Capítulo 30

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8 de enero de 1941.

Las gotas de sudor resbalaban por mi frente y el aire apenas podía circular por mi cuerpo. Los meses lejos del campamento me había vuelto el chico que dejaban a lo último en el pelotón, el cual debía estar de nuevo en forma.

-Alguien estuvo de vago durante sus vacaciones -dijo Helmut sonriendo y bajando la velocidad del trote.

-Perdón, teniente. No me haga dar más vueltas como castigo -comenté burlonamente.

-Sabes que no puedo ser imparcial con nadie.

Suspiré, rindiéndome y cayendo el suelo exhausto.

-Fritz -levanté la mirada, observándolo desde lo bajo, lucía tan imponente-, ¿Benno te contó lo de Edel? -asentí mostrando el colgante en mi cuello.

-Murió solo.

-Cada acto tiene consecuencias. Su personalidad lo llevó a ello, nadie tiene la culpa.

-Sabía que yo era el único que le visitaba. Debía haber estado ahí al menos en su último aliento.

El silencio hizo presencia, convierto la atmosfera en incomodidad, algo que antes no sucedía con él.

-¿Cómo te fue en Francia? -pregunté para apaciguar el ambiente, sin embargo, sólo empeoró este.

Comprendí que había tocado una fibra sensible porque sus ojos se oscurecieron. No estaba consciente que tan mal podía haber sido... quizás, la crueldad solo aumentaba en cada lucha.

-Deberías seguir trotando -susurró y se marchó, dispuesto a alcanzar al resto de compañeros.

Mientras otros daban su vida, yo me escondía ignorando el hecho de la triste realidad de un soldado. No podía esperar regresar y que todo fuera igual. O por lo menos, no cuando la sangre teje lazos y los gritos recuerdos.

(...)

Sostuve con fuerza la pieza, cuestionándome que movimiento hacer. A pesar de encontrarme solo jugando, sentía la misma presión que cuando estaban presentes Benno o Helmut. Esa opresión en el pecho, ansias y el deseo de vencer.

Encendí el cigarro, conociendo el reglamento, pero, por un segundo, quería desafiar la ley, aunque sea con algo tan insignificante como el prohibido fumar.

Entonces, ahí me encontraba; en el silencio y el humo nocivo, sin embargo, encontraba paz. Podía pensar en la vida sin miedo, insultar en la mente y sacar lo negativo. Podía ser yo mismo. Un rey cruel dispuesto a sacrificar a todos sus leales con tal de sobrevivir, de ganar la partida.

-Fritz -aquella voz me tomó por sorpresa y, en un intento desesperado, aplasté el cigarrillo en mi mano, quemando esta misma.

Disimulé el dolor volteando con una sonrisa torcida.

-Benno, ¿qué haces aquí? -interrogué ocultando un gemido.

-Buscaba a Helmut, pero me alegra verte. No pude estar contigo en el entrenamiento.

-Sí. ¿Dónde estabas?

-Larga historia, pero te la puedo contar una vez curemos tu mano -comentó mientras se acercaba a una maleta, de la cual sacó un pequeño botiquín.

Se sentó a mi lado y, mientras me untaba la crema, siguió hablando.

-Si quieres fumar no tengo problemas en ello. Conozco un lugar donde podrías hacerlo sin inconvenientes, pero no lo ocultes, por lo menos, no de mí.

-Me da vergüenza admitir en que me estoy convirtiendo -susurré.

-Ni que hubieras matado a alguien -hizo una pausa para soltar una risa sarcástica-. Perdón, a veces se me olvida que ambos hemos asesinado.

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora