8 de septiembre de 1939.
El fuerte sonido de una alarma resonó por el lugar anunciando el alba y, junto con ella, la hora de despertarse. Gemí levemente por lo bajo, aún me encontraba muy cansado del largo viaje de ayer, pero me levanté, aunque mi cuerpo pedía otras dos horas para recuperase.
Un militar entró abruptamente al lugar llevando un saco, del cual extrajo nuestras vestimentas. Nos las entregó a todos los presentes y, con voz firme, nos ordenó que fuéramos rápidos. Detallé la ropa. Un pantalón y camisa de manga larga, toda de manchas verdes de diferentes tonalidades y, en el hombro izquierdo, el emblema nazi de color rojo y negro.
Comenzamos a vestirnos, deslizando las prendas por nuestro cuerpo y finalizando con la colocación de las grandes, pesada y negras botas. Salimos e hicimos una formación en total silencio. Nuestro mayor se colocó en el medio y comenzó a decretar.
- ¡Ahora se procederá a trasquilar todas esas minas de cabellos que tienen en su cabeza, para después iniciar con el entrenamiento! ¡Además, recibirán clases de supervivencia y convivirán en un ambiente natural para poder desenvolverse mejor durante la guerra! ¡Aprenderán a utilizar lo que los rodea a su propio beneficio! ¡También nacerá en su interior los principios de todo alemán, demostrando que somos líderes inigualables! ¡Los forjaremos como "hombres de bien", capaces de lograr sus metas y masacrar a sus enemigos! ¡Blut und Ehre!
- ¡Blut und Ehre! -gritamos y entonces lo supe, nos volverían máquinas de matar, incapaces de sentir.
Seríamos el infierno mismo tras la fachada de simples soldados.
(...)
El sol comenzaba a abrazarme con fuerza y el sudor resbalaba por mi frente como un riachuelo. Aún falta un abismo de obstáculos por superar, desde cuerdas a trepar como troncos por saltar. Mis piernas dolían ante las cuatro horas de ejercicio constante, con breves periodos de descanso para poder beber agua. No podía detenerme, debido a que las consecuencias serían horribles, o, por lo menos, eso nos dio a entender nuestro instructor, afirmando que, quien no haga lo ordenado, recibirá un castigo, el cual consistía en darle veinte vueltas al terreno.
Algunos habían caído desfallecidos en el suelo, otros luchaban contra las ganas de rendirse. Yo, por mi parte, mantenía un ritmo normal, intentando no desistir.
Tomé la soga frente mío y, con ayuda de ella, inicié una escalada. Suspiré una vez vi la meta y caí de rodillas junto a los demás.
- ¡Es hora del almuerzo! ¡Vayan a las duchas antes de comer! ¡Excepto los que no completaron la rutina!
Todos caminamos hacia los baños, los cuales eran colectivos. Entramos, cada uno con su toalla, y nos pusimos debajo de la regadera. Las gotas se deslizaban por mi bronceada espalda, mientras varios suspiros de alivio soltaba. Según Edel, el resto de nuestro entrenamiento era menos riguroso. Ahora, después de alimentarnos, era tiempo de la práctica con armas y bombas, para después darnos clases intensivas de moral, seguramente para fomentar en nosotros ese sentimiento nazista y racista tan característico.
Cuando estuve corriendo bajos los abrazadores rayos, la imagen de mi padre venía a mi cabeza con nostalgia. Las historias de él eran tan distintas a la realidad. Narraba lo magnifico de la vida militar, pero no contaba del cansancio y fatiga que le brindaba a nuestro cuerpo. Comentaba sus experiencias en el frente, donde se batía a disparos con los soviéticos, pero jamás habló de las muertes y sangre que manchaba el hermoso pasto. Ponía a Alemania como la más poderosa, obviando su parte cruel y nacionalista que sólo buscaba la invocación de sangre.
Coloqué mis manos contra la pared y bajé mi mirada. El agua seguía el mismo recorrido por mi rapada cabeza, deslizándose hasta mi mentón y cayendo.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•