Días en blanco

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Lleva casi dos semanas sin dar señales de vida y yo no voy a ser la que dé el primer paso.
No entiendo su actitud, tras el beso dio un cambio radical, se comporta guardando mucho las distancias cada vez que viene al estanco procuraba siempre no cruzar su mirada con la mía demasiado tiempo, al final lo que parecía un gran comienzo se ha convertido en un rápido final.

Estoy más cabreada conmigo que con él, soy yo la que me hice ilusiones, quizás sólo me inventé las señales en mi cabeza ¡qué coño! Los besos no me los inventé, eso pasó de verdad y lo que sentí también, y su forma de besar, de mirarme, eso no se puede fingir ¿por qué esa distancia ahora?
¿De qué tiene miedo? ¿Pero quién me besó? ¿acaso no fue él? ¿también me estoy inventando eso?
Algo así no se lo inventa el cerebro, eso lo viví yo, aún recuerdo como el corazón golpeaba mi pecho, lo notaba fuerte palpitando, queriendo salir por la garganta, desbocado cuando me besó, la sangre parecía agolparse en mi cabeza, la respiración por momentos se paraba y el aire dejaba de entrar.
En ese instante sentía como si fuera a desmayarme, pero él apretaba fuerte mi cintura, se aferraba a mi piel, a mis curvas haciéndome volver a su lado.
Su pecho pegado al mío me dejaba sentir su respiración también acelerada. Yo temblaba por entera tan sólo al recordar sus labios sobre los míos, sin darme cuenta estaba ensimismada rozando mis labios con las yemas de los dedos rememorando aquel beso con la mirada perdida.
Me gustaría poder contárselo a ita, ella sí sabría qué decirme para quitarme este dolor.
No pensaba que pudiera dolerme tanto aquel rechazo, apenas lo conozco, entonces ¿porque este dolor tan grande? Si solo fue cosa de una noche, mágica pero solo paso una vez...

El teléfono sonó sacándome de mis pensamientos, corrí para ver si su nombre salía en la pantalla y aun no siendo así me alegré al ver el nombre de Ani, ella siempre estaba ahí para apoyarme, pero esa noche no tenía ganas de volver a hablar de él y tener que decirle que aún no había noticias suyas.
En casa no podía disimular mi estado de ánimo, era el único sitio donde podía permitirme no fingir, no disimular la cara de tristeza.
En casa me sentía a salvo, sabía que mis padres no me preguntarían demasiado pero en este caso me equivocaba, una tarde tras volver del trabajo, mi madre entró en el cuarto a preguntar qué me pasaba, llevaba viéndome triste varios días, sin decir nada la abracé y comencé a llorar en su hombro.
Ella como respuesta me rodeó con sus brazos y me daba besos en la mejilla.
Qué grande el abrazo de una madre, sin pronunciar palabra era suficiente para calmar un corazón roto.

No solía contarle nada personal a mi madre, pero esto no era problema para ella puesto que sin decir palabra, ya sabía que algo estaba sucediendo, las madres y su sexto sentido, ellas ven lo que otros no pueden.

El dolor no se iba, pero aprendería a vivir cada día con él.
Éste es como una araña que se instala abrazando el corazón, a veces lo aprieta tan fuerte qué parece qué va a estallar de un momento a otro, otras, sin embargo, solo lo sostiene más suavemente dejándolo respirar pero sin soltarlo del todo, no dejando que te olvides de que el dolor está ahí . Más tenue, como los primeros rayos de sol que aunque no calienten, te alumbran en la mañana. Hay días que el calor es insoportable y no hay donde esconderse de él y otros donde una brisa suave te da un respiro y puedes vivir sin apenas notarlo. Así era el dolor que llevaba por dentro. Lo soportaba y lo de Mateo había removido un poco aquello que día a día intentaba adormecer.

Ya había experimentado un daño parecido con Carlos, pero esta vez lo sentía aún peor, creí haber encontrado el amor, esta vez había vuelto a confiar, me había abierto aun con el temor de volver a exponerme lo había hecho y nuevamente me encontraba así, desbordada, dolida, rota.
Sé que el dolor del desamor pasa, no es como el dolor de una perdida, ese no pasa, ese perdura, te araña cada día, te susurra al despertar, te recuerda que sigue ahí, no hay quien pueda arrancarlo de dentro, por eso sabía que esta pena pasaría tarde o temprano.
Sólo era cuestión de salir al mundo y enfrentarme de nuevo a él.
Ita me enseñó ésto, no había que tenerle miedo al futuro tan sólo vivirlo y aprender de todo lo nuevo que te trajera. No podía hablar de ella muy a menudo, la sensación de que la garganta se me cerraba por la pena y que el llanto asomaba cada vez que pronunciaba su nombre, no ayudaba.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora