Capítulo 33

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19 de enero de 1941.

Contemplé al chico frente mío, quien mostraba facciones de preocupación, pero intentaba disimularlas con una sonrisa forzada.

-¿Cómo te sientes?

-Bien, Bernardo está cuidando de mí. Dice que mañana podré regresar al entrenamiento.

-Me siento culpable -admitió-. Te he sobre exigido demasiado.

-Helmut, no es tu culpa.

-Déjame terminar, por favor. Cuando regresaste al campamento, sentí mucho odio. Sabía que solo habías vuelto porque Benno te suplicó hacerlo. De alguna forma me vengué a través de hacerte sufrir duplicando tus trotes y obstáculos. Deseaba hacerte sufrir, aunque sea un poco y sé que no estuvo correcto.

-Schröder me explicó que uno de los motivos por el cual me desmayé puede ser el cigarro.

-Pero... tu no fumas -sonreí apenado y saqué una cajetilla que tenía guardada.

-Cuando viví con Schulz, mi vicio empezó. Podría decir que intenté dejarlo alguna vez, pero estaría mintiendo. Aún sabiendo que me está matando, no creo poder abandonarlo.

-No soy quien para decirte que debes hacer. Muchos salmones te he dado -reí ocultando de nuevo el objeto-. Me tengo que ir. Hay un pelotón esperando mis órdenes. ¡Blut und Ehre!

-¡Blut und Ehre!

Observé como se retiraba con lentitud.

Su confesión anterior me había hecho comprender que no era tan perfecto como creía. Cometía errores, pero, a diferencia de mí, arreglaba el daño causado en lugar de crear más. No temía a pedir perdón, no como yo, quien vivía con miedo y, por este mismo, estaba dispuesto a destruir todo a su paso.

-La guerra no te ha llevado tan bien, ¿verdad, Fritz? -giré mi rostro y, al unísono, agradecí que fuera el hombre del bigote.

-No soy tan fuerte como usted.

-¿Y qué es la fuerza? -reí con sarcasmo, pero callé ante su silencio-. Fritz, eres joven, no tienes ni 25 años y estás en una lucha constante. No sólo me refiero a esta guerra mundial sin sentido, sino a también a tus problemas familiares. El simple hecho de que no te hayas suicidado demuestra que eres fuerte. Tal vez no tanto como los demás, pero lo eres.

Mi mente quedó en blanco y la sensación de querer llorar se hizo presente. Mis ojos ardían junto a mi pecho que se aceleraba. Deseaba creer en sus palabras, pero aquella etiqueta puesta por todos sobre mi me lo hacía imposible.

"Cobarde", eso era porque un valiente, un fuerte, no daña a los demás.

(...)

-Creí que no vendrías a verme -admití.

-No soy tan malo. Quería saber cómo te encontrabas y entregarte esto. Iba a venir con Helmut, pero me dijo que ya te había visitado.

Me acomodé en la cama jugando con mis dedos.

-¿Qué es? -pregunté, pero no recibí una respuesta, en su lugar, me lo entregó.

A diferencia del regalo del año pasado, este se mostraba algo desaliñado, como si hubiera sufrido un accidente antes de poder tocar mis manos. No sabría definirlo como un objeto duro o moldeable, pero la curiosidad ganó y lo abrí de golpe. Era un libro sobre ajedrez.

-Para que aprendas a tomar mejores decisiones cuando juegues.

-¿Crees que me ayude a ser un buen jugador?

-Podrías leerlo mil veces y jamás entender su significado. Muchos te podrían explicar, pero aún así no lo comprenderías. Tal vez ni siquiera sirve como guía, pero tenerlo no perjudica tu presente.

-No seguimos hablando sobre el libro, ¿verdad?

-Es tarde, está oscureciendo. Debería irme.

Asentí y sólo pude quedar estático mientras se retiraba. Admiré las hojas plasmadas con números y tácticas para después simplemente dejarlo a un lado.

¿Este libro me diría como un peón se puede convertir en un rey? ¿O sólo a permanecer en el tablero?

(...)

27 de febrero de 1941.

Tras regresar al entrenamiento me vi condicionado a un trato especial. No comprendía si había sido obra de Helmut o era otra vez la mano del coronel Schulz salvándome. Cualquiera que fuera el caso, me hacía sentir igualmente miserable.

Mis compañeros peleaban todos los días contra la fatiga de correr bajo el sol, pero yo podía sentarme y relajarme hasta que recobrara el color bronceado. Se mostraba incluso en el campamento la desigualdad, algo de lo cual toda una vida me había quejado, pero, ahora que esta me favorecía, guardaba silencio y la aceptaba.

Se me limitaron las guardias, siendo estas menos constantes y durando no más allá de una hora y media. Gracias ello pude concentrarme en leer la nueva adquisición y emplear los conocimientos en enfrentamientos imaginarios donde yo era el rey de mi propio juego. Por desgracia, mi contrincante era mi consciencia, con la cual perdía sin ni siquiera levantar una pieza.

Benno se mostró tranquilo sin desencadenar comentarios sarcásticos o miradas de desprecio. Creía que, después de tal charla tiempo atrás, tendría un comportamiento hostil, dejando en claro su descontento ante mis actuares. Helmut, por otra parte, emanaba dulzura y comprensión, dispuesto a complacer cualquier queja proveniente de mi parte. Ambas actitudes rozaban lo ridículo de la falsedad, dejando en claro que ocultaban algo o alguien les obligaba a tratarme así.

Fue entonces cuando comprendí que mi vida se convertía en algo mejor, lejos de desgracias que maltratan mi alma y cuerpo, pero se tornaba gris al mismo tiempo. Llena de mentiras y personas que sólo eran títeres haciéndome feliz. Todo se volvía ficticio, llegando a puntos donde no comprendía con quien hablaba, si con un amigo o con un ser imaginario.

Gretchen no continuó enviándome cartas, dejando únicamente la cruel letra torcida y un rostro muerto plasmado en la foto. No entendía su actuar tan distante, puesto que la noche donde nuestras bocas se volvieron a encontrar había sido majestuosa, o al menos la recordaba así. Tal vez había malinterpretado ese beso y sólo era una dulce despedida, pero ¿cómo podría ser eso posible? Sus ojos detonaban el mismo deseo que la primera vez. Algo ocurriría, pero no sabía como descubrirlo.

Sin embargo, esto solo era la punta de la pirámide. Acababa el mes de febrero, iniciando un marzo lleno de dolor y llanto. El cumpleaños de Erika se volvía cada vez más cercano e inevitable. Si de por si tenía la presión sobre mis hombros por culpa del coronel, ahora mis piernas serían incapaces de retener el peso.

Aquel contrato que condenó la existencia de mi familia nacería con odio si no era cumplido. Sólo quedaba esperar a que algún músculo de mi cuerpo se volviera valiente y decidiera detener esa locura. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora