Capítulo 24

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6 de junio de 1940.

Contemplé al chico tendido en la cama. Sus párpados permanecían cerrados y aquella respiración mostraba la lucha interna por sobrevivir. Tomé su mano, sintiendo el calor de esta, la fiebre aún continuaba persistente.

-Me iré unos días, espero que, cuando regrese, estes vivo... -susurré para mí y me alejé.

Caminé con destino al auto preparado, el cual estaba acompañado por el rubio.

-¿Dónde nos hospedaremos?

Ignoró mi pregunta y entró al vehículo.

El trayecto era como lo imaginaba, aburrido e incómodo. No sabía si debía simplemente admirar el paisaje a través de la ventana o dormir. Aunque esto último era casi imposible, pues el sueño no se encontraba por ninguna parte de mi cuerpo. Tampoco podía disponerme a escribir una carta, sería extraño e, incluso, vergonzoso. Sólo quedaba observar como el tiempo se movía lentamente.

Ludwig estaba recto, diría que, hasta tenso, mirando un punto perdido. Sus cejas permanecían estrujadas y la mandíbula apilando los dientes de forma ruda. Entrecruzaba los dedos, separándolos cada segundo. Tal vez era su forma de demostrar lo ansioso de su alma ante la idea de conocer a Erika o simplemente odiaba la situación donde nos sentábamos uno al lado del otro en un lugar estrecho.

-Si no vas a la guerra, ¿entonces qué haces? -cuestioné tan bajo que por un momento creí que no me había escuchado.

-Lo mismo que harás tu una vez finalice la boda, vigilar prisioneros y rellenar papeles.

-¿Te refieres en los guetos?

Una minúscula y casi imperceptible sonrisa se asomó entre sus delgados labios.

-No... es algo peor que eso...

(...)

La noche había caído, dando como el resultado la decisión de posponer nuestra visita a la cárcel para el siguiente día. En su lugar, nos dispondríamos en ir hacia el alojamiento. Grande fue mi sorpresa al estar frente a la casa de Meyer y ser recibido por la Petra, quien me brindó una cálida sonrisa.

-Oh, querido. ¡Qué felicidad volver a verte! -hizo una pausa y expandió sus ojos al fijarse en mi escayola-. ¿Qué te sucedió?

-Nada importante. Dentro de poco me la quitarán, no se preocupe.

Frunció levemente el ceño, pero fingió creer en mis palabras. Luego dirigió su atención al hombre, inclinándose en respeto.

-Un milagro que siga viva, Petra. Creí que la apresarían pronto... al parecer te tienen gran aprecio en esta casa -culminó yéndose a su habitación.

-¿Desde cuándo lo conoces?

-La familia Schulz y Meyer han sido buenos amigos desde tiempos remotos.

-Benno nunca lo mencionó.

-A él jamás le agradó esa clase de persona. Prefería permanecer lejos de una relación tan superficial. Pero cambiemos de tema, debes contarme todo. ¿Por qué estás aquí?

-Mejor entremos primero -dije evitando la pregunta y sosteniendo mi pequeña maleta.

Me guio hasta la misma habitación donde tiempo atrás me había quedado. Se mostraba esta impecable y lujosa, tal como la recordaba.

-Vengo a visitar a mi hermana -comenté dejándome caer en la cama.

-¿De nuevo? ¿Sucedió algo malo? -negué brindándole una sonrisa falsa.

-No... sólo que esta vez... puede que la libere de la cárcel.

(...)

7 de junio de 1940.

Contemplé el techo de la habitación sin deseos de levantarme de la cama. Apenas había podido dormir porque, cada vez que cerraba los ojos, el rostro de mi hermana hacía presencia como un fantasma. Deseaba verla y abrazarla, pero ella repudiaría cualquier gesto de amor.

Dos toques retumbaron por el lugar, seguido de la voz ronca de Ludwig quien me ordenaba salir.

Apuradamente me vestí, olvidando abrochar algunos botones de la camisa y acomodar las botas.

-Marcharemos en 5 minutos... para que comas algo.

Asentí. Su personalidad era fría como alguna vez fue Benno, sin embargo, no parecía que, en algún punto de nuestro encuentro, cambiaría hacia alguien más gentil.

Bajé las escaleras y el desayuno estaba servido por Petra. La saludé.

-Querido, espero que disfrutes. Aquella vez que viniste amaste las salchichas, por ello preparé esto para ti.

Agradecí el gesto devorando cada alimento y haciendo pequeñas pausas para elogiarle la exquisites del platillo.

-Pobre... estás más delgado -susurró acariciando lo áspero del naciente cabello de mi cabeza.

El rubio permaneció recostado a la pared, mostrándose impaciente por irse.

¿Será el hombre correcto para Erika?

Esa pregunta tenía una clara respuesta, aunque no deseaba verla aún.

Con la boca llena, me despedí y corrí en dirección al auto. Era momento de enfrentar las consecuencias de mis actos.

(...)

Su mirada estaba perdida, desbordando algunas lágrimas sobre las pálidas mejillas. Sus cabellos eran envueltos en nudos y polvo, junto a rasguños provocados por ella misma en cada brazo.

-Creo que sabes por qué estoy aquí... -murmuré entrando a la celda, dejando al hombre afuera.

De sus labios solo brotaba un débil aire. Toqué sus manos, intentado enlazar nuestros dedos, pero rápidamente se levantó.

-Si... leí tu carta... -aquella voz era frágil, subiendo su pecho en lo alto como si respirar le fuera imposible.

-Lo lamento... sólo... no puedo perderte...

El silencio predominó, pero fue roto por el carraspeo del sujeto.

-Viendo en las condiciones que te encuentras, hablaré con mi padre para proporcionarte una habitación en una de nuestras casas. Ahí te cuidarán...

La chica hizo una mueca casi imperceptible ante el tono de empatía fingido por Ludwig.

-Erika... -intervine tomándola entre brazos-. Por favor, hazlo por mí... por mamá. No puedes seguir aquí muriendo... no puedo permitir eso. Comprendo si me odias, si... -me detuve ante el rompimiento de mi voz- después de la boda no deseas saber más de mí. Sólo... por esta vez, renuncia a tu orgullo.

-Está bien... -se separó mirándome fijamente a los ojos, comprendiendo que poco a poco su brillo se esfumaba-. Después de todo... mi dignidad e ideales desaparecieron desde el momento en que enviaste esa carta...

(...)

Miré el cielo para el llanto. El rostro casi en los huesos de la joven me hacía retorcer el corazón en dolor. Se había convertido en otro recuerdo tortuoso que me acompañaría hasta el último día.

-Si deseas, una vez sea liberada, puedes acompañarla hasta su recinto -comentó el hombre contemplando su reloj-. Después de todo, estarás un tiempo lejos del campamento.

-Gracias... -susurré con dificultad.

-También espero que la convenzas para que cambie esa cara de sufrimiento una vez se haga presente la ceremonia. Si mi padre la ve así, puedes despedirte de los futuros días de libertad.

-No te preocupes...

Mis músculos se tensaban con cada paso que daba hacia el auto. Ahogaba el vómito mordiendo el interior de mis mejillas. No era producto de algún desagradable olor, sino de mis pensamientos en ese momento.

"Tendrá que cooperar por las buenas o por las malas. No puedo regresar a la guerra."

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora