15 de diciembre de 1939.
Lo últimos días decidí buscar información sobre mi hermana. Había dedicado ese tiempo a reunir datos sobre Erika. Estaba agotado de lamentarme por mis desgracias, debía superarlas. Con ayuda de Helmut logré obtener detalles sobre por qué fue apresada. Por lo visto, hizo una gran manifestación con otras mujeres tras publicarse en los periódicos el asesinato de tres jóvenes a manos del mismo hombre, el cual, hasta el momento, no se enfrentaba a cargos. Su lucha por las calles culminó en agredir a un policía, cosa que la llevó a la cárcel.
Por otro lado, no recibí respuestas por parte de Gretchen. Me sentía desbastado, pero supuse que su padre la vigilaba aún más o que mi carta había sido interceptada por este mismo. Por otro lado, mi madre a duras penas me envía tres líneas, en las cuales se dedicaba a mentir sobre su estado mental. Se notaba que lloraba todos los días, pues los papeles llegaban con manchas de lágrimas entre la tinta.
-Fritz –me llamó uno de mis compañeros-, el coronel desea verte. Se encuentra en el despacho, no demores.
Fruncí el ceño con duda. Era extraño que el señor Schulz quisiera hablar conmigo. Miles de dudas llegaron como un torbellino y los nervios se hicieron presentes mientras me dirigía al lugar. Toqué la puerta.
-Pasa –se escuchó del otro lado.
-Buenas, coronel Schulz. ¿Me estaba buscando? –asintió y me pidió que tomara asiento.
Era mi primera vez en esa habitación. A pesar del típico suelo de tierra, estaba decorado con pizarra que mostraban fotos y mapas. Entre tantas fotografías, resaltaba una donde se mostraban a diversas personas amontonadas en un cuarto. Sus rostros brillaban por los pómulos sobresalientes. Parecían muertos vivientes.
-No se distraiga, joven... -volteé hacia él.
-¿En dónde es eso? –cuestioné señalando el objeto.
-Klein, por favor, estoy muy ocupado y, a pesar de ello, me tomé la molestia de citarlo para brindar información sobre su hermana. Por favor, concéntrese.
Mi pecho se aceleró. Apenas podía respirar.
-¿¡Qué sabe sobre ella!? –dije exaltado, abalanzándome sobre el escritorio que nos separaba.
Nuestras miradas chocaron por unos segundos, hasta que decidió sacar una carpeta.
-A petición de Benno, estuve investigando sobre ella, su paradero, esta-
-¿Benno? –pregunté cortando sus palabras.
-Sí. Él se acercó hace días y me comentó el inconveniente.
¿Por qué haría eso? Acaso, ¿no me odiaba? Nunca creí que fuera capaz de algo así, pues durante este tiempo no mostró indicios de querer reestablecer nuestra amistad.
-Tenga –me tendió el archivo-. Erika está bien, pero es muy poco probable que la liberen por ahora. Ha mantenido sus conductas incluso dentro de la prisión. Si continúa así, puede ser sentenciada a muerte.
Un nudo en mi garganta se creó. No podía permitir que eso ocurriera. Perderla a ella era demasiado. Mi madre tampoco soportaría eso.
-Sé que es mucho pedir, mi coronel, pero... -tomé una bocanada de aire para reunir el coraje-. ¿Puedo ir a verla? Podría hacer que entre en razón para que deje de ocasionar conflicto y así se salve.
Sus dedos con pequeñas manchas pálidas comenzaron a golpear la mesa. Ese tintinear era lo único perceptible por el lugar. Quería gritarle que tomara una decisión rápido, pero eso no ayudaría. Mientras mis manos temblaban del miedo, él permanecía calmado como si disfrutara del momento.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•