Carlos

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Pronto nos fuimos a vivir juntos y esa casa claustrofóbica se convirtió en el castillo de ensueño si él estaba a mi lado. Si antes escapaba lo más rápido posible del apartamento, ahora contaba las horas para volver a él. Sus manos acariciaban mi piel desnuda, blanca y tersa. Las mías jugueteaban con su pelo alborotado tras pasar mis dedos por el. El vaho empañaba cada noche las ventanas, amor a oscuras entre dos cuerpos ávidos de deseo , noches cortas de tanto amarnos. Con Carlos sentía que nada podía ir mal. Era tierno, atento y un amante que me dejaba sin aliento. Hacer el amor con él era una experiencia que jamás nadie me había dado a conocer de tal forma. Había tenido relaciones anteriores, pero él me conocía como nadie, cada rincón, cada gesto, cada gemido.
En el había encontrado todo lo que buscaba, demasiado perfecto, pero cuando estás tan enamorada no logras ver más allá de tu realidad, la realidad que crees única y sincera.
Si fuera por tenedores, ya tendría dos cuberterías completas.
El verano pasaba y con él a mi lado, parecía que el tiempo corría aún más rápido. El restaurante donde trabajábamos cerraba un mes tras la temporada estival. No habíamos hablado de qué pensaba hacer él tras este mes, pero mi intención era volver al trabajo después de pasar las vacaciones en casa. Así que saqué el tema de irnos juntos y regresar para la nueva temporada de trabajo. Su respuesta o más bien la forma en la que me respondió fue lo que más me sorprendió.
-Ela, yo vuelvo a casa y no tengo pensado regresar de nuevo a la isla.
-Pero Carlos,¿Qué pasa con nosotros?¿Es que no has pensado en eso? Tomas las decisiones basándote solo en ti ¿Que pinto yo en toda ésta historia?
-Bueno, hay trenes, autobuses y más transportes capaces de traerte cerca de mí para que pueda darte amor, mucho amor.
Sugirió cambiando por completo su tono de voz y acercándose para llenarme de besos suaves por el cuello y dejándome sin fuerzas para reprocharle nada más.
Sí, una débil es lo que soy, pero¿A quien no le pierden los besos en el cuello? A mí desde luego me dejan cataleptica perdida y él sabía muy bien cómo desviar la conversación y hacer que dejara el tema de lado, para mostrar interés por otros más placenteros.
Aquella noche no pude dormir, Carlos en cambio, dormía a pierna suelta. No paraba de darle vueltas al hecho de que, sin ni siquiera planteármelo, tomara la decisión de no volver al trabajo ,a la isla, a mi lado.
Las señales existen, otra cosa es que no queramos reconocerlas y yo parecía dispuesta a no verlas.
No sabía que debía hacer, si volver al trabajo tras las vacaciones o intentar buscar algo en mi ciudad para poder seguir con mi relación con Carlos. En mi ciudad sabía que había trabajo para mí y tener a mi familia cerca de nuevo me gustaría bastante.
A pesar de la distancia no sería tanta si la comparamos con el hecho de seguir viviendo en Mikonos mientras él estaba en España. No entendía porque solo yo tenía que plantearme el hecho de dejar atrás un trabajo que me encantaba por intentar salvar una relación, ésta era de los dos pero a Carlos no parecía importarle tanto como me había hecho creer.
El verano pasó rápido y la despedida entre Carlos y yo era inevitable. Fue uno de los veranos más bonitos de mi vida. Viví mi historia de amor, gané bastante dinero, aunque ahorré bien poco la verdad. Hice amistades de por vida que me costaría mucho dejar atrás. Entre ellas estaban las que se habían convertido en mis mejores amigas Marta y Sonia. Cada una éramos de una ciudad distinta por lo que intentar juntarnos, iba a costar lo suyo. En la isla nos volvimos inseparable pero el tiempo y la distancia eran capaces de mermar cualquier relación, por lo que hicimos un pacto: no dejar de tener contacto entre nosotras. Aunque no pudiéramos vernos siempre sabríamos las unas de las otras.
Carlos se fue antes que yo de la isla, sin embargo, yo decidí quedarme y celebrar con las chicas mi cumpleaños. Fuimos por última vez a comer sushi. En la isla descubrimos un restaurante que nos volvía loca, bueno su comida y uno de sus camareros que era incluso más apetecible que el menú. Fue un día inolvidable, cargado de risas, llantos, tras rememorar viejas historias pasadas y todo esto incrementado con dos botellas de vino tinto y alguna que otra cerveza. En ese estado, cualquier tema nos daba ganas de llorar, reír y llorar nuevamente y volver a reír de todas nuestras pavadas.
Llevaba días intentando convencerlas para entrar a un local, una especie de spa para pies, si podría llamarse de alguna manera.
El local en cuestión estaba regentado por un matrimonio filipino, que hablaba más bien poco inglés, por lo que el diálogo se basaba en una especie de lenguaje de signos improvisados. El spa consistía en introducir las manos o los pies en unas peceras rectangulares que estaban situadas bajo el asiento en el caso de que metieses los pies o a la altura de las manos. Entonces, unos pequeños peces se acercaban y comenzaban a dar pequeños mordiscos a tus extremidades. Por fin convencí a las chicas.
Sonia, con su usual paranoia accedió a regañadientes pues, decía que aquello era una tapadera de un negocio oculto.
-Chicas, esto no me gusta nada. Esta gente seguro que se dedica al contrabando de órganos y nos llevarán al fondo, algún sitio alejado donde nadie nos pueda oír pedir ayuda.
Marta y yo nos miramos y la risa incontrolable que nos entró a ambas, enfureció a Sonia que con un ; "Ya veréis que yo tenía razón" Entró muy digna al local.
Entramos tras ella y, de inmediato, el dueño nos señaló un estrecho pasillo, dándonos a entender que siguiéramos adelante. Ahí mi lado asustadizo, hizo replantearme un poco las palabras de Sonia, pero mi lado valiente dejó a un lado la idea y avanzó hacia lo desconocido. Cuando llegamos a la estancia nos encontramos con un tipo, sentado de espaldas a nosotras en una silla de plástico blanca, de esas típicas que tienes en tu jardín. Lavándole los pies a dos chicas que habían entrado antes que nosotras.
Tras el concienzudo lavado de pies, les dio unas bolsitas azules, tipo enfermera de hospital entrando a quirófano y señalando de nuevo el pasillo, las mandaba de vuelta a la primera sala del local. El hombre, al vernos, nos hizo señas para que nos acercáramos a las duchas y nos descalzáramos. Tras mirarnos un poco azoradas, Marta sin pensárselo demasiado se quitó los zapatos y, sentándose en la silla se dispuso a que el tipo le lavará los pies.
-No todos los días te lava los pies el cirujano, que te va a estirpan todos tus órganos para venderlos en el mercado negro.
Ni Sonia pudo evitar reírse del comentario de Marta. Ella provoca ese efecto. Es tan carismática y divertida que por eso todos los hombres que la conocían se volvían locos por ella, su personalidad dejaba sin defensas al mas cauto.
Una vez de nuevo en la habitación de las peceras, el dueño nos indicó donde sentarnos y colocándonos en fila nos acomodamos.
-¿Preparadas? Uno, dos, treees. Dijimos a la vez.
Tras un grito ahogado, sacamos de inmediato los pies de las peceras. La sensación era bastante desagradable pero al principio, puesto que los pececillos que había en las peceras iban flechados a por nuestros pies.
En el segundo intento logramos mantenerlos dentro y tras unos segundos se convirtió en algo curiosamente agradable, raro, pero placentero en cierto modo.
Aquellos pequeñines hacían bastantes cosquillas, pero obviando ese detalle fue muy relajante la experiencia. Las risas estaban aseguradas en aquel sitio y con ellas aún más, nos hicimos fotos que quedarían para el recuerdo ya que sería la última vez en mucho tiempo que estaríamos las tres juntas. Las miraba y sentía como gracias a ellas dos, había pasado el mejor verano de mi vida, sin darme cuenta mis ojos estaban llenos de lágrimas y Marta al verme, me echó el brazo por encima y abrazándome me dio un beso en la cabeza.
-¡Eh vosotras dos! Dejad de poneros melancólicas que me vais a hacer llorar y tengo una reputación que guardar.
-¡Os voy a echar mucho de menos chicas!
-Y nosotras a ti tontorrona.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora