Capítulo 25

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8 de junio de 1940.

Observé mi reflejo, presenciando las grandes ojeras oscuras que adornaban mi rostro. No recodaba el último día que había logrado dormir bien sin sentir que caería en un abismo de desesperación con solo cerrar los ojos.

Hablando con el rubio, llegamos a un acuerdo que, después del día diez, podríamos llevar a Erika a su nuevo recinto. Yo le acompañaría para garantizar que tuviera las condiciones necesarias. Además, con suerte, visitaríamos a mi madre, quien ha decidido desaparecer del mundo una vez más.

Contemplé dos cartas sobre la mesa. Eran destinada a mi amada, pero, al no tener manera de enviarlas, dejaría que se acumularan hasta poder dárselas. Contenían todos mis pensamientos cubiertos del miedo y terror, junto a la duda de si alguien debía o no leerlas. Plasmaba mi lado oscuro, un lado que temía que se apoderara de mi ser, pero que, con el paso de eventos caóticos, salía de su escondite.

Un toque en la puerta hizo presencia; sabía quien era.

-El desayuno está listo- dijo una vez abrí la entrada.

Bajamos, encontrándonos con más delicias de Petra y, agradecido como siempre, me despuse a comer. La habitación se encontraba llena por el respirar de Ludwig y mío. Regresaba esa sensación de incomodidad ante su presencia seria y fría.

-¿Qué te pareció Erika? -pregunté, dándole rápidamente un mordisco a mi tostada.

Frunció el ceño, sin embargo, no respondió.

-¿No sentiste nada por ella? -insistí ante su silencio, el cual comenzaba a molestarme.

-Sí, pena -aquella voz ronca y desinteresada me revolvió el estómago. No le importaba la plática ni el haber conocido a mi hermana.

-¿Algo más? ¿Ni amor, empatía... algo?

-¿Amor? -preguntó al borde las carcajadas-. Seamos honestos, ¿quién se enamora de una persona solo con verla la primera vez? -se detuvo al contemplar mi rostro de enojo, pero luego continuó con más vacile-. Y, quién lo hace, no es que realmente esté enamorado, sólo es un capricho o, probablemente, es alguien a quien sabe que no puede tener y, cuando no puedes tener algo, aún más lo quieres.

-¡No es así! -golpeé la mesa.

-Entonces dime... ¿genuinamente amas a Gretchen? O... ¿sólo estas obsesionado con ella?

(...)

Observé a través del cristal la calle. Algunas personas realizaban su vida con cotidianidad, dejando de lado el horrible hecho que acechaba a su país. El sol se mostraba listo para irse en cualquier momento y esperaba que, con él, también mis pensamientos.

Apreté con ligera fuerza la punta del cigarrillo, dejándole pequeñas arrugas. Me lo había dado Ludwig ante de irse, dejándome con la ira ante sus palabras en el desayuno.

Cansado, llevé el objeto a mis labios. Era preferible fumar a continuar con el vicio de morder mis dedos en busca paz ante la ansiedad. El mechero hizo presencia, encendiendo la toxicidad. Tosí algunas veces, pero luego me acostumbré al ardor naciente en mi garganta. La nicotina viajaba sin detenerse, fusionándose en las pupilas, haciéndome ver el mundo más oscuro.

Mañana un nuevo día sería, sin embargo, el cuestionamiento de mis sentimientos hacia la joven se había implantado.

Como desearía verla y corroborar que es amor puro... y no algo tan vil como la obsesión.

(...)

20 de junio de 1940.

La guerra no se detenía, llevando con ella múltiples cadáveres, pero, a pesar de ello, parecía palpable otra victoria alemana, o, al menos, eso era lo que mostraban los periódicos.

Durante los días no había hecho mucho más que encerrarme en mi habitación esperando que el humo de los cigarros ahogara mi alma en pena. Ya no era suficiente con fumar uno, sino que podía culminarme en pocas horas dos cajetillas y sentir aún la amargura usurpar mi cuerpo. Las colillas y el mal olor eran típicos en el cuarto, junto a la poca luz naciente de una cortina mal puesta. Era miserable verme al espejo y contemplar como crecían sin gracia mis cabellos.

Ludwig, por otro lado, se mantuvo bastante ocupado. Cada cierto tiempo visitaba a mi hermana, según me contaba Petra, alistando su cambio de establecimiento, el cual se llevaría a acabo dentro de unos pocos días. A pesar de las súplicas de la mayordoma, me negaba rotundamente a ver a Erika. Temía que su fría mirada y palabras de desconsuelo destruyeran aún más mi vida. Estaba decidido a no estar en su presencia a menos que lo ameritara.

Sentía repudio ante esas ideas y el deseo de vomitar no desaparecía por más que me intentara convencerme de que era un buen hermano. Aunque conocía a la perfección la realidad de mis actos, donde no era un héroe dispuesto a dar su vida por el mundo, sino el cruel villano que daría el mundo por su vida.

Ni siquiera la piedad de Dios podría salvaguardar un alma sin rumbo ni motivo.

-Fritz -dije viéndome al espejo-, ¿quién demonios eres? ¿En qué te estás convirtiendo?

(...)

24 de junio de 1940.

Contuve la respiración antes de ingresar al lugar. Caminé por el pasillo acompañado por el rubio, quien mostraba una sonrisa enérgica ante la acción a realizar.

Hoy era el gran día, Erika sería por fin libre... o, mejor dicho, puesta en otra cárcel sin rejas.

-Vámonos -dijo el hombre una vez la divisamos.

La joven prevaleció en silencio, acatando cualquier orden con la mirada perdida en tristeza. La sostuve entre mis brazos para que no cayera al suelo ante cada paso. Sus huesos eran casi expuestos, pareciendo que, en cualquier momento, atravesarían su piel.

-Pronto estarás mejor... -murmuré cerca de su oído en el tono más dulce posible.

Fuimos guiados hacia el auto que contenía nuestras maletas. Seríamos llevados lo más pronto posible hacia una villa algo alejada de las ciudades, donde la calma predominaba como el silencio. Ahí nos hospedaríamos hasta que otra vez sea necesario regresar al campamento y enfrentarnos a una nueva lucha sin causa.

-Espero que sea de agrado tu futuro hogar -dijo el hombre entre la vacilación y seriedad. Parecía disfrutar el momento, pero también odiarlo.

-¿Y mamá? -aquella voz fue un susurro en plegaria-. Me gustaría verla.

-¡Por supuesto! -estalló el hombre-. Cambien el rumbo, iremos a ver a querida futura suegra -las últimas palabras fueron escupidas, como si no importa su simbolismo.

Ludwig era alguien más allá de desinteresado. Estaba consciente de sus pocas ganas de casarse o el poco cariño que le tenía a mi hermana, sin embargo, era incapaz de descifrar su juego. Cada pieza que movía no tenía coherencia. No comprendía si quería darme jaque mate o, simplemente, terminar la partida lo más rápido posible sin motivación de ganar.

(...)

Se estrujó mi corazón ante la casa. Cada emoción que sentí en aquel triste sueño se volvían realidad. De fondo quedaba la cruz, la cual apenas podía sostenerse. Las cosechas ya no existían y el olor a nostalgia era palpable. Estaba de nuevo en casa...

Ayudé a la chica a llegar hasta la entrada, la cual toqué con gentileza. Unos pocos minutos pasaron hasta que una mujer demacrada nos abrió. Era mi madre, delgada como siempre, pero esta vez con los ojos más oscuro, sin ni siquiera mostrar luz, aunque estaba en la presencia de sus hijos.

-Madre...

Una lágrima salió cruelmente deslizándose sobre mi mejilla, cayendo al final en el duro suelo. Aquella mujer sólo se dignó a abrazar a la muchacha, olvidando eternamente que también tenía otro ser querido esperando ser enrollando en sus brazos de maternidad. Yo también era sangre de su sangre, su único hijo hombre, el cual combatía en la guerra.

Incluso esperé que terminara su gesto de amor, aguardando por alguna migaja de empatía ante mi llegada, pero jamás pasó. De su boca no brotó ni un saludo y de su corazón ningún "te quiero".

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora