Despedidas

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El día iba terminando y Marta nos propuso cenar en su casa. Fuimos directas al patio y allí esperándonos estaba casi toda la plantilla del Chelo's bar. Aquella era mi familia elegida, nunca olvidaré como me acogieron y con el cariño con el que me trataron todo el tiempo que estuve trabajando allí. La casa de Marta era mucho más grande que las nuestras. Ella tenía la suerte de vivir fuera del edificio de empleados, era una preciosa casita de dos plantas, no demasiado grande pero con un patio interior lleno de flores colgadas en maceteros, repartidos por todas las paredes. Marta es la hija de uno de los directivos de la cadena allí en mykonos, a pesar de que casi nadie lo sabía. Tan solo a nosotras nos lo había contado. Ella no quería que la gente pensara que tenía un trato de favor con respecto al resto. La casa donde ella vivía era propiedad de su abuela paterna. Ella era la única nieta y su abuela le dejó la casa a Marta cuando ésta murió. Quería mucho a su abuela, era su hogar dentro de la vorágine que fue su infancia, siempre cambiando de país, pues cada cierto tiempo destinaban a su padre a un complejo hotelero nuevo y ella y su madre iban tras él. Fue duro no echar raíces nunca, por lo que las vacaciones en casa de su abuela eran los días más felices para ella.
Ella era su ancla, la fortaleza que la mantenía flote a pesar de los contratiempos y el mar enfurecido.
Cuando  murió, no dudó en irse a vivir allí y claro debía trabajar, por lo que empezó en uno de los restaurantes de la cadena donde su padre trabajaba.
Cuando terminamos de abrazarnos me di cuenta de que colgado había un cartel que decía: ¡We'll miss you Ela! Experimentar el amor y el apoyo de mis amigas fue la mejor sensación del mundo en unos momentos en los que precisamente quien tenía esa misión era Carlos y ya hacía casi una semana desde el día que se fue. Tan solo habíamos hablado por teléfono en un par de ocasiones. En las pocas veces que hablamos, siempre llamándolo yo, claro. Notaba a Carlos muy diferente del hombre que había conocido. Se mostraba arisco y con pocas ganas de charlar, siempre tenía prisa y evitaba hablar demasiado de lo que pasaría con nuestra relación ahora que íbamos a estar a tantos kilómetros de distancia. Inocente de mí, lo defendía interiormente achacando su actitud al cambio de ciudad, al volver de nuevo a casa con sus padres.
Los días se me pasaron volando y llegó el momento de volver a casa. Las chicas me llevaron al aeropuerto y allí, entre lágrimas, nos despedimos sin saber muy bien cuando nos volveríamos a ver. El vuelo se me hizo eterno. Sabía que mi familia estaría esperándome y los nervios podían conmigo. Parecía que hacía mucho más tiempo que no los veía y tan solo había pasado fuera los tres meses de verano. Aún no se habían abierto las puertas de llegada de los vuelos cuando escuché la voz de mi madre. ¡Que escandalosa es!
Yo sin duda he heredado el carácter tranquilo de mi padre, en eso se complementan bien. Ella es un terremoto de mujer y él es el único hombre que consigue calmarla. Han pasado más de treinta años el uno al lado del otro, seguía viendo en sus ojos un amor infinito. Me encantaba observarlos, sobre todo cuando no eran conscientes de ello. Sus gestos, sus miradas, su coqueteo. Yo sin duda quería eso para mí, un hombre a mi lado que a pesar de llevar tantos años juntos me despertara pasión y fuego, me arrancará sonrisas con tan solo una mirada pícara.
Él, tras sus gafas de cerca fingiendo leer el periódico mientras seguía atento los pasos de su mujer por el salón. Ella, echándole miradas de reojo y pasando sinuosamente a su vera hasta que él la atrapaba y la atraía a su regazo para plantarle un beso. Un día, recuerdo estar en la cocina, sentada en la mesa leyendo un libro. Mi madre a mi lado intentaba coser un botón de la manga del uniforme de mi padre. De repente y sin venir a cuento me soltó:
-Cariño, con respecto a los hombres, solo te daré un consejo. Encuentra uno que te quiera un poco más que tú a él, así, no podrá vivir sin ti y nunca se acabará vuestra historia de amor y por supuesto no le importará que el botón de su camiseta de trabajo esté cosido tan mal como este, dijo entre risas.
Y así era su matrimonio, él loco de amor por ella, aunque en este caso no sé quién de los dos quería más al otro, puesto que mi madre estaba más enamorada de él de lo que era capaz de admitir. Mi madre me dio un buen consejo, pero nada fácil de llevar a cabo. En mis relaciones siempre era yo la que daba el cien por cien, deseosa de que me quisieran a toda costa. No dejaba nada para mí, por lo que con el tiempo, se cansaban y todo se iba al traste.
Y claro, mi idilio con Carlos parecía haber empezado a hacer aguas, pero no estaba dispuesta a darla por perdida y a pesar de la distancia decidí seguir adelante con ella y luchar para salvar lo que yo creía una relación. Tras muchas vueltas, tomé la decisión de no volver al trabajo tras el parón. Ese mes no vi a Carlos ni una sola vez, tan solo hablábamos por teléfono y no con mucha frecuencia. Él detestaba la tecnología y el hecho de estar atado a un aparato como era en este caso, el único medio que nos podía mantener unidos. Aunque fuera a miles de kilómetros.
Mientras yo disfrutaba de las vacaciones, él volvía a reincorporarse al trabajo en la panificadora de su pueblo así que viajar se le hacía complicado. Antes de marchar a mykonos, estuvo trabajando en una empresa, pero no sé muy bien por qué lo dejó y menos aún por qué decidió Mikonos como destino. Ahora que lo pienso, no sabíamos mucho el uno del otro, vivíamos en una burbuja que no dejaba traspasar más allá del hoy y del ahora. En ese momento no le di mucha más importancia, pensaba que ya habría tiempo de seguir conociéndonos. No quería romper ese momento de complicidad y enamoramiento que te hace estar ciega para algunas cosas. Yo en cambio quedé con mis amigas del instituto, entre ellas Ani, mi inseparable Ani, no sé qué haría sin ella. En la isla hice muy buenas amigas pero ella había estado conmigo desde que éramos pequeñas y nos unía algo muy especial.
Esos días viajé y disfruté todo lo que pude de mis amigas antes de que tuvieran que empezar a trabajar. Sabían la fecha en que yo volvía a casa y habíamos hecho planes de hacer un pequeño viaje todas juntas, solo fueron cuatro días pero, bastaron para ponernos al día y desconectar un poco del resto del mundo. Todos los años procurábamos alquilar una casa cerca de la playa o al menos con piscina y pasar allí unos días. Este año no pudo ser en verano por lo que lo aplazamos para cuando yo volviera de la isla. En esas mini vacaciones junto a las chicas pensé poco en Carlos. No estaba dispuesta a fastidiar mis vacaciones, si él no quería prestarme atención, no sería yo quien estuviera detrás suya. No al menos mientras duraran mis vacaciones.
La segunda noche decidimos salir de fiesta. Tras cenar en un bar cercano nos fuimos dando un paseo al Pup que  no estaba demasiado lejos de la casa. Por el camino Carlos me llamó, me sorprendió ver su nombre en la pantalla de mi teléfono. Eran cerca de las 2 de la mañana, así que supuse que estaría en un descanso. Aun así, me pareció raro recibir una llamada suya porque, según Carlos el trabajo en el obrador de pan y su sacrificado horario no le permitía pasar mucho tiempo al teléfono conmigo, ni que decir de venir a verme. Me tenía que conformar con recibir aquellas cortas llamadas en las que aunque fueran breves vislumbraba al Carlos que conocí en la isla, cariñoso risueño y enamorado de mí. Esa noche no estaba tan amable y cariñoso.
-¿Dónde estás? Dijo con un tono de mal humor.
-Hola, ¿no?, creo que una conversación se empieza así.
-Hola,¿dónde estás? El segundo intento no distó mucho del primero.
-Con mis amigas, ésta noche hemos salido de fiesta un rato.
-Ya lo he visto en tus historias de Instagram.
No entendía nada, me parecía surrealista que me estuviera recriminando que estuviera de fiesta con mis amigas, no me llamaba hacía días y parecía estar molesto porque saliera con las chicas.
No me hablaba por whatsapp porque decía que no le gustaba que un teléfono lo atara y resulta que ahora "sí perdía el tiempo" utilizando Instagram.
-¿Qué tiene de malo? Hace mucho que no las veo y nos hemos ido unos días juntas fuera de casa, además no tengo por qué pedirte permiso ni darte ninguna explicación, si estás de morros por algo del trabajo no tienes que pagarlo conmigo.
-Es cierto, lo siento, no debía hablarte así, solo te echaba de menos y ésta noche estoy muy cansado. Aquí no paramos de trabajar y verte pasándotelo bien sin mí... ha sido, no sé, me ha dado celos.
- No seas tonto, yo también te echo mucho de menos, hemos vivido juntos casi tres meses, no nos despegábamos el uno del otro y solo nos separábamos los días con diferentes turnos.
-Echo de menos tus cartas y más aún a tí, quiero volver atrás, a esos días contigo en ese minúsculo piso, quiero hacerte el amor de nuevo en aquella cama y poder mirar esos ojos verdes.
Poder recorrer tu cuerpo como esas noches en la isla. Me vuelves tan loco que con solo pensar la posibilidad de que conocieras a alguien me pone de los nervios Ela.
En la isla solíamos dejarnos notas en los días que no coincidíamos en los mismos turnos ,eran cursiladas que me alegraban el duro día de trabajo. La lágrimas caían por mi mejillas sin poder hacer nada por evitarlo al recordar esas cartas, él era mi mar en calma, conseguía apaciguarme, me quedaba dormida en sus brazos sin necesitar nada más.
Pensandolo bien, llevaba casi el mismo tiempo sin verlo que el tiempo que había pasado a su lado.
-Yo también te echo de menos pero si no hacemos por hablar o por vernos esto se irá al traste. No me dejó continuar cuando ya me estaba cortando, el descanso se le había terminado así que colgamos. Cada vez que empezaba a hablar sobre vernos cambiaba de tema, algo me olía mal pero esa noche no quería pensar demasiado en ello.
Les conté a las chicas sobre la llamada de Carlos y con pelos y señales relaté cual fue su respuesta. Al mencionar las cartas, Ani se acordó de aquella que mi madre leyó a escondidas. Las demás no sabían la historia de la famosa carta. Poco después de volver de la isla, quise mandar a Carlos una carta a casa. En ella, bromeaba con la idea de repetir los magnificos tres tenedores de los que disfrutábamos cada noche, bueno quizás todas las noches no, eso es pasarse un poco, no soy una máquina sexual para tener tanto aguante todas las noches y poder llevar ese ritmo. Con tenedores, puntuabamos nuestros encuentros íntimos, ya que al trabajar en un restaurante, en el cual la calidad se medía en tenedores y no en estrellas, nos pareció divertido el juego de palabras. La carta no decía nada del otro mundo, tan solo hacía esas referencias y rememoraba momentos de un pasado que parecía ya muy lejano. Le comentaba mis ganas de verlo y volver a pasar tiempo juntos. Con lo que no contaba, fue con mi madre. Ella, la cual, no se tenía por una fisgona en absoluto, un día entrando a mi cuarto a dejar algo, no pudo remediar el deseo de abrir aquel sobre y, claro, leer mi carta. Ella que mucho consejo acerca de los hombres pero que nada de nada hasta el matrimonio. Por lo que por poco le dio un parraque al enterarse a través de unas líneas que su hija, ya no era casta y pura. Todo un drama.
Menudo papelón el mío cuando allá que fue en mi busca para recriminar mi comportamiento y dejar constancia de que su marido no la tocó hasta el matrimonio. No sabía dónde meterme, solo deseaba que mi padre no se enterara de nada de esto, no necesitaba otra charlita dándome la chapa.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora