Fuego en la piel

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Una alfombra de pelo en gris oscuro descansaba sobre el suelo de tarima. Había una última ventana que daba acceso al balcón que casi rodeaba media casa. Las cortinas descorridas dejaban a la vista una preciosa vista de la ciudad sumida en sus luces y sombras. Era un piso bastante grande, además de su dormitorio y la habitación convertida en biblioteca, había dos puertas más. Tenía curiosidad por saber que ocultarían. Una podría ser un gimnasio perfectamente, Mateo tenía un cuerpo musculado y bien definido. Sus brazos fuertes habían rodeado mis caderas y su pecho había estado oprimido junto a mi torso. Pude notar sus músculos tensos sobre mi. Su voz me sacó del
ensimismamiento en el que estaba sumida recordando nuestro último encuentro.


- ¿Te gusta Klimt?

-Me encanta la verdad, en mi cuarto tengo una pequeña lámina que compré en un viaje a Viena. Allí visité su obra en el palacio Belvedere. Me enamoré más si eso es posible de sus pinturas. Había una pequeña tienda con recordatorios, postales y láminas de sus obras. Así que compré una como tu cuadro pero, en miniatura. No eran nada baratos, bueno en general nada era barato allí.

-Algo más que tenemos en común-dijo con una amplia sonrisa en los labios.

- ¿Algo más? ¿Qué más cosas tenemos en común? -Pregunté con una sonrisa pícara.

-Seguro que habrá cientos, sólo hay que descubrir cuáles son.

En el ambiente se palpaba la tensión que existía entre nosotros. Estábamos sentados uno junto al otro en el sofá. Él, seguía con la toalla llena de hielo en la mano izquierda pero, su otra mano descansaba cerca de la mía. Podía sentir su calor cerca y eso me estaba poniendo bastante tensa. Notaba como mis orejas ardían y no sólo ellas.

-Bueno- de un salto me puse en pie. ¿te apetece algo de beber? No se donde está nada pero, si no quiero que te marees de nuevo, tendré que hacer yo por ahora de anfitriona. ¿Me das permiso para invadir tu cocina?


-Absolutamente, no es lo ideal para una primera cita pero ya lo arreglaré en las siguientes. ¿Cómo sigue tu madre? Tenía que procesar toda esa información antes de ponerme a hablar de mi madre. Él daba por hecho que habría más citas y mi yo interior estaba dando saltitos de la emoción.

-Mucho mejor pero no para quiera, esa mujer no sabe lo que es hacer reposo, dije mientras iba hacía la cocina.

Abrí los armarios superiores esperando encontrar dos copas de vino. Ajá, en una de las puertas hallé toda la cristalería. ¡Bingo! Saqué dos copas de vino y las dejé sobre la encimera de mármol. Luego miré tras la puerta acristalada del botellero sin saber muy bien cual querría Mateo abrir para esa noche. Acercándome al salón le pregunté:

- ¿Qué vino tenías pensado catar esta noche?

- ¿Eres más de blanco o de tinto?

-Depende del momento, ahora soy yo la anfitriona, tú estás malherido así que, te dejo elegir.

-No ha sido para tanto, un pequeño sangrado-Dijo levantándose-

Tras ese intento de ponerse en pie, cayó de nuevo al sofá un tono más pálido. Corrí a su lado y le puse la mano sobre su mejilla. Me había asustado un poco al verlo tan pálido y no pude evitar ese pequeño contacto.

-Ya sé qué tengo que hacer para tenerte cerca-Susurró cerca de mi oído- Nuestras miradas, ahora enfrentadas, nuestras bocas a escasos centímetros, a punto de darse al fin el beso que se quedó en el aire la última vez que estuvimos así de cerca. Ahora eran sus manos las que rodeaban mi cara y acercándose despacio, como con miedo a un rechazo, posó sus labios en los míos, eran suaves y me besaban despacio. Yo que ansiaba su boca, sin saber cuánto hasta ese día me dejé llevar por aquel momento de pasión. El calor comenzaba a subir por mi cuerpo de nuevo al tacto con su piel, sentía la pasión que, durante tanto tiempo había estado dormida, palpitar sobre mi vientre. Aún seguíamos sentados el uno junto al otro pero, lo que realmente me apetecía era subirme a horcajadas sobre sus piernas, que él me levantara y me llevara a la habitación para hacerme el amor. Quería con todas mis fuerzas sentir su piel sobre mi piel. Que sus manos recorrieran mi cuerpo desnudo sobre sus sábanas. Que su boca no dejara rincón sin visitar. Que sus ojos pasearan por cada lunar que habitaba en mi piel. Que el placer nos dejara exhaustos, sedientos y empapados. Que su cabeza descansara en mi regazo, mientras yo le acariciaba la espalda. Mientras mi mente viajaba a un posible futuro. Sus manos bajaron de mi rosto, despacio hacía mi cintura de nuevo. En ese momento me abrazó con fuerza, eliminando el poco espacio que existía entre ambos. Hubo un momento en que, al mirarnos de nuevo a los ojos hablamos sin palabras. Teníamos que parar y, dándome un beso demasiado recatado en los labios, se apartó un poco de mí.

El perdón llega de tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora