17 de junio de 1939.
Admiré a la chica que siempre abría el balcón y dejaba al descubierto su delicado semblante. Todos los días lo hacía, para después volver a ocultar su belleza en las sombras de cuatro paredes vestidas de lujos. Miradas y disimuladas sonrisas era lo único que me brindaba, junto al destello inconfundible de sus ojos verdes. Jamás bajaba de aquella cárcel, donde seguramente la preparaban para ser una buena moza para el futuro esposo que le designarían sin su consentimiento.
Aquellos intercambios bajo el radiante sol era lo que me hacía seguir yendo a la mansión y enfrentarme a mi padre, quien no le agradaba la idea de ejercer de jardinero. Esos ojos esmeraldas eran el motivo de mis sonrisas y, sin oír su voz, imaginaba las conversaciones que nunca tendríamos. Pero lo mejor era soñar con esos labios que no debía tocar, los cuales se habían vuelto mi mayor deseo, el pecado que anhelaba cometer.
Volvió a perderse la muchacha, dejando mi corazón dolido, con ganas de verla por más tiempo.
- ¡Fritz! -gritó mi nombre Adelaida; me dirigí hacia ella- ¿Cuánto falta para que termines? El patrón pidió que el jardín estuviera listo, quiere sacar a la señora Meyer a tomar el aire.
-Ya estoy terminando... puedes-
No me dejó finalizar, se marchó con aires de grandeza. Continué mi labor, esta vez trasplantando unos lirios para que pudieran obtener más luz solar. El choque de un bastón contra el suelo captó mi atención rápidamente. Giré la cabeza, encontrándome con una mujer mayor que era acompañada por Adelaida y otras criadas más. La señora de complexión obesa mostraba unos ojos pardos inexpresivos y sus cabellos que intentaban ocultar las canas eran recogidos en un peinado extravagante cubierto por una gran peineta dorada.
Caminaba lentamente, tropezando con su vestido morado. La sentaron en unas sillas que estaban en las sombras, cerca de las begonias. En la mesa cubierta por un mantel, dejaron tazas pequeñas y alimentos. Otros pasos se hicieron presentes por el sitio.
Quedé petrificado ante los ojos verdes alegres que destellaban en emoción. Pasó por mi lado, dedicándome una apenas perceptible sonrisa, para luego sentarse al lado de su madre. Mientras acariciaba las manos arrugadas de su progenitora, me veía a lo lejos.
Ese se había vuelto un momento especial...
(...)
30 de junio de 1939.
Los paseos por el jardín y las miradas jamás faltaron durante estos días, sin embargo, las palabras no se hicieron presentes. Murmullos dirigidos a su madre fue lo único que pude escuchar de sus labios carmesíes. Su voz era suave, baja y delicada, como una brisa que me alegraba el día.
La señora Meyer sólo empeoraba, o por lo menos eso era lo que me decía siempre Liesel. Mi mayor miedo era que la anciana muriera, eso significaría volver a apreciar a mi Gretchen desde el balcón.
Mientras el tiempo pasaba, me seguía cuestionando lo mismo. ¿Cuándo tendría el placer de intercambiar alguna palabra con ella? Un simple hola de su boca pequeña era suficiente.
Aprecié a la chica mientras cortaba unos lirios. En el transcurso de mi estancia en la mansión, los gustos de la muchacha se hicieron presentes. Siempre llevaba un vestido rosa de encajes y amaba las begonias, por ello me dediqué a cultivarlas en infinidad de colores. Le gustaba que los rayos de sol cayeran sobre su rostro, pero odiaba tener que vivir en la sombra.
Eso era ella...
Sonreí de lado ante la plática tan animada que desempeñaba con su madre. Esta última sólo asentía y acariciaba el dorso de las manos de su hija. Terminé mi trabajo, pero no deseaba irme, quería seguir apreciando a la joven de cabellos negros, aunque Adelaida no me lo permitió. Me retiró del lugar y me guio hasta la puerta trasera, la cual cerró después de entregarme el típico sobre con dinero.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•