Capítulo 31

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17 de enero de 1941.

Desperté, encontrándome la habitación vacía. Miré el reloj, pero todo indicaba a que me había levantado a la hora correcta. No me dispuse a demorar más y comencé a vestirme. Sabía la fecha exacta, pero, más que sentir emoción, sólo podía concentrarme en el peso de las botas, los nuevos cayos adornando mis manos y el dolor en las articulaciones cada vez que intentaba moverme. Además de los recuerdos tortuosos al observaba un arma.

Me percaté que había logrado prepararme con tiempo de sobra, por lo cual decidí encender un cigarrillo. Las sensaciones de placer ante la nicotina recorriendo mi circuito eran inexplicables, pero, como todo vicio, era efímero, incapaz de complacer más allá de unos pocos minutos.

Guardé la evidencia en uno de los bolsillos de la camisa y me dispuse a salir para el típico entrenamiento. Me incorporé a la fila e iniciamos el trote.

No pude encontrar a Benno ni Helmut entre la multitud, pero supuse que estarían ocupados. Sin embargo, me percaté de una presencia que no esperaba aún. Desde lo lejos los ojos del coronel Schulz se mostraban frío y, a pesar de estar rodeado por los soldados, presentía que me veía detenidamente. Tal vez era mi paranoia haciendo presencia o, quizás, el indicio de un día complicado.

Las horas transcurrieron y, para mi suerte, el entrenamiento había terminado sin percances. Me dirigí hacia las duchas, dispuesto a destensar mi cuerpo con el agua caliente.

Las gotas recorrían mi espalda y suspiros de cansancio se escapaban. No recordaba lo satisfactorio que era bañarse tras el sufrimiento continuo de escalar y saltar obstáculos. Otra vez mis articulaciones dolían, pero, al mismo tiempo, se tonificaban. Regresaba la fuerza y, aunque me encontraba de último en capacidades de guerra, de a poco lograba recuperar cosas tan básicas como la puntería.

Me coloqué la toalla y caminé hasta la limpia ropa posicionada en las tablas. Debería, tras esto, asistir a las clases de técnicas e ideología, pero no deseaba escuchar tonterías referentes a la raza. Era agotador fingir estar de acuerdo ante la masacre creciente y felicitar los altos números de muerte a favor de Alemania.

Por algún motivo, el rostro de mi padre se tejió como un recuerdo. Sus palabras respecto al amor hacia una lucha que "unía personas" no se encontraba más que lejos de la realidad. Observar cuerpos transformados en basura y llanto de valientes dejaba en claro los resultados. El juego buscaba un ganador, un rey, no peones en el tablero.

Abotoné la camisa, observando como se comenzaba a descoser. Ya no era nueva y se iba rompiendo con el paso del tiempo, dejando atrás su antigua forma de pureza y cambiándola por futuros remaches mal hechos.

-Fritz -volteé-, te buscan en el dormitorio.

Quería preguntar quien, pero el individuo salió de manera rápida, como si no deseara dar detalles sobre el tema. Sospeché por esa actitud, pero decidí dejar el miedo atrás y comenzar a tener esperanza. Tal vez eran Helmut y Benno, quienes querían darme una sorpresa como el año pasado.

A medida que me acercaba al destino, mis pies se volvían pesados, incapaces de avanzar más allá. Era como si las angustian usurparan de nuevo y mi corazón se acelerase con terror al futuro. ¿Y si no eran ellos? Pero... ¿quién más podría ser?

Ingresé y, aquella sensación, había cobrado sentido una vez divisé los ojos llenos de placer y frialdad.

-¿Qué haces aquí?

-Descubrí que era tu cumpleaños y no pude evitar venir a dejarte un regalo -murmuró dirigiéndose con seguridad en mi dirección-. Si mal no estoy, cumples 23 años. Ya eres todo un hombre, sin embargo, sigues actuando como un niño. Te escondes, lloras y haces daño a los demás por beneficio propio.

-Ludwig, vete -exigí tensando la voz en un movimiento desesperado por atemorizarlo.

-Tranquilo, lo haré, pero, antes, ¿por qué no abres tu obsequio? -dijo entregándome un sobre pequeño.

Hice lo pedido y, cuando contemplé lo horrible de su acto, la furia consumió mi cuerpo. No pensé en las consecuencias y en el temor de minutos atrás, sólo en aquella fotografía. Lo golpeé con fuerza, provocando que cayera al suelo y tuviera que sobarse la mejilla. Más que enojarse, sonrió de nuevo.

-Impresionante, al parecer, toqué un nervio -se levantó al poco tiempo y, en un movimiento ágil, agarró el cuello de mi camisa-. Escucha una cosa, que sea la primera vez y última que haces una estupidez como esta. Te recuerdo, que solo eres escoria a la cual ayudo por diversión, basta que me hagas enojar de verdad para ponerte en la primera división de fuego, donde sabes perfectamente que no sobrevivirás. Mide tus acciones porque, además, no sólo te puede ir mal a ti, sino también a Erika y a tu madre -culminando aquellas palabras, regresó al puñetazo, dejándome en el suelo aturdido-. Te cuento una última cosa, cuando mi padre estaba ayudándote a sacar a tu hermana de la cárcel, el motivo por el cual decidí casarme con ella no fue porque se me hiciera atractiva, sino porque vi tu foto y supe de inmediato que harías mis días más alegres -culminó retirándose, dejándome en sufrimiento.

Contemplé la fotografía antes de arrugarla en mi mano con odio. ¿Cómo había permito tal hecho? Era el peor ser que había pisado la tierra y, aunque estaba consciente de las consecuencias de seguir con la boda, no estaba convencido de detenerla. No deseaba portar un arma de nuevo, pero ¿sería mejor que portar con el cadáver de Erika?

(...)

Mantuve la mirada en el cielo, detallando cada minúscula estrella. El olor a humo se fusionaba con a frialdad de la noche, volviéndose un momento agradablemente amargo. Sonreí de lado al sentir las pequeñas cálidas gotas desplazarse entre mis nudillos hasta llegar al filo del revolver.

Bajé los ojos hasta la imagen en el suelo, la cual mostraba un rostro conocido lleno de moretones y rasguños. Hubiese llorado, pero no tenía más lágrimas para derramar. El odio se intensificaba, sin embargo, este no era solamente hacia Ludwig, sino también hacia mí al permitir que abusaran de Erika.

Sostuve con fuerza la pistola, levantándola hacia mi cien, suspirando con lentitud en busca de una pizca de valentía.

-¿Qué te diferencia de aquellos que causan mal por beneficio propio? Mereces arder en el infierno -dije con la voz ronca.

Apreté el gatillo, pero, como siempre, en dirección contraria a la muerte. La bala se perdió en la lejanía llevándose con ella la última migaja de dignidad.

-¿Qué te diferencia de un monstruo? Ya sé... tu forma humana...

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora