianidad.

-Gracias.

(...)

7 de enero de 1941.

Cerré la maleta, cuestionándome si aquella decisión había sido la correcta. El regresar después de tanto tiempo y tener que enfrentar la realidad de miradas dolidas me hacían recurrir al cigarrillo como método de escape ante el naciente miedo. ¿Cómo reaccionarían? ¿Me abrazarían? ¿O simplemente escupirían con odio la frustración hacia mi persona?

El chirrido de la puerta me hizo voltear, encontrándome con Ludwig recostado a la pared sonriendo.

-¿Regresarás? -asentí-. Estoy sorprendido. ¿Qué te hizo cambiar de idea? ¿Fue la conversación con el extraño de hace días atrás? ¿O la culpa de esconderte?

-No entiendo a qué juegas o porque pareces enfrascado en querer perjudicar mi vida, pero déjame irme en paz.

Mis palabras, más que ser una amenaza o advertencia, se volvieron el motivo de su mejor carcajada.

-No creas que eres tan importante. Por mí, puedes desaparecer porque no somos amigos, solo socios. Además, ya tengo lo que tanto deseaba... tu hermana.

Tras verle marchar, golpeé con fuerza la pared, descargando en ella todo el rencor en mí. Desde que conocí a Ludwig, creí que sería otro individuo con el cual jamás establecería lazos, pero resultó ser todo lo contrario. Terminé desarrollando repudio hacia la actitud tan desinteresada y, al mismo tiempo, burlona e irónica del hombre. Cada segundo hacía que me arrepintiera de haber aceptado la propuesta y dejar a Erika en manos de un ser tan despreciable.

-Nunca me cansaré de decirlo, eres un imbécil, Fritz -susurré viéndome en el espejo.

(...)

Aquel paisaje regresaba a mis vistas junto a los recuerdos plasmados en él. Memorias llenas de dolor, pero también sonrisas. Su simbolismo no tenía mayor trasfondo que la sangre prolongada en cada arma, sin embargo, me sentía como un niño cuando regresaba a su hogar.

Sostuve mi mochila una vez el automóvil se detuvo y me dispuse a bajar con temor. ¿Cómo me recibirían aquellos que veían como un traidor? ¿Helmut estaría feliz de verme? Esas preguntas jamás habían desaparecido de mi mente.

La noche no mostraba almas en pena caminando en el pavimento, aunque el silencio dejaba relucir a lo lejos risas y gritos de felicidad. Conocía a la perfección el motivo y estaba ansioso de poder comprobar si mi teoría era real.

Caminé en dirección al bullicio, encontrándome con lo esperado, un círculo repleto de jóvenes quienes jugaban póker. Me mostré con cautela, adentrándome de a poco en ese mundo y, al percatarse de mi presencia, saltaron las voces.

-¿Fritz? ¡Regresaste!

-Creí que habías desertado.

Reí de lado, recibiendo con cariño cada abrazo o palmada en el hombro.

-Siéntate a jugar -obedecí apreciando a mis compañeros.

Muchos se mostraban demacrados, pero intentado conservar la felicidad. Pasé mis ojos por cada jugador, percatándome de la ausencia de dos individuos añorados.

-¿Dónde están Benno y Helmut? -interrogué.

-Meyer no quiso participar, así que debe de encontrarse en el dormitorio. Del teniente no sé.

-¿Teniente? -mi boca se amplió ante la sorpresa.

-Sí, durante la guerra en Francia lideró al pelotón que llevó a la victoria, por lo cual el capitán le dio ese rango -platicó y, al poco rato, más personas se agregaron a la conversación emocionados.

Apreté los puños ante cada palabra. Todos los presentes comenzaron a dar cumplidos excesivos sobre él, empleando palabras como: valiente, bravo e increíble. No comprendía si era la envidia carcomiendo mi cuerpo o la sensación de pequeñez al ser incapaz de mostrar esas cualidades en mis acciones.

Me levanté de golpe, dispuesto a ir al cuarto en busca de Benno.

Una vez ingresé a este lugar, observé al joven leyendo un libro. Carraspeé para llamar su atención y, cuando tuvo sus ojos puestos en mí, sonrió.

-Sabía que volverías, compañero.

No hizo falta más que esas palabras para comprender la genuina felicidad de verme.

-¿Quieres una partida ajedrez? -pregunté sacando del bolso el tablero simbólico de amistad.

-Quien gane se enfrentará a mi -giré ante la voz conocida.

Ahí estaba Helmut con un cuerpo más atlético y una nueva cicatriz que se extendía por todo su brazo derecho. No ocultaba su cansancio, sin embargo, preservaba la gentileza y sabiduría en cada facción.

-Bienvenido.

Los cuestionamientos ante cada decisión seguían circulando con lentitud en mi cabeza. Era incapaz de disfrutar del presente por mi temor a que las desgracias del pasado fueran escritas de nuevo en el futuro. Estar ahí significaba no poder escapar a tiempo de las balas y muertes, pero, sólo aquella noche, deseaba vivir.

Detener las sensaciones malignas y mis errores, pero, como cada día, la paz en tiempos de guerra sólo era una ilusión. Las piezas cuando aún están dentro del tablero... deben seguir jugando. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora