14 de marzo de 1941.
Apenas había abierto los ojos cuando Helmut me avisó de la presencia de Ludwig, quien esperaba en las afueras del dormitorio. Me encontraba un poco atónico e incluso confundido, tenía la esperanza que aquella partida había sido solo un mal sueño y no otra cadena en mis hombros.
Me arreglé lo antes posible y, con las manos aún temblorosas, me dispuse a encontrarme con el hombre.
El rubio sonreía plácidamente mientras sostenía una cámara. Me observó de pies a cabeza y no pude evitar arquear mi boca ante el naciente vómito.
-Sígueme -dijo y comenzó a caminar.
Fui guiada hacia la oficina de Schulz, pero esta se encontraba vacía y, para mi sorpresa, todos los muebles habían sido cambiados. Sólo se presentaba una gran butaca de piel rojiza en el medio.
-¿Qué debo hacer?
Sus ojos denotaban malicia disfrazada en un intento de desinterés, pero esta vez era imposible ocultar su deseo carnoso. Señaló el sillón.
-Ponte cómodo y disfruta.
Sentarme en ese lugar e intentar posar sin que el asco recorriera todo mi cuerpo era imposible. Me sentía como una mísera atracción de circo, la cual, por algún motivo, aún no satisfacía sus necesidades.
Tras unos minutos de fotos, su boca soltó órdenes de como posicionarme. Al inicio acepté, pero con el paso de los segundos las sugerencias por su parte se volvían incómodas.
Inclinar el dorso, sobre poner el labio, abrir más mis piernas, desabotonar parte de la camisa...
Había instantes donde las palabras no eran suficientes y terminaban sus manos en mis muslos y brazos para indicarme como modelar. Por mi parte, el silencio hizo presencia en mi boca y la idea de llorar era más clara tras mis ojos. No entendía que ocurría, pero la sensación de su mirada y piel rozando cada minúscula parte de mi provocaba angustia. Quería escapar.
-Te noto tenso... pero creo que tengo una nueva propuesta que podría hacer que te sientas mejor -la voz era profunda y altanera.
-¿Qué cosa?
-Voy a darte la oportunidad de aplazar una vez más la boda de Erika, sólo debes hacer una pequeña cosa.
-¿Qué es? -cuestioné en lo bajo, pidiendo internamente que no fuera lo que creía.
-Tomarte más fotos, pero... sin ropa.
Mis plegarias nunca habían sido escuchadas y jamás lo serían. Un ser roto no merecía perdón divino ni ayuda celestial.
-Está bien...
Mis cuerdas vocales dolieron antes esas dos palabras. Había sentenciado no sólo a Erika al firmar ese contrato, sino también mi existencia a un mundo de torturas donde ser un juguete era la única forma de escapar de los horrores.
Comprendí que iba perdiendo mi dignidad, mi alma en cada prenda que despojaba de mi piel. Mostré desnudez a un extraño monstruo y, más que preocuparme por sus manos tocándome, me cuestionaba si mi hermana había pasado también por eso. Tal vez este era el castigo por presentar cobardía, por ser una mala persona capaz de destruir a otros para encontrar su propio bien.
Jamás entendí que ocurrió en esa habitación, ni tampoco recordaba mucho sobre aquello. No sé si era mi subconsciente protegiéndome o simplemente mi memoria fallando una vez más. Cualquiera que fuera el caso, no calmaba las ansias de fumar y, por más tonto que fuera, el desea de abrazar a mi Gretchen.
(...)
Mis ojos quedaron puestos en el pavimento, era incapaz de desviar la mirada de allí. Schulz hablaba sin descanso sobre futuros planes y estrategias, pero no comprendía sus palabras. La sensación de unos dedos escurriéndose por cada pliegue de mi piel persistía. Habían pasado varias horas desde el encuentro con Ludwig, sin embargo, parecía que sólo habían transcurridos escasos segundos.
-¿Estás bien, Fritz? -interrogó Helmut al verme disociado.
-Si... logré aplazar la boda de mi hermana -comenté con la voz rota.
-¿No deberías estar feliz?
Él tenía razón, la alegría debía irradiar en mi rostro, pero era todo lo contrario. Bien dicen que no importa el camino, sino el destino final. Entonces, sacrificar una parte de mi para salvar a Erika era lo correcto, ¿no? Así como ella dejó atrás su alma por impedir que vaya a la guerra.
-Estoy bien... sólo un poco preocupado. No sé cómo el coronel se tome la noticia.
-¿Tanto es su deseo de casar a su hijo?
Aquella incógnita me creó nuevas dudas. ¿Por qué? ¿Cuál era su desespero por ello? Tal vez había un trasfondo más allá de un simple caprichoso, aunque preguntar no era una opción, ni tampoco andar de curioso. Inconscientemente había comenzado a desarrollar un miedo hacia esa familia o, específicamente, a ese rubio de mirada lujuriosa. Sólo suplicaba no tener que volver a permanecer a solas en una habitación con él.
-¿Qué son esas marcas en tu cuello? -interrogó el joven mientras intentaba tocar la zona, pero lo aparté lo más pronto posible.
-Nada -susurré.
Un escalofrió recorrió todo mi ser junto al recuerdo del porqué de aquellos moretones. A pesar de tener un poco distorsionado el pasado en esa habitación, sabía quién era el causante de todo. Sólo no podía evocar si había sido provocado con sus dedos o con su boca.
(...)
27 de marzo de 1941.
Sostuve con fuerza la invitación que presentaba en letras grandes el nombre de Erika. La caligrafía era impecable y el mensaje bastante conciso e incluso diría que amenazante. Estaba siendo convocado a asistir a la celebración del cumpleaños número 18 de mi hermana. La fiesta se llevaría a cabo en la gran casa apartada de la ciudad donde tuve la dicha de vivir tiempo atrás. No había más detalle, solo la tinta roja para resaltar que la vestimenta debía ser elegante.
Supuse que lo correcto sería marchar cuanto antes si deseaba poder prepararme con tiempo para el evento. Sólo quedaba redactar una carta donde explicara por qué me ausentaría unos días y preparar una maleta para el viaje.
Mientras iniciaba el proceso, preguntas surgieron. ¿Asistiría Gretchen? ¿Erika me odiaría? ¿Cómo reaccionaría al ver a Ludwig?
Más que respuestas obtuve una presión en mi pecho. Aquellos nombres comenzaban a detonar en mi miedo, angustia y tristeza.
Fue entonces cuando comprendí que aquellas personas que alguna vez amé se transformaban en mi mayor terror.
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Peones de Guerra #PGP2024
Ficción histórica•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•