Capítulo 27

10 4 3
                                    

20 de diciembre de 1940.

El transcurso de los meses había dejado un sabor amargo en mi boca. No había regresado al cuartel, pero estaba al tanto de cada noticia sobre los avances nazis. Se anunció el cierre de guetos y muchos militares fueron enviados a otros países para mantener el orden.

Erika se mostraba constantemente molesta, ignorando cualquier orden y negándose a abandonar su habitación. Por otro lado, Ludwig seguía jugando conmigo. Ahora en una fase de máxima solidaridad ante mis sentimientos e incluso brindando su ayuda para hacer llegar mis cartas a Gretchen.

Mi madre, por otra parte, jamás contestó mis escritos. No sentía enojo, pero si decepción ante la posición tan cruel que había tomado.

Sobre mis compañeros tuve escasas noticias, conociendo que se encontraban bien, aunque de Edel no pude averiguar. Su estado era reservado, sólo esperaba poder verlo antes de finalizar el año, sin embargo, esto era poco probable. Schulz me había convencido de acompañarlo para la cena navideña el 24 junto a su hijo y mi hermana. No deseaba hacerlo, pero tal vez era un buen momento para despejar mis pensamientos.

Hoy salí en busca de ropa decente para hacer lucir en la festividad y, al percatarme de los desorbitantes precios, me cuestioné como esto era posible. Mientras en las calles se encontraban personas muriendo de hambre, los ricos malgastan sus ganancias en ropa de lujo la cual solo usarían una vez.

-No mires la etiqueta -comentó el rubio riendo-. No importa el precio, después de todo, no lo pagarás tu. Aprovecha la situación que tal vez sea la única vez en tu vida que tengas el privilegio de estar en una tienda así.

Enojarme y hacer presente mi ego no tenía sentido en una situación donde la desventaja era palpable. Otra vez debía agachar la cabeza y tragar todo el odio naciente. Cuando no eres nadie, no puedes opinar como si fueras alguien.

(...)

24 de diciembre de 1940.

El día había llegado y quedé fascinado ante la elegancia que portaba Erika en cada paso. Su vestido de encajes verdes cubría con dulzura la delgadez de un cuerpo mal alimentado y el maquillaje no dejaba que la imaginación viera las ojeras fuertemente marcadas que siempre traía. Era otra persona, otra mujer.

Ludwig tomó con delicadeza su mano, llevándola hasta el auto estacionado afuera de la casa. Me resultaba extraño la actitud de la joven, quien, hace días atrás, lloraba desconsoladamente porque no deseaba ir a la cena. Pero que ahora se mostraba distinta, fingida. Conocía lo suficiente su personalidad para saber que lo más probable es que el hombre la amenazara, sin embargo, no estaba dispuesto ni siquiera a descubrir la verdad tras su actuar. Me encontraba demasiado cansado, esperando algún momento oportuno para sacar un cigarrillo.

El trayecto fue incómodo, puesto que el silencio carcomía cada espacio de aquel coche. Agradecí una vez estuvimos ante una casa mucho más grande que nuestra actual residencia. Un jardín nos dió la bienvenida, junto a la música de violines de fondo. Un robusto hombre en la entrada nos detuvo, observándonos mientras arqueaba una ceja con duda. Cada cierto tiempo desviaba la mirada hacia unos trozos de papel que contenían apellidos.

-Vienen conmigo -emanó una voz atrás de él.

Era el coronel, a quien no había visto hace muchos meses. Lucía desgastado, con aquellas manchas más grandes de lo habitual. Nos dejaron entrar, no sin antes regalarnos una última mirada de desconcierto.

-Luces hermosa, querida -comentó el hombre a la chica. Torció su bigote con alegría y la guio hacia el centro para bailar con ella.

Sus ojos permanecieron bajos, dejando ser controlada por el anciano.

Busqué con desesperación un lugar donde fumar y me dirigí ahí lo antes posible. Era un balcón apartado de todo bullicio desde el cual se podía apreciar las pocas estrellas que enternecían el cielo. Saqué el cigarrillo, encendiéndolo con desespero. Ante la primera calada, mi corazón se tranquilizó y las manos temblorosas desaparecieron.

Contemplé mi alrededor, sintiéndome pequeño ante los lujos y rabia ante la actuación tan patética de las personas ricas y la mía propia, fingiendo pertenecer cuando claramente no era así.

En pocos minutos culminé un cigarro, pero me apresuré en buscar otro. Así estuve hasta que una voz conocida interrumpió.

-¿Fritz?

Volteé y un deseo de vomitar inundó mi cuerpo. Quería esconder mi rostro avergonzado al percatarme de quien era, pero, en su lugar, solté los objetos de mis manos y corría a abrazarla. Rodeé mis brazos en su cintura, dejando que mis labios tocaron con suavidad su cuello. Ella regresó cada acción con cortos besos. Me separé, dispuesto a tomar posesión de su boca.

No podía creer que estaba ante mi amada, la cual fue arrebatada hace más de un año.

-Te extrañé -dijo con voz rota.

-Yo también, mi amor...

(...)

Aquel nefasto balcón se había transformado en calor, fundiendo en mi pecho un dulce recuerdo de la joven mientras el viento movía sus cabellos. Era más hermosa a como la recordaba y sus ojos emanaban los mismos sentimientos que tiempo atrás. Nada había cambiado... o eso me gustaba creer.

-Últimamente sentí tristeza en las cartas que me enviabas -comentó dejando caer su cuerpo en la barandilla.

-Han sido tantas adversidades. Intento cuidar a mi hermana de una muerte y, al mismo tiempo, salvarme de la guerra.

-¿Por eso Erika baila con el hijo de Schulz? -asentí apenado-. No conozco los detalles, pero estoy segura de que eres una gran persona. Lo has demostrado en cada palabra que has escrito. Eres alguien dulce y por eso te amo.

Mordí el labio inferior de mi boca con molestia. Deseaba creer en aquellas palabras, pero solo podía escuchar la irritante voz de Ludwig.

-¿Cómo sabes que me amas y no es una simple obsesión? -cuestioné.

Acababa de arruinar un agradable momento con dudas insignificantes.

El silencio reinó junto a unas fuertes ventiscas que nos hizo temblar. El repentino golpeteo nos alertó, aunque, para mi suerte o desgracia, era el rubio.

-Perdonen interrumpir su momento tan romántico, pero mi padre te busca, Fritz -no reclamé, solamente me marché a paso apurado. Volteé una última vez para apreciar como ambos iniciaban una conversación.

Llegué donde el señor, quien mantenía con fuerza el brazo de mi hermana.

-¿Sucede algo? -interrogué, provocando que el agarre se afianzara.

-No... -murmuró la chica.

-Quiero hacer el oficial la boda y, para ello, me gustaría que estuviera presente.

-Comprendo... aunque falta-

Mi voz quedó silenciada por una mano en mi hombro, era el prometido de la joven. Mantenía un semblante feliz, como si acabara de pasar por un gran momento. Busqué rápidamente a Gretchen con la mirada, pero fui incapaz de encontrarme con sus ojos esmeralda.

-Buenas, invitados -comenzó a decir el del bigote-. Hoy me complace hacer un anuncio importante sobre el futuro de mi querido descendiente Ludwig y la hermana de un gran soldado mío, Erika -todos los ojos se posaron en nosotros de manera curiosa y divertida, como si hubiera iniciado su espectáculo-. He de decir que estoy feliz de poder agrandar mi familia con esta maravillosa nuera. El próximo año se llevará a cabo su boda y son bienvenidos a participar en ella. Aunque no hay una fecha aún clara, será lo más pronto posible.

Los presentes levantaron las copas en felicidad, chocando estas mismas a los pocos segundos. El señor me entregó un trago para que imitara también aquella acción y, sin objeciones como siempre, obedecí. Los innumerables tintineos me aturdieron, pero, no fue hasta que contemplé entre las personas una figura conocida que comprendí que esto estaba mal.

Entre chaquetas y vestidos lujosos, juraría haber visto a Roth, quien, a manera de susurro, me recordaba aquel mirlo en una jaula. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora