La noche

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-Ah, dijo con una leve decepción -o eso quise notar desde el otro lado del teléfono- Bueno, ¿cómo puedo recompensarte por haberte dejado tirado esta noche y por el gran favor que nos hiciste a mis padres y a mí?

- En primer lugar, no me debes nada y en segundo, soy yo el que aún tiene una deuda contigo. Esta semana tengo guardias casi todas las noches así que, si la semana que viene tuvieras alguna tarde libre ya me dirás qué día es y organizamos una cena en mi casa de nuevo.

-Pues, si mi memoria no me falla, el miércoles sólo trabajo de once a dos de la trade así que, podríamos vernos ese día.

-Perfecto, el miércoles me viene genial, te veo a la misma hora.

-Por cierto ¿qué habías preparado para cenar?

-Ah, eso ya lo veras el próximo día, aunque, no será lo mismo porque esta noche ya he devorado todo, así que te prepararé algo nuevo.

No me gustaba que me dejaran con la intriga pero claro, esa vez no tendría más remedio que aguantarme.

-Bueno Mateo, te voy a dejar. Mañana trabajo y ya es tarde, nos vemos pronto.

-Está bien, un beso Ela-

-Un beso -dije tímidamente- que descanses- Al colgar fui a la cama y me quedé un rato bocarriba, con el teléfono aún en la mano. Soñando con ese beso, ¡un beso! ¡Me derrito! Esa voz pegada a mi oído me hacía estremecer literalmente. La verdad es que no sabía cómo había llegado a esta situación. Cómo un hombre, con el que sólo había tenido unas pocas conversaciones, podía estar todo el día dentro de mi cabeza. En el trabajo no hacía más que pensar en él, en sus manos, en sus ojos, en su tacto sobre mi cuerpo, y en la vez que, por poco nos besamos en su habitación. Un calor repentino se instaló en mí. Si cerraba los ojos, podía verlo delante mía tan claro como aquel día. Recordaba a la perfección cuando pegué mis labios a su mejilla para darle un beso, fue largo y sincero. Creo que desde el primer día que lo vi entrar por la puerta de mi trabajo, quise rozar su piel, tocar con mis manos su barba tan bien cuidada con alguna que otra incipiente cana.
Cuando aquella noche, después de besarlo en la mejilla me alejé un poco de su cara, su mirada me deboraba, sus manos alrededor de mis caderas apretaban mi cuerpo contra su pecho. Me olvidé de respirar por unos segundos, sólo sentía mi corazón palpitar a toda velocidad. Recordaba el vértigo que sentí cuando me dejé caer sobre él en la cama. ¡Ay! Tenía que parar de pensar o no podría dormir nada. Si había decidido cortar la conversación era porque realmente me caía de sueño. Y así, con aquel pensamiento, fui quedándome dormida.

Mi respiración fue haciéndose cada vez más y más lenta, hasta que caí en un letargo que se vio bruscamente truncado por el estridente sonido del despertador. A pesar de ese rudo despertar, la sensación de haber dormido toda la noche soñando cosas bonitas me dio ímpetu para salir de la cama con una tonta sonrisa dibujada en los labios. Aún quedaba casi una semana para volver a verlo, ya me había dicho que tenía guardias por lo que, no podría ir al estanco así que me esperaba una larga semana ensimismada en los pocos recuerdos que tenía al lado de Mateo.

Mi madre era una mujer demasiado inquieta como para dejarse cuidar. No consentía quedarse sentada en el sofá y menos aún dejar que mi padre preparara la comida solo, si no que allí estaba la mujer a su lado dándole instrucciones y removiendo la olla con la mano buena. ¡Qué mujer! ¡Con lo fácil que era quedarse sentada viendo la tele y dejando que los demás hiciéramos las cosas por ella! Pero no, mi madre no era así, simplemente no sabía.

Llegué a casa del estanco con un hambre atroz. Nada más abrir la puerta un olor a quemado inundó mi nariz. Me preocupé bastante, no necesitábamos más heridos en casa. Al entrar en la cocina vi a mi padre agitando un paño de cocina con el que intentaba echar fuera de la cocina todo aquel humo para que la pequeña alarma anti incendios no sonará. Formaba una escandalera cada vez que se activaba al detectar un poco de humo. Ni la tostadora podía estar debajo de ella porque empezaba a pitar cuando se quemaba una miga de pan.
En el fuego ya no había nada puesto pero en el fregadero advertí el color negro del fondo de una olla.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora