Capítulo 34

7 3 2
                                    

13 de marzo de 1941.

Sostuve la hoja entre mis manos y, con rabia, la terminé estrujando. No tenía sentido escribirle, pero mi corazón seguía aferrado a la idea de que todo era un malentendido. Que ella no había cambiado sus sentimientos hacia mí, que, seguramente, otra vez interceptaron sus palabras y decidieron sellarlas. Sin embargo, cada día que brindaban la correspondencia y veía desde lo lejos como Benno negaba la existencia de cartas, me cuestionaba los hechos.

Una montaña de sentimientos quedaba guardaba en el fondo del baúl, preguntándome cuando podría entregarlas de nuevo a mi Gretchen. Era doloroso el no saber que sucedí. Al menos si comprendía el porqué de tan radical acción, mi corazón no se estremecería tan fácil.

-Klein, el coronel te busca -comentó un soldado.

Suspiré de manera interna en busca de una fuerza que no me hiciera llorar. Cada día que acudía a su despacho terminaba en un torbellino de problemas de los cuales era imposible resolver sin intentar ponerme una pistola en la boca.

Negarse e ignorar tal aviso tampoco era una opción, cualquier indicio de rebeldía podía repercutir en presentarme frente a la división principal. Aunque sabía que merecía morir, no quería.

Caminé con destino a ese despacho que me provocaba vómitos de solo pensarlo. Donde el aire era más denso y un olor a humedad se entablaba en tu paladar. No sabría decir con certeza si era producto de las recientes lluvias o del miedo a cometer más errores dentro de esas cuatro paredes.

Toqué la puerta, dejando tras ese hecho un silencio desorbitante que acunó el viento. Creí que no había nadie, pero un pequeño estruendo del otro lado me hizo seguir el instinto de curiosidad. Ingresé, quedando perplejo al comprender que no era Schulz, sino el demonio quien esperaba mi presencia.

-Querido, Fritz. ¿Cómo le va? Lo noto más delgado, creí que el entrenamiento fortificaría sus músculos, pero, al parecer, la fotografía de su hermana siendo educada tuvo un efecto mayor a lo esperado.

Sus cabellos rubios danzaron como si se estuvieran burlando de mí. Aquel rostro odioso que vacilaba sin reír me entumecía las piernas. Tanta seguridad y aires de grandeza dejaban en pequeño mi humilde existencia.

-Ludwig... ¿qué haces aquí? -la interrogante lo hizo levantar.

-Cuando estaba en mi casa te vi jugar varias veces ajedrez y me surgió la duda de si eres tan bueno. ¿Qué te parece una partida? -preguntó sacando un tablero de una gaveta.

-¿Cuál es la trampa?

-No hay, aunque, si deseas, podemos apostar.

Tragué saliva esperando que dijera los términos del enfrentamiento, pero, en su lugar, dio una fuerte carcajada.

-Ve al punto -exigí cortando su momento de glorificación.

-Si gano... dejarás que te tome unas fotografías... -fruncí el ceño ante el tono malévolo de su propuesta.

-¿Y si gano yo?

-Aplazaré la boda unos cuantos meses...

(...)

Mis dedos temblaban en cada movimiento y, a pesar de estar sentado, sudaba incontrolablemente. Ludwig, por otra parte, disfrutaba el juego, aunque era entendible, no tenía nada que perder.

Había transcurrido una hora y, para mi mala suerte, varias piezas me habían abandonado. Los caballos, cuatro peones y una torre, mientras que él prevalecía firme tras sacrificar a sus alfiles. Contenía más soldados en el terreno, pero mi posición era mejor o, al menos, eso deseaba creer.

-Te noto nervioso -dijo moviendo a la reina-. ¿Es por mí?

-No... -murmuré dispuesto a trasladar una pieza.

-Dicen que este juego necesita silencio, pero siento que el callar solo muestra aburrimiento. Así que hablemos un rato.

-Hemos estado durante mucho tiempo sin conversar, ¿por qué ahora?

-Antes me estaba tomando enserio la partida.

Dejé caer un peón. Me había sorprendido sus palabras y el significado de estas. Para él solo era eso, un juego sin trasfondo donde el futuro no se decidía en cada movimiento. En ese instante comprendí que, no importara cuando me esforzara, no podría ganarle.

-¿Sobre qué quieres hablar?

-Voy a ser tu cuñado y no sé quién eres.

-Soy Fritz Klein -hablé con sarcasmo; rio sin gracia él.

-Me gustaría saber de tu vida y respecto a tu romance con Gretchen.

-No hay mucho que decir. Nací en una familia pobre y conocía a la joven mientras era su jardinero.

-¡Qué historia tan conmovedora! -susurró con ironía-. ¿Puedes agregar más detalles?

-No -continué una vez había logrado devorar su caballo-. ¿Qué quisiste decir con que viste mi foto primero? -cuestioné, tomando las riendas no solo del tablero, sino también de la conversación.

-Mi padre se acercó un día feliz diciendo que había encontrado a la mujer ideal para mi -comió una torre-. Una chica humilde con un hermano desesperado por liberarla de la cárcel. Me entregó una carpeta con información sobre ustedes y, entre tanto, se encontraba tu fotografía de cuando fuiste reclutado a la guerra. Se notaba el miedo en tus ojos, algo exquisito.

-¿Por qué el coronel le interesó Erika? -desvié el tema a uno donde su mirada no se volviera lujuria.

-Creyó que sería alguien sumisa, moldeable ante su situación de muerte, pero resultó no ser lo planeado. Al final de cada partida, el único manipulable fuiste tu. Irónico, ¿no? -se apoderó de mi alfil.

-Son situaciones distintas. Todo lo hice por el bien de ella.

-Y para escapar del campo de batalla -agregó riendo-. Tuve muchas dudas sobre el matrimonio, pero me sentí satisfecho cuando nos encontramos en persona por primera vez. Supe que sería muy divertido... aún lo es.

-Jaque -dije sintiendo la felicidad en mi cuerpo al poder golpearlo, aunque fuera por unos segundos-. La diversión no es eterna y, esa sonrisa, no te va a durar mucho más -hablé con fuerza, olvidando mi posición de inferioridad y los posibles problemas que podían surgir ante mi imprudencia.

-Tienes razón -susurró movimiento su rey-. No hay eternidad en ningún acto humano.

-Eres alguien extraño, Ludwig. No comprendo que ganas con esto, ni tampoco por qué te da placer el verme sufrir.

-No tienes que entenderlo -culminó levantándose-. Mañana traeré la cámara para tomarte las fotos.

Fruncí el ceño dudoso de sus palabras.

-Pero aún no has ganado.

-¿Seguro? -señaló la reina blanca, la cual había logrado apresar a mi rey, dando así una victoria inesperada-. Jaque Mate.

El silencio se apoderó del lugar y comprendí que era imposible. Jamás había tenido bajo mi control el tablero... Seguía siendo un simple peón, no importara que tan bien intentara jugar. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora