Capítulo 21

18 4 3
                                    

19 de abril de 1940.

Miré a los soldados alistarse para dar inicio a un extenso viaje hacia una nueva lucha. Tomé de mi café con la angustia surcando cada entraña. No veía al chico sonriente aún y, aunque lo hiciera, no sabía que decirle. ¿Cómo justificar lo sucedido ayer sin parecer más desdichado?

Di media vuelta ante el llamado del coronel. Los que nos quedaríamos debíamos comenzar con las labores. Al contener una escayola, solo se me ordenó custodiar los campos de prisioneros, algo bastante sencillo en comparación a otros trabajos.

Los noruegos permanecían con la mirada perdida, preguntándose, seguramente, como habían llegado a esa situación donde su país ya no era suyo. Los niños habían sido separados de sus padres, colocados en ciertos lugares para que no se sintieran aislados y, a pesar de la situación, no vieran en los alemanes un enemigo.

Las madres lloraban desconsoladamente creyendo que sus hijos ya no permanecían en este mundo. Lamentaba observar la desesperación y odio en cada mirada brindada a los de uniforme, pero no podía hacer nada.

No era un hombre capaz de cambiar el mundo, sólo un peón temiendo ser eliminado. Tenía que aceptar que una sola persona no rehace una historia, sino millones que se cansan de morir. Tenía que aceptar que, me gustara o no, era un alemán, el cual, con el corazón tembloroso de tanto sufrimiento, portaba el emblema nazi.

(...)

8 de mayo de 1940.

Los días habían transcurrido en el silencio de los muertos. No tenía noticias sobre algún conocido, así como yo tampoco había dado señales de vida.

La guerra iba creciendo y Alemania se mostraba ganador en cada escenario. Apenas en un mes ya estaba a nuestra disposición Dinamarca y, aunque estábamos aún en la lucha, también lo sería Noruega.

Los reclusos permanecían pacíficos, como si se hubieran rendido ante una esperanza de libertad. Me dediqué a una rutina bastante acogedora, donde, gracias a mi lesión, sólo debía cuidar y, cuando caía la noche, podía hacer un ramo de cartas que tal vez nunca entregaría.

La mayoría eran dirigidas a Gretchen, pero también contenían palabras de consuelo vacías para Erika. El temor de perderla se volvía más fuerte, pero ¿qué más hacer? Mis oportunidades se acababan y el comandante no tenía suficiente paciencia.

Mientras golpeaba la punta del lápiz contra la mesilla, mis sentimientos se volvían decisiones mal tomadas. Estaba consciente que me arrepentiría luego, sin embargo, estaba dispuesto a todo.

17 años había cumplido en marzo... es muy poco para morir.

(...)

"Buenas, coronel Schulz:

Perdone escribirle tanto tiempo después, pero estaba dudoso de si aceptar o no su oferta. Esperé una respuesta por parte de mi hermana, pero esta nunca hizo presencia, por lo cual decidí tomar yo mismo el asunto entre mis manos.

Desconozco si es la opción correcta o si hay otro camino donde no sean violados los ideales de Erika, no obstante, mi desespero es mayor que cualquier indicio de cordura. Estoy dispuesto a todo con tal de salvarla, aunque esto me lleve a su odio eterno.

Le permito a su hijo que la conozca, incluso, pueden fijar una fecha para el matrimonio.

Suerte y espero una contestación pronto,

Fritz Klein."

Una vez puse el punto final, maldije toda mi existencia. Comprendía la importancia de este movimiento, pero no di a torcer mi corazón una vez entregué la carta.

No estaba dispuesto a sacrificar más piezas.

(....)

11 de mayo de 1940.

Hoy había llegado otra vez al campamento y un sentimiento de seguridad inundó mi cuerpo. Era lo más cercano a estar en casa.

Aunque aún no había tenido oportunidad de ver a mis amigos, sabía que ellos pronto regresarían y, con suerte, todos vivos. Lo único que traía consuelo a la angustia ante una posible pérdida, era la propaganda alemana sobre su victoria y la nueva conquista llevada a cabo, aunque esta no significara nada para mí. Estaba consciente que, con cada paso a favor del régimen, más ansias de conquistar nuevas tierras se aproximarían. Dentro de unos meses, con certeza, regresaríamos al combate junto a la necesidad de romper mi otro brazo.

-Fritz -me llamaron en la lejanía-, el coronel desea verte.

Conocía el motivo de aquella reunión y temía todas las variantes de respuesta ante mi propuesta.

Caminé hacia el conocido despacho, encontrándome con el hombre de manchas y torcido bigote. Sonrió entrelazando los dedos y, retirando de un cajón algunos papeles, hizo preguntas.

-¿Qué te sucedió en el brazo?

-Se fracturó... -levantó la ceja, como si estuviera pidiendo palabras más detallada sobre el incidente-. Fue mientras salvaba a un soldado -mentí, ocasionando una ola de emociones de asco ante tales palabras.

‑Que valiente -dijo y tragué saliva con dificultad, como si el engaño fuera tan pesado que me era imposible hasta respirar.

¿Valiente? ¿Yo? Solo cuando creó una realidad alterna donde no soy un incompetente que suplica ser sacado del campo de guerra.

-Recibí tu carta. He de admitir que por un segundo creí que no aceptaría, debido a que le tomó varios meses -carraspeó para luego levantarse mientras sostenía algunas hojas-. Estoy consciente que no fue una decisión sencilla, pero te garantizó que fue la correcta. No sólo sacaré a tu hermana de la cárcel, sino, también, le brindaré una estabilidad donde jamás tenga que preocuparse por su bienestar. Además, para que no tenga dudas sobre este matrimonio, le daré un regalo más...

Dejó la frase en el aire y se acercó a mi oído.

-Sé que no le gusta pelear, que esa escayola no es producto de un acto de gallardía, solo es miedo disfrazado... por ello, si permite que mi vástago contraiga casamiento con Erika, lo sacaré de la guerra. Lo trasladaré a un sitio tranquilo, donde el máximo de sus problemas sea cuidar a prisioneros y rellenar papeles... ¿Qué le parece?

Mi corazón latí con fuerza ante tal sugerencia. Tras mis pupilas se divisaba con claridad la imagen de la joven mientras gritaba que era un monstruo, pero, cada vez que abría los ojos, solo me encontraba el contrato dejado en la mesa. Era más allá que una libertad para la chica también incluía la mía.

¿Es digno firmarlo?

No lo sabía, sin embargo, mientras más leí las palabras plasmadas, más me convencía de hacerlo. Erradicar los cadáveres sombre mis hombros, no presenciar ríos de sangre... estar con Gretchen.

Sostuve el bolígrafo con temblor.

-¿Promete que su hijo la cuidará?

Y ante el silencio, lo hice. Firmé un camino hacia el encierro del pequeño mirlo.

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora