24 de julio de 1939.
"Querida Gretchen:
Primeramente, disculpa por tardar tanto en responder a tu carta. Varias han sido las dificultades que no me han permitido poder escribir antes. En este tiempo asistiendo como jardinero a tu familia, he de admitir que has captado toda mi atención de buena manera y tu recuerdo es lo único que aparece tras mis pupilas durante las frías noches. También deseo conocerte y descubrir los pensamientos que guardan tus ojos esmeraldas.
Espero con ansias sus próximas palabras.
Saludos,
Fritz Klein."
Mi hermana me aplaudió complacida y, después, tomó el papel. Lo revisó minuciosamente.
Durante este mes emprendí un viaje por el descubrimiento. Por las mañanas trabajaba en la casa de los Meyer, por las tardes en el campo y en las noches estudiaba. Al principio era agotador e incluso pensé en abandonar mi tonta idea de conquistar el corazón de la joven, pero, cuando veía aquella sonrisa angelical, las fuerzas regresaban.
-Fritz -me llamó la muchacha-, está perfecta -dijo entregándome la hoja- Sólo... no te ilusiones. A veces las personas no son lo que parecen.
(...)
El Sol brillaba con resplandor mientras cortaba los tallos de las flores. Estaba impaciente de poder ver a la joven de cabello negro. Ya tenía trazado un plan sencillo, el cual consistía en hacer llegar la carta a través de Liesel, pero sólo podía ejecutarse una vez estuviera en el jardín. La euforia recorrió mi interior al apreciar el vestido rosa tejido.
Se sentaron donde siempre, en la sombra más amplia y oscura de todas. La mujer veía con ternura a su hija, quien había sacado un libro. Comenzó a trazar sus dedos por las hojas y su melodiosa voz jugaba con la brisa.
Los criados entregaron las comidas y bebidas típicas de esa salida, la única excepción es que, entre tanto glamur, se escurría un sobre amarillo perteneciente a la pobreza.
Hice lo posible por no crear esperanzas en mi corazón, pero, al ver como Gretchen escondía la carta en su ropa mientras sonreía, fue imposible.
Nosotros seríamos ese amor que superaría las diferencias sociales, los tabúes de las personas...
(...)
10 de agosto de 1939.
Las continuas palabras que intercambiábamos por medio de ocultos papeles me ayudaban a olvidar por escasos segundos los problemas que no dejaban de aparecer en mi vida. En este último tiempo la salud de mi padre empeoró, hasta tal grado que ya no trabajaba en el campo y sólo pasaba las horas acostado en una cama sin querer comer.
Su cabello se volvió totalmente blanco y las arrugas se afianzaron, junto con las ojeras por las noches de desvelo. Su piel se teñía de un amarillo claro. Aquella voz de firmeza y autoridad dejó de existir y ahora era un murmullo apagado de tristeza.
Mi madre constantemente rezaba por su salud y besaba su frente con cuidado, temía hacerle daño. En cambio, mi hermana parecía la menos preocupada y, cada noche que podía, escapaba, creyendo que nadie la veía, pero hoy sería diferente. Una vez el cielo se tiñera de negro y las estrellas mostraran su luz, la seguiría.
Terminé de alistarme. Las botas llenas de lodo volvían a lucir en mis pies, al igual que la camisa blanca, la cual, en poco tiempo, se mancharía de tierra.
Erika pasó fugazmente por la entrada de la habitación, pero no se detuvo ante esta. Salí a los pocos segundos.
- ¿Qué sucede? -cuestioné al ver tanto revuelo.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•