Capítulo 23

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28 de mayo de 1940.

Los días habían transcurrido entre conversaciones triviales y una aparente "paz", sin embargo, sentía cortante cada palabra dicha por Helmut. Aquel día, las respuestas nunca salieron de mi boca, soltando un simple y apenas compresible: "no sé a qué te refieres" y alejándome de la escena tan incómoda. Esto había detonado en una sucesión de palabras colmadas de frialdad y, aunque recibía un "buenos días" y preservábamos las noches de juegos, mi cuerpo se bañaba en dudas. Era como si fingiera estar bien.

Edel, por otra parte, mantenía un estado reservado, sin brindar luz u oscuridad. Le visitaba cada vez que podía, encontrándolo inconsciente la mayor parte del tiempo y en la soledad. Cuando lo veía, la simpatía se volvía cuestionamiento, ¿logrará sobrevivir?

El coronel Schulz mantenía el contacto por medio de recados cortos, los cuales jamás entregaba de manera presencial. En ellos dejaba a relucir sus ideas e inquietudes de cuando, como y donde se realizaría la boda. Entre tantas correspondencias enviadas y recibidas, dejé un mensaje claro: Erika sólo se casaría una vez cumpliera los 18. Como respuesta ante mi condición, llegó a mí una contraparte: Tú sólo dejarás de estar en la guerra, una vez mi hijo se case. Ambos estábamos sacando las garras de manera descarada, luchando por nuestro beneficio, más allá que el de nuestros seres queridos.

La única alegría era proveniente de una inesperada carta de mi madre, en la cual redactaba cortas palabras de consuelo y amor hacia mí, argumentando que no me había olvidado, solamente estaba muy ocupada visitando a mi hermana. Una parte de mi sintió un ardor en celos debido a su confesión. Yo estaba frente a la muerte constantemente... sin embargo, esto no era suficiente para ella.

-Fritz -mi nombre resonó, observé al sujeto-, ¿no vas a comer?

Miré el plato prácticamente lleno y negué entregándole este a Helmut.

-¿Sabes? -murmuró captando mi atención-. El capitán habló conmigo... Hay problemas en la conquista de Francia y me pidió que fuera junto a un grupo de hombres bajo mi mando...Me gustaría que estuvieras a mi lado -subió la mirada con seriedad-. Lo sé todo... el trato y demás hechos. Schulz me lo contó.

Mi vista se volvió nublosa. Su tono era áspero, mostrando cierta decepción. Quería vomitar y huir como un cobarde y, con cada segundo, el hormigueo en mi estómago crecía. Aún sin recriminarme algo, el asco hacia mi persona era palpable.

- Puedo explicarlo -comenté enredando mi lengua en cada sílaba.

-No es necesario... soy consciente que tienes tus motivos; todos lo tenemos. No soy quién para reprochar tu actuar, pero... tampoco eso significa que esté de acuerdo. Sé que le temes a la guerra, a la muerte; yo también, pero que el miedo jamás te haga perder a la dignidad. A veces vale más morir honradamente, que vivir desleal a tus principios.

-¿Por qué todos basan sus argumentos en mantener los ideales?

-Porque eso es lo que te mantiene siendo humano... y no un nazi.

(...)

"Querida hermana:

Es la primera carta que me digno a enviar tras aceptar la propuesta de tu matrimonio. No he ido a verte y, aunque deseo hacerlo pronto, la valentía no es suficiente para enfrentarme a tus gritos desgarradores donde solo me llamas monstruo. Espero que algún día entiendas mi posición y, si no lo llegas a hacer, comprenderé que empieces a sentir por el resto de tus días odia hacia mi persona.

Schulz me comentó que pronto su hijo te visitará. No pediré que seas cortés, pues sé que será en vano, sólo suplico que no te cierres ante la posibilidad de llevar un futuro seguro.

Intentaré ir a verte pronto, aunque sea para admirar tus ojos y saber que, en lo que cabe, te encuentres bien.

Te ama profundamente, tal vez de una manera que no lo comprendas,

Fritz."

(...)

1 de junio de 1940.

Los soldados que se encontraban en óptimas condiciones habían sido seleccionados para ir la guerra contra Francia. Por mi parte, tal y como se había pactado con el coronel, quedaría en la base bajo la justificación de "herido", aunque mi brazo estaba prácticamente sanado. Helmut y Benno no tuvieron la misma suerte. Este último brindándome una mirada de decepción ante la finalidad del hecho. Me había pedido luchar a su lado, pero sólo lo vi marchar y me sentí como cuando una mujer observa a su marido irse a trabajar, sin poder ni siquiera ayudarlo o acompañarlo. Aunque en mi caso, no deseaba hacerlo...

Caminé hacia el despacho, encontrándome con Schulz y un hombre alto y rubio, con un rastro de naciente barba en su rostro. Medía mucho más que yo, incluso, su musculatura me hacía temblar.

-Hola, Fritz. Gracias por venir enseguida. Este es mi hijo, Ludwig.

Estreché manos con el mencionado. Tenía dudas sobre el porqué estaba ahí. Creía que lo conocería solamente en la boda.

-Me gustaría que convivieran estos días. Así puedes sentirte más tranquilo sobre la decisión.

Crucé los dedos con nervio. Mi subconsciente me decía que había algo extremadamente extraño ante la reciente necesidad del coronel en complacerme.

-Está bien... -murmuré mientras era acompañado salida por el desconocido.

(...)

Estábamos comiendo en un silencio abrumador. Horas junto a él era incómodo, como si una sombra me persiguiera constantemente. Apenas habíamos intercambiado información, pues era alguien reservado. Lo poco que descubrí con esfuerzo fue su edad, contando con 28 años, una gran diferencia comparada a la de Erika. Tenía afición por coleccionar estampas y, a pesar de estar rodeado por una familia de militares, comentó que en la guerra le costaba desenvolverse correctamente.

Decir que lo odiaba sería mentir, pero tampoco compartía afinidad hacia él. Me parecía misterioso, pero no alguien capaz de hacerle daño a mi hermana, sin embargo, su frialdad me daba a entender que tampoco podría amarla adecuadamente.

-En la noche tengo guardia -dije haciendo una pausa para tomar un bocado de comida-. ¿Deseas hacerme compañía?

Levantó la mirada, brindándome un simple asentimiento de cabeza. Intenté entablar una conversación, pero evitaba cada nueva interrogante.

-¿Quieres tener hijos? -cuestioné, encontrándome otra vez con sus azules ojos.

-Hay que preservar la especie -comentó por lo bajo.

-¿Tu padre me comentó que visitarías pronto a mi hermana? ¿Cuándo lo harás?

-El compromiso está pactado, no tiene mucho sentido conocerla en persona. Si realmente crees que es necesario lo haré, pero me acompañarás.

-¿Yo? ¿Por qué? -pregunté nervioso ante tal petición, aunque parecía más una condición.

-Mi padre me explicó la situación. Chica joven y rebelde que debe ser reeducada... Necesitaré un poco de ayuda, ¿no crees? ¿Y quién mejor que el hombre que decidió venderla para colaborarme?

La saliva se escurrió por mi garganta con lentitud. Sus orbes reflejaban el frío de un témpano de hielo. ¿Qué demonios había hecho?

(...)

La guardia hizo presencia, siendo acompañado por el susodicho. Mantenía una postura perfecta mientras sostenía el arma con fuerza. Lucía como un gran guerrero capaz de acabar con mil ejércitos, capaz de asesinar a cualquier ser que se atravesara en su camino.

-¿Qué día iremos a la cárcel?

-La situación en Francia es demasiado complicada, por lo cual, la movilidad en vehículos se destinará únicamente con objetivo de lucha. Será difícil poder trasladarnos. Lo más factible es irnos cuanto antes y quedarnos por lo menos un tiempo hasta que Alemania gane estas pequeñas batallas... ¿Qué te parece en cinco días?

Jamás de mi boca salió alguna réplica. Aunque no quería verla, era imposible prolongar lo inevitable. Sólo espero que, sus palabras colmadas en rabia y odio, no terminen de destruir mi rota alma. 

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora