Finales

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-Manuela-me dijo- nada bueno podía venir tras ese comienzo.
Ya es sabido que las madres solo utilizan tu nombre completo cuando te van a echar la bronca por algo.
Me puse tensa, no tenía ni la menor idea del motivo de aquella charla.
-He leído la carta que está sobre tu escritorio y estoy muy decepcionada contigo, pensaba que tenías más cabeza y que yo te había criado de forma diferente. Te eduqué para hacerte respetar, sé que los tiempos han cambiado, pero no me puedo creer que..No la dejé continuar.
-¿Que has hecho qué? ¿Pero cómo se te ocurre ponerte a fisgonear en mis cosas?
-Estaba encima de la mesa y me llamó la atención.
-Ah,¡Qué buena excusa esa! ¿ Crees que puedes coger y leer algo que no es tuyo? ¡Pues no, mamá, no!
-Ésta es mi casa y no tengo que pedirte permiso.
Los padres siempre acuden a la misma excusa, ésta es mi casa y hago lo que quiero en ella.
-Además da gracias de que no le voy a contar nada de esto a tu padre.
-Sí, ya lo que faltaba,¿Por qué no se lo comentas a la vecina también, ya que estamos?
Y muy dignamente se levantó y tras poner cara de dolida, salió del cuarto. En realidad, no daba crédito a que mi madre hubiera invadido mi intimidad leyendo una carta tan personal hacia mi novio. Estaba tan cabreada que casi no le dirigía la palabra. Mi padre, el pobre, no sabía que pasaba y por más que preguntaba no tenía respuesta por ninguna de las dos partes. Con el tiempo la cosa se calmó y poco a poco volvimos a recuperar nuestra buena relación.

Tras pasar unos días con las chicas volví a casa, con la decisión tomada de ir a visitar a Carlos. Al final la carta ni la envié y solo se quedó en un mal recuerdo para mi madre y una historia para reír con mis amigas. Al rememorar esos días con Carlos en la isla, tras haber hablado con él, me entraron unas ganas locas de verlo así que cuando solté las maletas en casa, fui a la estación, compré mi billete a Salamanca y reservé un hostal para esa misma noche.
No quería esperar más tiempo sin verlo y como sabía que en la panadería saldría de madrugada, llegaría un par de horas antes de que acabara su jornada, lo justo para dejar mis cosas en el hostal, comer algo e ir a buscarlo a la salida.
No parecía un mal plan ¿qué podía salir mal?
A veces la vida se tuerce sin darte ninguna señal de advertencia, lo que hoy te parece una idea genial, puede convertirse en el acto más estúpido que se te haya podido pasar por la cabeza. Tengo claro que todo pasa por algo, hay veces en que necesitamos un buen zarandeo para que nos demos cuenta de la realidad que tenemos frente a nuestras narices, es necesario caer en errores para abrir paso a los aciertos.
El viaje se hizo eterno. Yo que, solía caer rendida al sueño tras el primer kilómetro, en esta ocasión, no conseguía conciliarlo. Ya fuera por los nervios o por ese extraño nudo en el estómago que no me dejaba respirar con normalidad.
Bueno, he de reconocer que el entorno no daba pie al descanso. Entre el olor a sudor seco del conductor, la colonia típica de abuelas capaz de producir un dolor de cabeza de los buenos y el olor a humanidad que pronto minó el autobús. No había quien durmiera.
Sentada en la última fila, disfrutando en cierta medida del paisaje verde, de aquellos caminos y casas que te transportaban a otra época donde la tecnología no se había adueñado de nosotros por completo. El sol atravesaba el cristal, era agradable sentir su calor en la piel, quedaban pocas horas hasta que se escondiera. Aquello me hizo recordar y transportarme a nuestros días libres en la isla. Carlos y yo tumbados en la cama, desnudos. Él, sobre mi vientre besando mi piel, aquellos besos que en ese instante extrañaba tanto. Si cerraba los ojos, aún podía sentir y transportarme a esos días, al estremecer de mi cuerpo, cerrando los ojos podía revivir de nuevo esa felicidad que sólo él sabía darme. La piel se me erizaba tras el recorrido de sus dedos sobre mis pechos, dibujando círculos en ellos y haciendo parada en la cumbre, pellizcándolos con suavidad hasta hacer encender de nuevo mi fuego. Tras sus dedos, seguía el sendero marcado por ellos, su lengua, húmeda y decidida sabiéndose dueña de mis deseos. Buscando mi mirada de aprobación o más bien de excitación. Mi boca entreabierta, jadeaba a la espera de un placer ya experimentado. Sus labios que dejaban un reguero de besos, descendían despacio por todo el trayecto desde mi pecho hasta el inicio de mi sexo. Allí donde sabía ganarme, allí donde me dejaba perder por él. El recuerdo era tan real que ciertamente estaba húmeda en aquel asiento, en esa última fila mientras miraba sin ver, el paisaje que separaba mi camino del de Carlos.
Mi mente volvió de nuevo al autobús , un tanto avergonzada por el momento que acababa de revivir intensamente, miré a mi alrededor para comprobar que nadie me prestaba atención. Por suerte la mayoría dormitaban o andaban pegados a la pantalla de sus teléfonos.
Sin poder hacer nada para remediarlo, mi mente volvía una y otra vez a ese instante, haciendo que mi cuerpo ardiera. Sentía su tacto en mi, como la piel se me erizaba cuando me apartaba el pelo y rozaba con suavidad mi nuca. Como mis pezones se endurecían y tan solo quería sentirlo dentro de mí una y otra vez. Deseaba llegar y besar tan apasionadamente a Carlos que, no dejándole más opción, tirada de mí dirección al hostal para allí comernos de nuevo a besos, para poder arrancarle la ropa y luego dejarme desnudar por él, así como hacía en la isla, en nuestra pequeña habitación, viendo su desesperación por adentrarse en mí y yo que sabiendo sus ganas, aumentaba su espera provocando aún más su erección. Luego, suavemente me subía a horcajadas mientras él se dejaba hacer. Ese primer momento en el que me dejaba al mando sintiéndolo por completo dentro de mí, disfrutando de mi placer. Él besaba levemente mi clavícula, bajaba y hundía su nariz en mi pecho intentando no llegar al clímax hasta que veía en mis ojos el fuego y en ese momento me rodeaba fuerte con sus brazos y me tumbaba boca arriba en la cama, cubriéndome con su cuerpo y embistiendome acompasadamente hasta hacernos llegar al punto máximo. Luego allí tumbados, jadeantes y dejándonos acariciar por la brisa suave, nos quedábamos dormidos al abrigo de un abrazo.
Cuando por fin llegamos al destino, mi cabeza estaba lejos de aquel lugar oscuro y lúgubre, volvía a una vida que no era capaz de adivinar si fue real o imaginaria, ahí plantada esperando para coger la maleta me sentía ridícula, ya no me parecía tan buena idea haber recorrido todos esos kilómetros. Fuera, la oscuridad lo inundaba todo, era agradable y a la vez un poco tétrico. En aquella estación, no había un alma aparte de los viajeros de mi autobús. Dado que cuando llegamos a Salamanca eran las cinco y media de la madrugada. Soñolienta recogí la maleta y me fui directa al hostal a dejar mis cosas e intentar comer algo, si ese nudo que tenía me dejaba ingerir algo sólido.
La habitación no estaba mal del todo, entre la foto de la web y la realidad había poca diferencia. Me dio tiempo a darme una ducha rápida y quitarme ese olor a sudor rancio y colonia de abuela.
Estaba de los nervios. No sabía cómo reaccionaría Carlos, habían pasado casi dos meses ya desde la última vez que lo había visto. Por mi cabeza pasaban mil posibilidades y eso me hacía desesperarme más.
Pregunté en el hostal la dirección del obrador y si sabían la hora en la que salían los panaderos. Me dijeron que a las siete terminaba su jornada por lo que me dispuse a recorrer la distancia que había entre el hostal y el obrador a pie. No estaba lejos y el aire frío de esas horas de la mañana me ayudaba a tranquilizarme un poco. Al final no había comido nada y pensé que podríamos ir a desayunar juntos y ponernos al día porque en realidad me moría de hambre.
Casi sin darme cuenta llegué a la panadería y entonces lo ví.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora