1 de septiembre de 1939.
El pánico se expuso ante nuestros ojos y los periódicos eran abarrotados de peligrosas noticias. Las mujeres abrazaban a sus hijos ante el temor y los ancianos suplicaban un milagro para no tener que vivir otra tragedia como la de 1914. Las calles estaban vacías, las personas se refugiaban en sus casas con pánico mientras esperaban la pasada de algún ejército dispuesto a destruir y asesinar.
"Los alemanes atacan Polonia, dando inicio a otra guerra mundial."
Esos eran los titulares que brillaban en papel. Yo me intentaba mantener sereno, pero el simple hecho de pensar que, en un futuro no muy lejano, tenga que vestir el escudo nazi, me estremecía. No deseaba sostener una metralleta y manchar mis manos de sangre ajena. El sólo imaginar aquellas escenas me causaba pavor. ¿Cuántas personas morirían bajo el mando de ignorantes que no valoran la vida? ¿Cuántos niños quedarían huérfanos o, peor aún, muertos sin saber el motivo por el cual derraman su sangre?
Mi padre me hizo múltiples historias de su vida en el ejército, las cuales me cautivaron de niño, pero hoy recuerdo como la masacre más grande de todas. Los campos verdosos llenos de flores se transformarían en trincheras rojas con banderas de cadáveres. Destrucción, muerte, injusticia y miseria cabalgarían por los poblados como emblema de sufrimiento. Sin embargo, los ricos sedientos de poder disfrutarían ver a sus hombres exterminarse sin piedad. Lo pobres, como yo, se sustentarían de la esperanza de vida, aunque estamos conscientes que, esa esperanza, ni siquiera existe.
(...)
5 de septiembre de 1939.
Los días parecían empeorar y mostraban una guerra masiva y duradera. Alemania había logrado progresar en los territorios enemigos, demostrando su poderío bélico. En nuestro pueblo la situación era tranquila por el momento y las madres celebraban por no haber recibido aún ninguna carta que arrebatara a sus hijos de sus brazos.
Los precios aumentaron y los alimentos iniciaban su escases, debido a que la mayoría eran designados al ejército. Yo continuaba cultivando el campo y vendiendo mis hortalizas, ganando una clientela fiel. Mi hermana se volvía a mostrar rebelde ante los nuevos acontecimientos y daba su punto de vista sobre el racismo que crecía entre la población alemana. No perdía oportunidad para manchar de horrores el nombre de Adolfo Hitler, designándolo de inhumano e ignorante. Mi madre la reprendía constantemente por ello, aunque ella estaba de acuerdo con su hija, pero temía que la imprudencia de esta misma la llevara a un agujero negro de peligro.
Rara vez pasaban automóviles llenos de soldados, pero, cuando lo hacían, era un espectáculo que los niños veían con maravilla y los adultos con tristeza. En aquellos camiones, vestidos de camuflaje, se apreciaban a jóvenes que apenas podían sostener los fusiles con su cuerpo y eso hacía crecer mi miedo. Los rostros eran deprimentes, llenos de terror ante lo que se encontraba al otro lado de la trinchera y, aquellas mismas caras, serían los que morirían por "el bien del país" y los ideales de supremacía del gobierno.
Mamá, tras el detonante de la guerra, había perdonado todos mis errores y volvía a ser tan afectuosa como antes. Me traía comida durante mis largas jornadas de trabajo al sol y, a veces, se quedaba a mi lado viéndome con una sonrisa nostálgica, como si apreciara en mí el triste recuerdo de papá.
En estos momentos de tensión, la imagen de mi padre renace de las cenizas. Nunca lo necesité tanto como hoy.
(...)
Lancé las botas sin importarme donde cayeran, y me senté en la silla más cercana. Estaba exhausto, la demanda crecía, por lo que el trabajo también.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•