No todo lo que mal empieza mal acaba ...

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A día de hoy sigo igual, prefiero echarlas a que me las echen.


Mi abuelo era un apasionado de la fotografía. Tenía maletas llenas de fotos que había ido haciendo a lo largo de su vida. Sin duda, era una de las mejores persona que he conocido. Él tenía una sastrería y en ella trabajaba mi madre junto a su hermana, mi tía Alejandra. Una espectacular mujer de metro setenta, no era muy alta en comparación de mi abuelo que media casi el metro noventa. También es cierto que mi abuela se hacía los zapatos a medida porque tan solo tenía un 36 de pie, una talla infantil. Sus tacones parecían de juguetes si los ponías al lado de los de mi abuelo. En su foto de boda, ella aparece subida a un bordillo y el a su lado sacándole aun casi cabeza y media. Mi abuelo siempre la miraba con ojos de amor. Incluso cuando era viejito y ya el cuerpo sobrevive con las arrugas y los achaques normales de la edad. I clueo así le roba algún beso en l a mejilla y le decía cuanto la quería. Con ese amor me crié y con ese amor crecí y deseaba para mi. Culpo. Ami abuelo de las grandes expectativas con respecto a los hombres se refiere como diría la vecina rubia, no tengo pruebas pero tampoco dudas.

Mi madre y mi tía no podían ser menos parecidas. Tanto en gustos como en carácter. Mi tía era rubia de pelo fino y liso, con un carácter fuerte y con una incapacidad de poder disimular cuando algo o alguien no le caía bien. En eso sé, que salgo a ella cien por cien. Su sueño siempre fue abrir una floristería pero, el negocio familiar la requería y en la época que les tocó vivir, las mujeres no opinaban demasiado sobre su futuro. Mi madre tenía una tez más oscura, una melena caoba espesa y larga y unos ojos que enamoraban a cualquier hombre. Ella no era tan alta si al 1'60 de altura de mi tía se le puede considerar alta. Mi madre más bien era bajita incluso para su época. Ellas iban a la sastrería cada día tras terminar sus años de escuela obligatoria. Mi abuela regentaba el otro negocio de la familia. Una pequeña mercería que llevaba ella sola. Allí, además de útiles de costura vendían telas, mantillas y demás abalorios. Mi abuelo junto a sus hijas trabajaba en la sastrería. Ellas atendiendo al público y él, ocupándose de la confección de camisas, chalecos y chaquetas que allí vendían.

En casa aún quedaban telas de esa época, estaban guardadas como oro en paño. Son recuerdos que me trasportan a cuando de pequeña entraba en su casa, todavía huelen como él. Esos trozos de historia me llevaban a cuando iba a visitarlo. Traspasaba las puertas del edificio con una sonrisa puesta en los labios. Era un hombre altísimo, de pelo cano y rizado por lo que cuando los peinaba, unas ondas aparecían dándole un aspecto más juvenil. Llevaba unas gafas de pasta, con unos cristales muy gruesos. Recuerdo que, cuando ya estaba muy mayor, se ayudaba de una lupa para poder leer el periódico.

Siempre tenía guardada una caja de bombones en el armario de su cuarto y bajito, para que sólo yo lo oyera, me decía:

-Ve al armario y coge de la caja de bombones unos cuantos.

Lo hacía a espaldas de mi abuela ¡que ingenua! creía que sus nietos no encontraríamos el tesoro.

Fue el hombre de mi vida, aquel anciano al que amaba con locura, se me fue pronto, cuando aún tenía mucho amor que darle. La vida se lleva a veces demasiado rápido a las personas que más queremos. Como a... Bueno no quiero ponerme triste, aquellos que se fueron nos cuidan desde el más allá. Esa noche iba a disfrutarla, nada podría hacerme perder la sonrisa. Terminé de arreglarme, una última miraba al espejo y ya estaba lista para aquella primera cita.

Salí de casa, ésta vez estaba sola en ella, mis padres habían salido a dar un paseo. Lo de estar en reposo para mi madre, incluía dar paseos. Yo decidí no meterme y dejarla hacer y deshacer en su vida a su antojo.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora