18 de diciembre de 1939.
Desperté de golpe, pues otra pesadilla había hecho presencia tras mis pupilas. Esta era tan amarga que tuve que morder mi lengua para evitar el llanto. Eran demasiadas noches sin poder dormir, recreando en mi mente los recuerdos más dolorosos. Más que un mal sueño, eran memorias vividas que hacían bucles bajo la luna.
Me dispuse a vestirme con atuendos ofrecidos por Meyer, debido a que los míos estaban sucios. Tras terminar, bajé al segundo piso y me dirigí hacia la cocina, donde me encontré con una mucama de alegre sonrisa quien volteó en mi dirección. Su piel oscura se iluminó ante la luz que aparecía por la ventana.
-Buenos días, joven Fritz –dijo reclinando su cabeza llena de rolos.
Quedé estático por unos segundos. No sabía cómo actuar ante aquella señora. Su voluptuosa figura y la confianza que emanaban me hacían dudar de si debía o no responder ante su saludo.
La voz de Benno hizo presencia en el sitio, haciéndome sentir más nervioso. Volteé, observando como sus ojeras sobresalía en su rostro.
-Mi pequeño –comentó la mujer acercándose-. ¿No ha dormido bien? –las mejillas del mencionado se tiñeron levemente de rosa-. No entiendo a los jóvenes de hoy. ¡Apenas descansan! Hasta tu amigo tiene cara de muerto –río con tosquedad.
Meyer se separó y caminó en busca de una manzana, ocasionando que me volviera el centro de atención de la señora. Esta me miró con detenimiento, haciendo largas pausas por mi rostro y cabello.
-No debe ser fácil la guerra... ¡Les ha tocado lo peor!
-Es mejor que esconderse... -comentó el chico.
Aquellas palabras hicieron incómodo el ambiente. Me sentía fuera de lugar, como si estuviera en el momento menos oportuno.
-Soy Petra –habló cambiando el rumbo de la asfixiante conversación-. Fui la niñera de este joven hace muchos años atrás, ¡y mira cómo me paga! Mientras más los mimas, más ingratos se vuelven –tras aquello, soltó carcajadas idénticas a las anteriores.
Quería reír junto a ella, pero el ceño fruncido de cierto individuo me detenía.
-Desayuna pronto, tenemos que irnos lo antes posible, Fritz –ordenó marchándose.
Tras no verle por el umbral del pasillo, la señora cayó sobre una silla.
-Perdona su actitud, aunque ya debes de conocerlo. No es muy cariñoso. Por cierto –captó mi total atención ante el cambio brusco de tono-, ¿me podrías decir que ocurrió con Conrad?
(...)
Benno se acercó a mí, anunciando que debías ingresar al automóvil, puesto que la tarde caería pronto. Asentí, dejándome ser guiado por el chico.
-Nos desviaremos del camino, necesito hacer una parada.
Tras aquellas palabras, nada más fue dicho. Los minutos transcurrieron sin conversación.
Aún me cuestionaba que ganaba haciendo todo esto. No cabía en mi cabeza que sus actos fueran por generosidad, no después de aquellas palabras hirientes. Incluso si me pedía disculpas en ese momento, ¿sería capaz de perdonarlo? Aún el rencor prevalecía en mi alma, dañándola.
No podía pensar con claridad, eran demasiados problemas arremetiendo contra mi cabeza. Las pesadillas que marcaban las ojeras y el temblor crónico cuando sostenía un arma. ¿Cómo jugar bien mis piezas si sólo tengo un peón a mi disposición?
Una vez llegara al cuartel, debía escribirle a mi madre. Contarle sobre mi visita a la prisión y pedirle que convenciera a la muchacha de cavar sus ideales. Por otro lado, advirtieron que los entrenamientos serían más duros porque, según me informó Helmut, dentro de unos meses atacaríamos otro país. Desconocía los detalles, pero la imaginación era suficiente. Más sangre deslizándose entre mis dedos, manchando mi rostro y perpetuándose en mi memoria.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•