Su boca

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Una vez se fue taxista, le pedí las llaves a Mateo, que haciendo un sobreesfuerzo, encontró en uno de sus bolsillos un gran manojo de llaves.

¿Para qué tendrá éste hombre tantas llaves? Ni que fuera el portero del edificio.

- ¿Qué llave es la del portal, Mateo?

-La cuadrada

-No ayudas, la mayoría son cuadradas.

Me miró con cara de niño travieso y haciendo un gesto con la cabeza me dejó entender que no quedaba otra que probarlas todas. Efectivamente,tuve que probarlas todas. La suerte del principiante no estaba conmigo.

Ya en el ascensor, pulsó el botón del quinto. Al menos se acordaba de eso, todo un detalle el evitarme buscar su nombre en los buzones a expensas de que algún vecino pudiera verme hurgando en ellos.

En el ascensor tuve que sujetarlo con más fuerza para intentar mantenerlo erguido. Él, por su parte, me rodeaba con el brazo la cintura. No sé si consciente de ello, o sólo por no caer en redondo al suelo. Yo solo sabía que su piel parecía fuego al contacto con mi mía. Sentía por dentro un calor tremendo, parecido a aquella primera vez que Mateo rozó mi piel en la cava. Nos veíamos de nuevo en un espacio reducido pero ésta vez, el contacto fue durante unos minutos que se me hicieron muy largos intentando evitar mirarlo a los ojos. Uf, mi capacidad de autocontrol nunca había sido llevada a examen y estaba pasando la prueba. Por mi cabeza pasaban diferentes escenarios dónde él giraba mi cabeza y me besaba dejando salir la fiera que estaba manteniendo dormida o quizás me abrazaba y... Bueno en esas por fin el ascensor llegó a la planta de Mateo y pude respirar un aire menos cargado de deseo sexual. Mi cerebro estaba un poco embotado. Ese aire fresco me ayudó a despejar mi mente y coger fuerzas para llevar al doctorcito a casa.
Al llegar a la puerta, le entregué las llaves con la intención de dejarlo alli. Yo ya había cumplido, lo había llevado hasta su casa ¿No pretendería que también lo arropara?

-Ay no, por favor, creo que dormiría en la puerta intentando dar con la llave de mi casa. No daría una buena imagen si algún vecino me encontrara en el suelo durmiendo.

La mera imagen de verlo dormido en la puerta de su casa me hizo tanta gracia que no pude evitar reír.

-Anda, trae aquí las llaves del reino, ¿por qué tienes tantas llaves? -Pregunté curiosa-

-De la casa, de la azotea, del trastero, del garaje, del trabajo, y una llave por cada casa donde he vivido, cada uno tienes sus manías y la mía es guardar cada llave para recordar todo lo vivido en cada lugar. Hay algunas que duelen más que otras, pero así no las olvido, es como un recordatorio diario. No se de dónde sacó la capacidad para decir todo eso de corrido y sin trabarse. Se le notaba afectado aun pero me sorprendió escucharlo.

- ¿Por qué guardar algo que te trae recuerdos tristes?


-Porque fueron junto a personas que no quiero dejar de recordar.

En sus ojos se instaló un halo de tristeza que me provocó querer abrazarlo, consolarlo y besarlo en cada parte de esa piel curtida por esos recuerdos de alguien que quedó grabado a fuego en ella. Hubo un silencio lleno de palabras, las miradas a veces hablan y gritan más que la propia voz.

-Bueno voy a probar a ver si no tardo tanto como con la primera puerta en encontrar la llave correcta. Fue al tercer intento cuando la puerta cedió y dejo a la vista una entrada iluminada por la luz que entraba por un ventanal desde la parte izquierda de la vivienda. La potente luz procedía de las farolas que alumbraban desde la calle.

Lo que no me esperaba era esa pequeña bolita peluda que vino hacia mí sin saber muy bien de dónde, saltando y ladrando, moviendo la cola en señal de bienvenida.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora