17 de agosto de 1939.
Desde el encuentro con mi hermana, no hemos vuelto a intercambiar palabras. Seguía escapando por las noches, pero no me tomé las molestias de seguirla o preguntarle al respecto. Mi madre cuestionaba constantemente nuestra actitud, para después seguir cuidando de papá, quien no había dado signos de mejoría.
Me vestí como de costumbre para ir al trabajo y, mientras guardaba la carta que le entregaría a Gretchen en el bolsillo de mi pantalón, entró mamá. Me observó en silencio; yo sólo fruncí el ceño.
- ¿Qué sucede?
- ¿Me estás ocultando algo?
Volteé para verle mejor. Estaba recostada al marco de la puerta con los brazos cruzados. Negué y terminé de alistarme. Besé su frente, pero me detuvo antes de salir.
-Tu padre ha empeorado, llamaré al doctor, intenta venir temprano.
Asentí y me retiré. Jugué por el camino con el borde de mi camisa y la emoción creció en mi pecho al ver aquella casa. Hoy era el gran día, tendría el placer de hablar con mi amada. Los nervios me controlaban, pero pude disimularlos antes los ojos juzgadores de Adelaida.
La presencia de la joven Meyer jamás se hizo presente por la mañana. Liesel me había comentado con apuro que no podría verla hasta por la noche, debido a que se preparaba para la celebración. Esa noticia me hizo sentir triste, pero sonreí ante el sobre que me entregaba la joven. Lo tomé e, inmediatamente, le di la carta que había redacto por la noche. Se retiró, dejándome solo.
"Amado Fritz:
Por fin tendremos el placer de conversar sin la necesidad de papel y lápiz. Espero con ansias ese momento, pero, por ahora, me temo que tendrás que disfrutar de estas pequeñas líneas.
Nos vemos pronto.
Siempre suya,
Gretchen."
Con aquella dulce letra que enlazaba nuestros sentimientos, permanecí durante el resto del día hasta que Adelaida me dio el dinero como señal para retirarme.
(...)
Terminé de alistarme y me observé en el espejo. Me eché unas gotas del perfume de papá, el cual a escondidas había tomado, y pasé una vez más el peine por mi cabello perfectamente alineado.
Tenía planeado coger unas flores del jardín, pero mi supervisora se percató de mis intenciones, impidiéndome llevar a cabo mi misión. Tendría que improvisar.
- ¿A dónde tan elegante? -cuestionó mi hermana, tomándome de imprevisto.
-Yo no me interpongo en tus asuntos revolucionarios, ni tú en los míos personales, ¿recuerdas? -finalicé y me dispuse a salir de la habitación, pero fui detenido por su voz.
-Vas a verla, ¿no?
-Sí, ¿por qué?
-Papá quiere que todos estemos aquí.
-Dile que no puedo ahora.
-Pero-
- ¿Alguna otra objeción? -pregunté cortando sus palabras.
Suspiró para después negar; yo me retiré rápidamente.
El cielo comenzaba a oscurecerse y la luna hacía presencia con su brillo plateado. Caminé lentamente mientras silbaba al ritmo de una canción imaginaria. Las ansias y el desespero por verla hicieron que apresurara mi paso.
Estaba nervioso y mi corazón no dejaba de palpitar. ¿Qué le diría? ¿Le besaría? ¿O simplemente nos miraríamos?
Todas aquellas incógnitas desaparecieron de mi cabeza tras detenerme frente a la mansión. Suspiré y, siguiendo las indicaciones que me brindó Gretchen a través de una antigua carta, ingresé por la puerta trasera.
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Peones de Guerra #PGP2024
Historical Fiction•Una historia para recordar que el humano es un bucle de errores•