25 de diciembre de 1939.
Desperté sintiendo como cada músculo de mis cuerpos se estiraba y los huesos crujían en cansancio. Debería estar feliz ante la fecha plasmada en el calendario, pero se volvía un día más vacío al estar lejos de casa.
Contemplé la frialdad de la habitación debido al ser el único cuerpo presente. Por lo visto era tarde, seguro alguna sanción tendría.
Comencé a vestirme, pasando por mi cabeza las manos, sintiendo lo áspero de esta ante el naciente cabello. Las botas sucias adornaban mi piel, haciendo enaltecer la camisa de camuflaje y el logo nazi.
-Otro día más... -suspiré.
Me encontraba decaído, sabiendo que aún no recibía cartas de mi querida Gretchen. Se había esfumado de mi mundo, dejando silencio y dolor en él. Por otro lado, Erika mantuvo una conducta tranquila en la cárcel, pero, como aún se rehusaba a disculparse, prevalecería ahí hasta que su firmeza se volviera locura.
Salí y contemplé el trote matutino. Intenté mezclarme en él sin ser percibido, pero rápidamente el comandante Schulz me reprendió. Ahora contaba con una ración de comida más pequeña y lavar las ropas de los soldados. Ni la navidad podía salvarme de las desgracias.
Tomé posición al lado de Helmut.
-¿Por qué no me despertaste? –me quejé.
-Sabes lo que pienso. Cada uno debe cargar con su propia mochila. Hoy aprendiste algo nuevo –bajé la mirada con enojo-. Además, no deseaba tener que limpiar mi traje –dijo con seriedad, pero ocultando un rastro de risa-. Muévete soldado- finalizó acelerando el paso.
(...)
Mis manos ardían ante el roce constante son las telas y el trozo de madera, ocasionado heridas. De por sí era difícil lavar la ropa propia y, ahora, era obligado a hacerlo más de 40 veces. Restregar con firmeza cada prensa en la tabla llena de jabón y enjuagarla hasta que abandonaran toda espumosidad posible.
Al darme cuenta, el líquido cristalino se transformaba en escarlata. La frustración de mi mente me había llevado a ejercer demasiada fuerza. Observé detenidamente como las aguas se mezclaban, pero sólo uno prevalecía, el rojo. Demostrando que lo puro... rápidamente se corrompe.
La cubeta bañada en rojizo me recordó a la sangre que tantas veces contemplé. Al menos esta era mía, no como las demás que brotaban de cuerpos ajenos que decidí apuñalar. ¿Por qué dicen que somos diferentes? Si, al final del día, todos sangramos lo mismo.
(...)
Tras varias horas, pude culminar mi castigo justo a tiempo para comer. Tomé mi posición donde era habitual para, al poco rato, apreciar como Helmut se sentaba a mi lado. Se había hecho costumbre compartir los alimentos nosotros dos solamente. Edel permanecía en la lejanía con nuevos amigos y Benno en lo solitario del fondo.
A pesar de que el de ojos verdes tenía otros compañeros a los que acudir y divertirse, afirmaba pasar un rato más ameno conmigo. En algunas ocasiones sentí que lo hacía por lástima porque, a diferencia de él, yo era incapaz de entablar nuevos vínculos más allá de un simple saludo.
-¿Cómo están, soldados? –dijo el coronel con una sonrisa en su bigote. Era extraño verlo en el comedor, usualmente cenaba en la tranquilidad de su dormitorio-. Hoy es un día especial. Es navidad. Tal vez no la más alegre o colorida, pero es un gran momento para sincerarme con ustedes. Han sido meses difíciles donde hemos perdido camaradas, seres que considerábamos incluso parte de nuestra familia. Además, nos encontramos lejos de nuestros hogares cumpliendo una misión que no sabemos si sobreviviremos. No hay palabras de consuelo en la guerra, pero, por este momento, olvidemos quienes somos y vivamos una fiesta de almas nuevas. Tal vez sea la última de muchos, por lo cual deben embelesar sus corazones. ¡Coman, beban y canten! ¡Blut und Ehre!
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•