Capítulo 32

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18 de enero de 1941.

No podía dormir y, aunque el cuerpo me exigía descansar, mi mente se encontraba recreando aquella imagen. Conocía a la perfección cual era la decisión correcta, sin embargo, saberlo no era suficiente. Tenía hasta el 29 de marzo para ello porque, una vez cumpliera los 18 Erika, se iniciaría una bomba de tiempo hacia el desastre.

Ingresé al dormitorio, observando la inesperada presencia de mis compañeros quienes sonrieron inmediatamente.

-Perdón por habernos desaparecido -dijo Helmut-. Estamos conscientes que es tarde para un feliz cumpleaños, pero igual deseábamos darte esto -comentó entregándome un obsequio.

Ese momento me transportaba hacia 1940 cuando me regalaron el ajedrez. De haber pasado uno de los mejores días a vivir el ardor del infierno en carne propia era doloroso. ¿Cómo podía sentirme tan miserable?

-¿Te sucede algo? -interrogó Benno al percatarse que no me disponía a caminar hacia ellos.

-Erika... -susurré, aunque mis palabras fueron calladas por una fuerte opresión en el pecho.

No podía respirar bien, pero hice lo posible por caer en la cama.

-¿Fritz?

Deseaba encontrarme con sus ojos, pero mi visión se oscurecía con los segundos. ¿Esta era la consecuencia de fumar? O... ¿era Dios castigándome por ser una mala persona? Cualquiera que fuera el motivo, lo merecía y, de manera inconsciente, suplicaba no respirar más.

(...)

Desperté sintiendo como mi cabeza daba vueltas. Quería levantarme, pero, por algún motivo, mis piernas no reaccionaban. Esforcé la vista para detallar cada silueta, encontrándome con un rostro conocido.

-¿Cómo te sientes? Te desmayaste hace unas horas, tus amigos te trajeron. Tienes mucha suerte de que me encuentre en el campamento, Fritz.

-¿Quién eres? -susurré con debilidad, el hablar era como tragar pequeños pedazos de vidrio que rasgaban mi interior.

-Supongo que aquella charla en el tren no fue suficiente para que me recordaras -comentó levantándose-. Deberías descansar. Vendré luego para hacerte más exámenes, pero, por el olor de tu ropa, creo comprender la causa de tu malestar -se retiró tras esas palabras, dejándome un torbellino de dudas.

Por más que intentara hacer memoria, no reconocía su voz. La había oído antes, aunque no sabía en donde ni porqué. Podría ser uno más de mis compañeros de guerra, sin embargo, algo en mi interior me decía que iba mucho más allá de un simple saludo. Que ese señor de bigote se volvería alguien tan importante en mi vida como el agua o, tal vez, ya lo era.

(...)

Contuve la respiración con dificultad, intentando con desespero poder salir del lago, sin embargo, unos brazos sostenían con furia mis piernas, impidiéndome escapar. Sentía como cada uña se clavaba en mi piel de manera lenta, transformando aquel líquido cristalino en rojizo.

Murmullos aparecían pronunciando mi nombre y la cruel palabra "cobarde" seguido por disparos. Sabía que era un sueño, pero se sentía tan real. Cada herida y sentimiento plasmada era como una daga en el pecho la cual no dejaba de retorcerse.

Con el último aliento, logré soltar la cadena humana y llegar a la superficie. Nadé hacia la orilla, dejando caer mi cuerpo boca arriba, apreciando el cielo oscuro.

-Bonito -dijo alguien.

Volteé asustado, encontrando la inocente mirada de ese chico que una vez fue mi amigo.

-Edel...

-Preguntaría como estás, pero sé la respuesta -comentó sentándose a mi lado.

-No esperaba soñar contigo.

-Lo sé, tus pesadillas usualmente están rodeadas de rostros más amorosos como el de Conrad. Aunque creo que mi presencia es una forma de aliviar la culpa que sientes al haberme dejado solo en aquella camilla.

-Me gustaría saber si moriste tranquilo.

-Mi respuesta puede hacer desaparecer tu sufrimiento o destruir todo indicio de salvación. Y, en dado caso que fuera la primera, sólo sería tu subconsciente creando mentiras para poder seguir viviendo. Miserable, si te soy honesto.

-¿Qué debo hacer? -más que recibir una respuesta, se acercó aún más.

Con la lentitud y dulzura de la imaginación, me dio un suave beso que, más allá de contener lujuria o pasión, tocaba la tristeza absoluta e, incluso, algo de repulsión. Al separarnos, comprendí que aquellos sentimientos no eran hacia Edel, sino hacia el nuevo rostro presente en mis pupilas, Gretchen.

-Me gustaría tenerte en la vida real.

-No puedes tener algo que nunca te ha pertenecido -comentó fusionando otra vez nuestros labios-. Aquellos encuentros en el jardín marcaron un inicio de fascinación y amor, pero también obsesión. ¿Qué sucede si te digo que la mujer a quien amas con locura no siente lo mismo por ti?

Aquellas palabras provocaron lluvia, la cual cubrió mi llanto.

-¿Y nuestra promesa?

-No puede ser cumplida, la eternidad es demasiado tiempo.

Los disparos hicieron eco de manera alarmante, provocando que llevara mis manos a los oídos para retener algo de silencio. Bombas, gritos y la asquerosa sensación de estar bajo un rio de sangre.

-Si aceptaras tu destino como soldado caído, no tendría que recibir golpes de un hombre sádico incapaz de sentir amor -era la voz de Erika, tan tajante como lejana.

-Estarías en la cárcel o muerta.

-Fritz, tu me pusiste las cadenas cuando firmaste el contrato, tu me mataste.

-Respiras, caminas y existes, eso te hace estar viva -recalqué mientras buscaba su rostro entre la oscuridad.

-Tal vez en cuerpo, pero mi alma desapareció. Sólo soy un recipiente vacío.

-Erika... ¡Basta!

Mi grito traspasó la barrera de la fantasía, siendo llevado al mundo existente donde todos me observaron de forma desconsolada. Esa sensación de no poder respirar regresó, pero fue calmada al comprender que, por un segundo, había escapada de mi subconsciente.

-¿Un cigarrillo? -dijo aquel señor cuyo nombre apareció tras mis pupilas junto al recuerdo de mi primer viaje en tren.

-Gracias, Bernardo...

(...)

-Ten tu correspondencia -sonreí al recibirla.

Me encontraba dudoso porque, realmente, sólo esperaba palabras de mi amada y, aunque podían ser de ella, el no encontrar su perfume plagado en sobre me hacía sospechar.

Lo abrí, hallando una letra cursiva tallada de manera rápida, sin delicadeza o amor; con sentimientos cortantes, contradiciendo lo dicho con lo demostrado.

"Feliz cumpleaños.

Atentamente,

Gretchen."

En la esquina inferior resaltaba la fotografía que le había pedido, pero, más que su rostro enaltecido en cariño, permanecía con los ojos oscuros y sin brillo. Su cabello estaba acomodado en un peinado elegante e impecable, sin sus mechones que caían como cascada. Estaba el cuello tenso, los labios apretados y sus facciones mostraban la incomodidad.

Esta... no era mi amada, añorada y siempre deseada Gretchen. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora